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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Visajes y pingaletas

Ayer (el ayer en que escribo y al que me refiero) los taxis rodaban ya cotidianamente por Madrid. suntuosos como fiacres, paseando su piloto de «libre» como Oscar Wilde paseaba una gardenia verde en el ojal. Pero la gente les hacía visajes y pingaletas.Me explico. Los taxistas han mantenido casi una semana de huelga que la derecha llama salvaje o adjudica a la responsabilidad municipal, cuando mis queridos taxistas sabían muy bien por dónde andaba y anda el Esquilache de su motín. Pero los madrileños, que no tienen por qué saberlo, han sufrido una semana como de postguerra, con nieve y sin taxis, y al cesar la huelga, he aquí que ha renacido en este pueblo peatonal y de secarral la vieja veta goyesca y regoyesca, la raza se ha sacado de sí misma unos españoles anteriores, que llevamos incorporados como nuestros etruscos, las gentes de Quevedo y el esperpento, de Torres y el bufonismo, de Valdés Leal y los esqueletos de verbena, de Gutiérrez Solana y la colcha destrozona por la cabeza. Ayer, el madrileño llamaba a un taxi y, cuando lo tenía cerca, el morro del coche embebido en el engaño (eterna tauromaquia roja y gualda), el cliente de coña le hacía al taxista, en venganza de la huelga, visajes y pingaletas, momos y figuras, cortes de mangas, cuernecitos, caprichos y disparates de Goya, figuras modorras de Quevedo, esperpentos de hojalata cóncava, molinete de dedos en la nariz, pompa de mejillas infladas y otras suertes.

Madrid, ayer, con un sol de tapiz gastado, era el eterno hospital de locos, Casa esparcida de San Juan de Dios, aguafuerte y contrafuerte de Picasso, carnaval de pirados, carnestolenda de indignados, mimo y mueca de un pueblo viejo, barroco, cómico, pánico, que tiene el genio de lo grotesco y lo pintoresco del ingenio. Siempre vuelve esa España, por más que autonomías y democracias, por más que Estatutos y paros, y es como si todos los parados (un quince por ciento laboral) se hubiesen puesto a bailar delante de los coches un San Vito arciprestal y nacional. Lo de menos, claro, la inocente broma a los embromados taxistas, que también son pueblo y con sus tacos, gritos y claxonazos descontaminan mucho la ciudad de la niebla que es ya Madrid. Lo estupefaciente para el cronista de la calle. que tanto la callejea, era la vuelta de Quevedo y Sancho Panza, del de Hita y el de Talavera, del bobo de Coria y las meninas vestidas de foca en Galerías, Valle cruzando a gatas la Puerta del Sol, eximio escritor y extravagante ciudadano (como todo español, don Miguel, dictador), Goya vestido de capricho y disparate, Cela entrando y saliendo de las fuentes públicas, Picasso en calzoncillos y con hongo, tocando el culo a las tres gracias madrileñas, Ramón Gómez de la Serna parando el tráfico con un enorme guante de hormigón, don José Gutiérrez-Solana cantando Marina a gritos por los viejos mercados, como le hubiera gustado oírla a Franco, que siempre pedía la reposición de Marina y nunca le dieron ese gusto. Espíritu burlón de nuestro pueblo, que llama «la batallita» a una espantosa guerra civil, porque ayer mismo tuvo que decirlo Eusebio García-Luengo.

-Lo bueno de las guerras, hombre, es que nos vemos más.

Ese genio de la raza que han muñido entre don Ramiro de Maeztu y Giménez-Caballero, quizá no sea el de las ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda, salve, sino el genio de la burla que les dice ya a los demócratas del Pilar: «Contra Franco vivíamos mejor.» Y qué otra cosa hacen don Cervantes y Sancho sino desmilitarizar la España de caballerías mediante lo grotesco, país de jaques jaquetones y jocosos, Quevedo con su cojera como una burla, Torres pegando cortes de manga de fraile a la Inquisición, Larra de calavera temerón y Picasso, del que acabamos de comprar otro cuadro en quince millones, pellizcando el glúteo al clasicismo griego, poniendo cuernecitos al academicismo, y Dalí, pintándole bigotes a la Gioconda. Toda nuestra cultura es contracultura, burla genial de lo que han hecho otros y ha sacralizado nuestra derecha. Y la pululación de la raza, fotografiada por la mejor pintura del mundo, haciéndole pingaletas lo mismo a un taxista que a Fernando VII.

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