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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El candidato permanente

LA DESIGNACION de Ricardo de la Cierva como ministro de Cultura ha deparado esa sorpresa comúnmente asociada a la confirmación de rumores hasta tal punto dados por seguros que terminan por mover a la incredulidad. Un candidato permanente al Ministerio de Información bajo el anterior régimen y al Ministerio de Cultura en el actual sistema constitucional ha sido premiado en su perseverancia. El tiempo, sus obras y el espíritu de su gestión dirán si ese nombramiento ha sido, como algunos temen, un error, inmenso o mínimo, o, como otros vaticinan, un acierto. En cualquier caso, no es probable que la actuación ministerial de¡ señor De la Cierva se quede en las aguas tibias y transcurra o sin pena o sin gloria.Las opiniones críticas en torno a Ricardo de la Cierva, que ponen todo el énfasis en la familiaridad del nuevo ministro con la figura histórica de Franco, de la que fue favorable biógrafo, corren el peligro de congelar el desarrollo político de nuestros hombres públicos en etapas unilateralmente fijadas, y de concentrar en una sola persona, o en un grupo reducido de personas, las presuntas complicidades con un sistema de poder que gozó de apoyos mucho más amplios. Por lo demás es un hecho documentalmente comprobable que la labor de Ricardo de la Cierva, primero como director de Editora Nacional y después como director general de Cultura Popular, en los últimos años del franquismo significó un estimable esfuerzo en favor de la liberalización, la concordia y la apertura.

Mucho más preocupante es, en cambio que el nuevo ministro de Cultura, hasta anteayer animador de un spot publicitario en Televisión para invitar a los ciudadanos a adquirir una historia de España por entregas de la que es autor, haya asumido en los últimos meses un papel como de espadachín de UCD precisamente en asuntos relacionados con la vida cultural de este país. Un partido tiene el derecho e incluso la obligación de librar combates ideológicos y de defender polémicamente sus posiciones en este ámbito, pero resulta dudoso que el cargo de ministro de Cultura sea el lugar apropiado para ese perfil. absolutamente respetable de ideólogo de partido aunque sea del partido que controla el Gobierno.

Es evidente que las artes y las letras, el teatro y el cine, las medidas de conservación del patrimonio y el fomento de las actividades culturales no pueden quedar al margen de los conflictos políticos e ideológicos que atraviesa nuestra sociedad. Sin embargo, la cultura de un país solamente puede aspirar al título de tal si encierra en su seno las manifestaciones que. nacidas de diferentes o incluso contrapuestos orígenes políticos e ideológicos, tienen en común esa inconfundible tonalidad de calidad, veracidad y originalidad que las aúna por encima de sus contenidos. La gestión del nuevo ministro en las postrimerías del franquismo no abona un vaticinio adverso respecto a esto que decimos. pero, en cambio, su más reciente actuación en el mundo de las ideas deja abierto un serio interrogante que sólo el paso del tiempo permitirá responder.

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El nuevo ministro publicó, hace no demasiadas semanas. un artículo titulado «La noche triste de la cultura», sobre la penosa situación de nuestra vida cultural. Ricardo de la Cierva sabe que ese panorama no es sino el resultado de varias décadas de censura, represión y sectarismo ideológico, y de la escasa importancia concedida hasta ahora por el actual Gobierno a ese área de la realidad española. Una política cultural no es, sin embargo, tarea que corresponda sólo a un partido, a un Gobierno o incluso a un régimen. Solamente puede nacer, para ser fecunda, de un esfuerzo colectivo de la sociedad y de las instituciones públicas en programas y estrategias que superen en el tiempo los plazos finitos de los mandatos ministeriales, las legislaturas y los Gobiernos, y desborden en el espacio -el espacio político- los territorios sociales e ideológicos donde impone su hegemonía una fuerza política de signo determinado. No viene mal recordar que el Estatuto de la Comedie Française, todavía vigente, fue promulgado por Napoleón en la campaña de Rusia.

Si el nuevo ministro de Cultura sustituye la antigua lógica del trabajo a corto plazo por otro planteamiento que se conforme con poner la primera piedra o forjar el primer eslabón de una estrategia a largo plazo nacional y suprapartidista, podrá contribuir a que la larga, lúgubre y oscura noche de la cultura española, que dura ya casi medio siglo, deje paso a la luz del día. Ese es el reto que Ricardo de la Cierva, algunos de cuyos fulminantes artículos contra el presidente Suárez en este periódico todavía se recuerdan, tiene por delante.

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