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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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El Sol

El Sol, en Jardines, como La Bobia, en el Rastro, son los reductos alegres y mareados de una juventud sobre la que no saben nada la Asociación de Padres de Familia, el ministro Seara de Universidades ni siquiera mi querida Carmela García-Moreno, que ahora manda cantidad en la juventud y desde la juventud (desde la suya).Bajo a El Sol a la una de la madrugada, entro en su poliedro de espejos, dentro del cual hay una escalera de caracol ilustrada de pasotas sentados que ven pasar sus sueños, pido cocacola, me dan champán, me asomo al salón, a la husma de una basca joven y colgada, entre el sombrero de copa, el mono de mecánico, el Travolta con subsidio de paro y el funcionario de Hacienda con corbata me da una tarjeta y un algo de fumar. He aquí la generación perdida, la generación quemada, la generación pasada, pasadísima, la joven generación a la que no se quiere dejar leer El libro rojo del cole, que ni es rojo ni es propiamente un libro. Con los textos de Ripalda y Astete, el personal reciente ha venido a parar en esto. La escuela privada de la Iglesia pública, como dice Máximo (a quien visito, convaleciente y dibujante, en su estudio), parece que no ha salvado a nuestra juventud más joven de este infierno incruento con espejos que es El Sol.

Los domingos por la mañana, todo el mogollón ácrata/anarco que busca en el Rastro el has reciente y los collares de la abuela, se lo monta luego en La Bobia, viejo cafetón de barrio reinventado por una generación, la última, que levanta sus empalizadas de música y argot dentro de la capital del dolor (Eluard) que es Madrid. En los retretes de La Bobia hay una pintada que dice: «Fascistas, hijos del mal rollo.» Por la tarde he estado en Santa Marca Instituto de Enseñanza Media, en un homenaje/recuerdo a Eduardo Blanco-Amor, con Javier Alfaya y otros escritores y profesores. La movida estudiantil es casi la misma de El Sol. Hay un color generacional (el de nuestros padres fue el sepia, el actual es el contrazul/trinchera) que destiñe sobre las extensiones de toda una juventud. Vienen a saber de Blanco-Amor, abuelo natural y desconocido de todos ellos, porque era un escritor marginal, un gallego universal, un hombre total, no forjado por El libro rojo del cole ni por el catecismo Astete, sino que hoy, muerto, se ha trocado él en catecismo de libertades y libro abierto. La juventud, como ya viera Juan Ramón, busca sus maestros donde los encuentra: en la copa del árbol del exilio o en el último redondo de Patti Smith, que va de casada irónica. Janis Joplin decía que había conocido según la carne y la Biblia a mil hombres y dos mil mujeres. Demasiado para este cuerpo. Inauguro el libro de firmas de El Sol, «a la sombra de este Sol nocturno». Una bella rubia me entrega un duro en su puño cerrado. Un joven inglés me saluda correcto:

- He venido a España sólo para conocerle a usted, Umbral.

-¿Estudias?

-Vivo.

Qué corte, oye. Una pesadísima de gafas negras con montura blanca me habla de Zotal y sus veinte principales, entre los que parece que estoy. Los colgados me preguntan si soy yo o soy otro. El aura me la pone su tripi de imaginación. Al fin consigo bailar en el escenario con Pilar, la bella canaria de Juan Cruz, el rock sucio y pateado que aquí mola. A la salida, unos rezagados del trip, a los que ya no dejan entrar: «Penétranos, Umbral.» Y un adolescente de barba patética que me pide algo para pasar la noche. Como no soy camello, aparto en el bolsillo del pantalón, dos billetes de veinte duros y se los doy como si le diera un mensaje breve y en blanco para toda su basca generacional: «No hay salida, tíos, no hay de qué, una de las dos Europas ha de helarnos el corazón: la de Breznev o la de Carter. Bailad, bailad, benditos.»

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