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LOS CONCIERTOS DEL REAL

Obras de Villa-Rojo y Mareo

Hubo música española actual en los conciertos de las, dos orquestas. La Nacional puso en los atriles Angelus novus, el homenaje a Mahler escrito para la ONE por Tomás Marco en 1971. Se trata de una de las páginas sinfónicas más divulgadas entre las de su autor, y Antoni Ros Marbá supo extraer de ella todos los significados musicales, culturales y de mera belleza sonora que encierra, como preludio a la audición de La Canción de la Tierra, la más bella y definitiva fusión del «lied» y la sinfonía realizada por Mahler. Basados -como bien es sabido- en la adaptación alemana de poemas chinos, publicada por Hans Bethge y recreada no a partir de los textos originales, sino de versiones francesas, inglesas y alemanas, Mahler debió sentir ante los poemas la misma impresión que Bethge: «Bajo su tono lírico, sentí una ternura tocada de inquietud; el arte de las palabras ponía ante mis ojos mil imágenes esclarecedoras de la nostalgia y el misterio del ser.» Canto sobre el dolor de la Tierra pensó el compositor titular a su obra, pero la denominación cambió a la vez que se suavizaban los matices de tristeza. Estamos ante el Mahler último, en el que la síntesis del pasado y el «presentimiento del porvenir» se alían. Schäfer precisa esa síntesis: «utilización yuxtapuesta de tres formas fundamentales de orquestar, la polifónica, la homofónica y la constructiva-coloreada. Frente al futuro, es Helmut Storjohann quien, en 1952, nos avisa sobre procedimientos preschoenbergianos: la riqueza inventiva de Mahler utiliza para los nuevos temas, motivos propuestos por el mismo desarrollo musical. «No se trata de una serie de hallazgos melódicos, puestos a continuación unos de otros, sino de un tema de partida que entraña una serie de variados hallazgos de los que constituye la base bajo una u otra forma.» Esto y la aceptación de lo estrófico del poema -que señala Sopeña con acierto- puede darnos alguna explicación de lo que es esta inmensa e íntima confesión, con la voz humana en el centro para cantar, más que mundos orientales, el secreto y enigmático mundo mahleriano. Apenas la alusión a la escala pentatónica en algún momento nos acerca, más o menos convencionalmente, a los lejanos orígenes orientales de La Canción de la Tierra. (Entre paréntesis: me atrevo a aconsejar, como texto sobre Mahler, la obra de Kurt Blaukopf, publicada en alemán en 1969 y recientemente traducida al francés por Beatrice Berlowitz). Antoni Ros Marbá hace un Mahler espléndido y no es la primera vez que hemos de consignarlo. Contó para su magnífica versión con la colaboración de la contralto sueca Birgit Finila y el tenor Gordon Greer. Por voz, por estilo, por comprensión, por comunicatividad nos dieron una traducción ejemplar de La Canción de la Tierra, impostada en la flexible, encantatoria y narrativa exposición conseguida por Ros Marbá de la Orquesta Nacional.En la Sinfónica de RTVE, dirigida por García Asensio, Jesús Villa Rojo nos dio a conocer Rupturas, compuesta hace cuatro anos por encargo de la Fundación March y no estrenada hasta ahora. Página firme y claramente estructurada, por la inteligencia de la planificación y la exactitud magistral de la escritura, evidenció todos sus valores: diversos juegos de contrastes, organización de timbres y frecuencias, suceder lineal con «rupturas» verticales de gran fuerza, unidad conceptual y de estilo. Una vez más, como apunta García del Busto, los diversos «parámetros» de la personalidad de Villa Rojo (compositor, intérprete, investigador) quedan reducidos a unidad a partir de proyectos seguros, coherentes: la expresividad musical dimana de un estructuralismo riguroso en el que se supervaloran la naturaleza y la técnica de los instrumentos. Versión clara la de García Asensio, que permitió enfrentarse sin dudas con el ser y el suceder de Rupturas.

Cho-Liang-Li, el joven violinista de Taiwan que lograra el Premio Reina Sofía, levantó oleadas de entusiasmo al interpretar el quinto concierto de Vieuxtemps con técnica infalible y poder expresivo fascinante. La obra, tocada de cierto eslavismo (no en vano el compositor ejerció la enseñanza en San Petersburgo) es bella e interesante, sobre todo si pensamos que es anterior al concierto de Tschaikowsky en diecisiete años.

Una vez más, orquesta y coro de RTVE, con la solista Adelaida Lecucina (ella y el guitarrista y compositor Brouwer son los últimos representantes de una larga familia musical), expusieron con máxima brillantez y concepto más ágil que tenso la cantata de Prokofiev Alexander Nevsky.

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