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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Centroamérica: revolución en la revolución

LA MATANZA de la embajada de España en Guatemala y ahora la ocupación de nuestra representación en El Salvador están contribuyendo -bien que desdichadamente- a un acercamiento hacia la opinión pública española de los problemas centroamericanos. Entre las fronteras de México y Colombia, apenas Costa Rica (una isla de tolerancia en la franja centroamericana) y la Nicaragua sandinista, recientemente liberada de la dinastía de los Somoza, pueden librarse del viejo dicho de que en Centroamérica no había naciones, sino fincas. Fincas administradas por escasas familias, aún depositarias de la interesada interpretación de la «doctrina Monroe», y siempre para mejor provecho de reducidas oligarquías locales.Toda la repulsa que merecieron las más recientes dictaduras del Cono Sur latinoamericano, todo el eco que recibió la vulneración de los derechos humanos en Argentina, Chile, Uruguay..., no encontró su correspondencia con situaciones políticas, acaso peores, padecidas por la mayoría de los países de Centroamérica. Las dictaduras del Cono Sur incidieron sobre sociedades con cierto desarrollo industrial o comercial, con mayor índice de criollismo o de emigración europea y no sobre poblaciones como la guatemalteca, hondureña, salvadoreña o nicaragüense, sumidas en monocultivos agrícolas y con elevados índices de población aborigen sumida en el silencio del subdesarrollo económico y cultural.

El resurgimiento y triunfo de los herederos nicaragüenses de Sandino (el mítico guerrillero que los marines estadounidenses tuvieron que asesinar por mano de un Somoza ante la imposibilidad de derrotarle militarmente) ha dado un vuelco de 180 grados a esta situación de olvido internacional sobre la situación centroamericana. En primer lugar, por cuanto la teoría del dominó desarrollada por Estados Unidos en Vietnam (las fronteras casan como fichas de dominó y los movimientos guerrilleros o contrainsurgentes se mueven indefectiblemente por simpatía física) se desarrolla ahora entre los centroamericanos.

Todo el cúmulo de errores y vacilaciones de la Administración Carter durante los últimos meses del régimen somocista no lo fueron tanto por el temor a la pérdida de un aliado incondicional, aunque políticamente impresentable, como por el convencimiento de que Nicaragua arrastraría con su ejemplo revolucionario a Honduras, a Guatemala, a El Salvador, en un área sobre la que pesa el predominio del esencial interés norteamericano del canal panameño.

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Otro aspecto de meditación global acerca de estos países es el nacimiento con perspectivas de éxito de movimientos revolucionarios de masas campesinas no proletarizadas. Tras el triunfo de la revolución cubana, el intelectual francés Regis Debray desarrolló en su libro Revolución en la revolución las tesis de estrategia insurgente que habían llevado al poder a Fidel Castro y que deberían servir de modelo para América Latina: la tesis del foquismo, de la creación de focos guerrilleros aislados que se irían extendiendo como círculos concéntricos movilizando a las poblaciones. El foquismo fracasó estrepitosamente con la muerte del Che en Bolivia, y la izquierda latinoamericana (particularmente los partidos comunistas) frenó la lucha armada. Ahora esa situación está girando y ya existe un PC latinoamericano -el guatemalteco- que ha optado abiertamente por la insurrección armada.

Estos son los dos hechos bajo los que deben analizarse los últimos sucesos centroamericanos que han afectado a España con dos ocupaciones casi simultáneas de nuestras representaciones diplomáticas y que pueden tener mañana su reedición en Honduras: el contagio revolucionario y además el de un nuevo modelo de revolución de inspiración marxista desconocido desde la entrada de Mao Ze-dong en Pekín; el del triunfo político de masas de campesinos. Toda una nueva faceta -de hecho una herejía- del marxismo-leninismo.

Obviar estos datos, o esconderlos entre la casuística informativa de los sucesos centroamericanos, impediría entender en toda su dimensión acontecimientos que trascienden a la mera cadencia de violencias que escupen los télex desde el istmo centroamericano.

Y en esta auténtica revolución en la revolución, que arranca del triunfo sandinista en Nicaragua, España no es un mero sujeto paciente destinado a sufrir como otras potencias de mayor rango internacional -Estados Unidos, Francia- la epidemia del desdén por la inmunidad de las representaciones diplomáticas. El Rey y el presidente del Gobierno han llevado a cabo viajes a muchos de estos países, trasladándoles la imagen de una nación que ha sabido pasar de la autocracia a la democracia sin costes caóticos, que enarbola la defensa de los derechos del hombre como principio básico de convivencia nacional e internacional y que aspira sinceramente a mantener unas relaciones con los países de habla hispana superiores a la huera retórica de la relación convencional con la «madre patria».

A este respecto es obvio que con mayor o menor oportunidad se están haciendo guiños a España desde varios países latinoamericanos para que nuestro país influya de alguna manera en la normalización de los problemas políticos allí planteados. Cuando a tenor de las informaciones que se han podido drenar del viaje de Suárez a Washington, su entrevista con Carter y su inminente viajé a Irak y Jordania cabe suponer que España puede ser mediadora en el conflicto de Oriente Próximo (y acaso con posibilidades de, éxito), no resulta descabellado sugerir la posibilidad de que nuestro Gobierno contribuya a establecer algún puente de diálogo entre Estados Unidos y algunos países centroamericanos que están entrando en el ojo del huracán de una revolución de nuevo cuño.

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