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La emoción de un militar en la Academia

El caserón de la Real Academia de la Lengua rebosaba de público. En la tarde del pasado domingo leía su discurso de ingreso el teniente general Manuel Díez-Alegría, una de las personalidades más relevantes de la milicia. Las dos máximas jerarquías de la Administración militar presidían el acto: el teniente general Gutiérrez Mellado, vicepresidente primero del Gobierno, y el ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún. En la sala se entremezclaban los uniformes con los asistentes civiles.

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«La emoción primera que tuve durante el acto», comentó el teniente general Díez-Alegría a EL PAÍS, una vez finalizada la ceremonia, «fue el encontrarme a un antiguo profesor mío, de Vías de Comunicación, de la Academia de Ingenieros de Guadalajara. Nicolás López Díaz, al que estimo mucho. Yo fui, posteriormente. director de la Academia -que ahora está en Burgos- y también me encontré con un grupo de alumnos míos de aquella época. De modo que me encontré con mi superior y con mis súbditos, dicho sea esto entre comillas, porque mi "yugo" era suave, y mi "carga", ligera.»En la mesa presidencial ocupaban lugares destacados, además de los citados Dámaso Alonso, director de la Real Academia los académicos Antonio Hernández Gil y el cardenal Tarancón.

También se encontraba entre los presentes el infante don Luis de Baviera, que fue compañero del académico en Guadalajara. «Con el teniente general Gutiérrez Mellado me une una larga relación de trabajo. Entre los amigos civiles hay tantísimos que temo singularizar nombres, pues dejaría a alguno en el tintero.»

«También me emocionó mucho el texto de Pedro Laín Entralgo, porque creo que significó el que había conseguido algo con mi discurso: destruir una vez más esa barrera que hace aparecer a los hombres de la Defensa como una tribu aparte del resto de la sociedad.»

El pasado domingo supuso para el teniente general Díez-Alegría la terminación de un período agotador de trabajo, porque para preparar el discurso «he realizado una labor abrumadora por las bibliotecas españolas». Tardó un año en prepararlo y no lo pudo hacer con más holgura porque cuando fue elegido miembro de la Real Academia se encontraba en El Cairo como embajador de España, cargó en el que estuvo seis meses. La mayor preocupación era la voz.

«La verdad es que la lectura del discurso de ingreso fue para mí peor que estar en campaña.» El teniente general comentó cómo para escribir alguno de los ensayos de su libro Ejército y sociedad, «cuya publicación se debe al consejo de José Ortega, que me animó a ex purgar algunos textos de mis cajones», tuvo que leer más de 9.000 páginas, esfuerzo similar al que realizó para escribir Efimero esplendor. La escuela literaria militar de la Gloriosa y la Restauración, título de su discurso de ingreso.

«Querría manifestar mi inextinguible gratitud a todos los que me acompañaron en el día de mi ingreso en la Academia», concluyó Manuel Díez-Alegría.

Actuaron de padrinos de la ceremonia los académicos Carmen Conde y Pedro Sainz Rodríguez. «Yo actué de padrino», declaró Sainz Rodríguez, «porque soy el último que ingresé. Me pareció un acto muy importante, porque la Academia, siguiendo una tradición, siempre ha tenido entre sus miembros a algún militar, no sólo por sus conocimientos técnicos, sino por su representatividad social. Creo que Díez-Alegría es un gran conocedor de la literatura militar, lo que en verdad no es ningún descubrimiento Para mí.»

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