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Tribuna
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A propósito de Manolete

En un diario de la tarde, un matador de toros retirado y, a la vez, crítico taurino, me dedica una rociada de insultos y descalificaciones, que no replicaré como se debe porque estas cuestiones o se dilucidan en los tribunales, previa denuncia formal en el Juzgado de Guardia, o se echan a las espaldas, que uno ya tiene bien anchas después de andar unos cuantos años por la vida y contemplar tanta y tanta estulticia. Y todo es a propósito del programa de TVE Sombras del ayer, dedicado al toreo de los años cuarenta, y más concretamente, al juicio crítico que en ese programa hice de la etapa manoletista, con todas sus implicaciones.En realidad, se ha levantado una polvareda inusitada y desmedida en torno a ese juicio, con una consecuente profusión de correspondencia que refleja muy fielmente los extremismos que alientan este país. La colección de cartas que me llega relacionada con este programa es una elocuente manifestación de incontinencia, que lo mismo te eleva, con una emocionante generosidad, a donde nunca soñaste llegar, como te hunde con pasmosa grosería en la miseria, bajo un aluvión de insultos. Aquellos años de Manolete con Camará, y de Arruza con Andrés Gago, y sus cosas, y sus artes y artificios, aún suscitan la polémica apasionada y, en la polémica, la virulencia.

Lo siento, o no lo siento tanto. También para un crítico taurino que expuso su opinión -porque se la pidieron con mucha insistencia- dentro de la mayor espontaneidad y de la mayor objetividad que pudo, las consecuencias que ha producido su trabajo son clarificadoras. El bloque de intereses que germinó hace cuarenta años -¡cuarenta años!- llegó a consolidarse de tal forma que aún hoy pretende ser intocable. Está estudiado y doy por cierto -y en ello no voy solo- que aquella forma de entender (y manejar) el negocio taurino creó escuela y ha llegado hasta nuestros días. Y en lo que a técnica torera se refiere ha sucedido otro tanto, si bien hay que hacer salvedad del toro, pues el de aquellos tiempos no tenla trapío alguno y el de hoy sí lo tiene. Muchos de los toros protestados en la última feria de San Isidro habrían podido ser casi, por edad y estampa, los padres de los que toreaban Manolete y Arruza, con gran regocijo y complacencia de las multitudes de la época.

Los binomios de la época

Cuanto fue dicho en el programa lo ratifico, y mi única salvedad es la pena de haber olvidado dos nombres -El Estudiante y Manolo Escudero- que se quedaron en los resquicios de la memoria a lo largo de la mención y, en la mayor parte de los casos, análisis de medio centenar de toreros españoles y mexicanos que cité en la ocasión. Manolo Escudero y El Estudiante merecían la presencia que no tuvieron, precisamente, por un lapsus lamentable.

Pero, en verdad, tampoco esto tenía excesiva importancia. Lo importante de la década taurina de los cuarenta es Manolete con Camará, es Arruza con Gago, es Luis Miguel Dominguín intentando romper el cerco del monopolio, es el afeitado y otros fraudes, es el toreo de despachos, que se revelaba más eficaz que en los ruedos, es el conformismo culpable de la autoridad, es la sociedad herida de un país en la posguerra, e históricamente, es también Pepe Luis Vázquez y Antonio Bienvenida, los cuales pudieron formar otra pareja de época que habría oscurecido, a pesar de todo, a los grandes ídolos del momento, de no ser por las gravísimas cornadas que los frenaron antes de llegar a la primera mitad de la década, aparte diversas incomprensiones y escollos, pues su carrera profesional nunca se la pusieron fácil.

Sobre esto, y si me apuran nada más que sobre esto, gira la historia del toreo de los años cuarenta, cuya proyección alcanza a nuestros días. Hubo en aquel tiempo otros grandes toreros, naturalmente que sí, como los citados, o como los que provenían de la década anterior, en la cual quizá se hizo el toreo en pureza como en ninguna otra y, además, con el toro de edad y trapío. Y los nuevos de entonces. Y todos tenían su valor específico, aunque ninguno, por unas u otras razones, alcanzó la influencia del binomio de ídolos -Manolete-Arruza-, ni del binomio de arte -Pepe Luis-Bienvenida-

Luego está, desde luego, la cuestión de gustos. ¿Que a uno le gustaba más Manolete que Pepe Luis, o al revés? Pues, bueno. Por supuesto que a nada de esto me referí en el programa. Pero, ya que nos referimos a ello, diré, por ejemplo, que si me ponen aquí a Manolete o Arruza con sus toros habituales y allá a Pepe Luis o Bienvenida toreando de salón, me voy allá, qué le vamos a hacer. Quizá porque a uno le gusta el toreo güeno, si bien sea apuntado, y no lo otro.

La tragedia y la demagogia

Manolete murió de una cornada y quedó convertido en torero de leyenda, esto es inamovible, pero si la tragedia le confirió categoría de mito, nadie en su sano juicio puede pretender que su técnica torera y las circunstancias que le rodearon hayan de quedar forzosamente al margen de todo análisis. En este terreno se escapa la demagogia con una fluidez pasmosa. El mismo comentarista de los insultos, al que antes aludía, hace la suya y apunta algo tan enternecedor como esta perla: mucho odio debe tener a los toreros quien critica a uno que murió en las astas de un toro. ¡Qué barbaridad!

Con estas cosas del manoletismo, los afeitados, las imposiciones de los apoderados, los pegapases, el salir con éstas (éstas son las orejas, debemos traducir), torear ochenta corridas, etcétera; hay taurinos, asimilados y comparsas, que hacen profesión de fe o se ponen de uñas, según los casos. Son muy dueños. Pero si hemos de estudiar el toreo, o lo hacemos con rigor, o más vale dejarlo. Por ejemplo: el que ha dicho que el toreo antiguo se hacía de perfil y que Belmonte inventó hacerlo de frente, ni sabe cómo era el toreo antiguo ni ha entendido a Belmonte, y si no ha entendido a Belmonte, es que no entiende la evolución del toreo hasta la década de los cuarenta. De donde cabe deducir que no es el más indicado para descalificar. A propósito de Manolete.

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