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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El mediador

VOCES OFICIOSAS han subrayado que el viaje del presidente Suárez a Irak y Jordania tiene un carácter que duplica el expresado en los comentarios directamente oficiales: el de mediador, más allá de las relaciones bilaterales -que son, evidentemente, de gran importancia-. No debe extrañar, después del comunicado emitido por la Casa Blanca para informar de la visita de Suárez a Carter, en el que se resaltaba la capacidad de aquél en dos temas especiales: los países árabes y los países latinoamericanos. Y había ya indicios de la confianza en Suárez como mediador en la visita que hizo a Madrid Yasser Arafat, quien así fue por primera vez recibido por un jefe de Gobierno europeo en calidad de tal, y en los continuos contactos, en diversos viajes entre España y América, con jefes de Gobierno latinoamericanos.En este caso, la privilegiada posición de Suárez se recalca con la recepción en Bagdad, en la que el vicepresidente iraquí, Izzat Ibrahim, le ha llamado «nuestro hermano», apelativo que suele limitarse a las relaciones entre islámicos; la explicación aparece en una frase posterior, en la que, tras exaltar el «legado conjunto e histórico» común, se destaca ala noble postura que España ha adoptado y adopta contra nuestro enemigo principal: el sionismo». España comete, evidentemente, la anomalía de no mantener relaciones diplomáticas con el Estado de Israel; se ha esperado siempre que esta irregularidad se corrija -hay también un legado conjunto e histórico común con los judíos-, pero todo parece indicar que no va a suceder esa reparación por ahora, en tanto en cuanto la diplomacia española cree que impediría ese papel mediador (lo que parece una apreciación dudosa) y el acceso a los posibles beneficios del intercambio económico con los árabes del petróleo.

¿En qué puede mediar España? No, evidentemente, en el conflicto general con Israel, si España aparece definida en el campo de los enemigos del sionismo. Puede hacerlo, sin embargo, en favor de las ideas de Camp David, y también -son conjeturas- en el problema interior del islamismo con respecto al mundo. Requiere, desde luego, una difícil dialéctica justificar la veracidad y la profundidad de la revolución musulmana en Afganistán y rebatir simultáneamente la misma revolución en Irán, pero viene haciéndose así simultáneamente en las notas y declaraciones de algunos países. Podrá también tratar de explicar las dificultades del diálogo Norte-Sur y las de una división en compartimentos estancos de los conflictos internacionales, como pretende Francia -que se neutraliza-. O la conveniencia de considerar el mundo como un todo, según la doctrina Kissinger, que adopta ahora Carter, con el corolario de que cualquier postura que perjudique a Occidente -incluidos los precios del petróleo- redundará en favor de la URSS en esta «guerra fría».

Todo esto son conjeturas, basadas únicamente en las medias palabras que de cuando en cuando emite el Gobierno: la única apoyatura posible para la interpretación, a falta de otras declaraciones sobre política exterior. Esperemos que tenga éxito. Por el oriente árabe pasan todos los días grandes viajantes de la mediación, contando entre ellos los sucesivos secretarios generales de las Naciones Unidas y sus misiones ad hoc; y hasta los enviados directos de Carter aparecen como mediadores. Sería admirable que Suárez consiguiera por lo menos el principio de un arreglo en una zona tan empecinada en no arreglarse.

Pero confiemos, sobre todo, en que este papel mediador no incida en el principal: el de utilizar los privilegios reconocidos de la posición política española en los países árabes para obtener unos acuerdos ventajosos para España, tanto en garantías de suministro y facilidad de pagos y precios del petróleo como de intercambio de inversiones y de técnicos.

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