La OPEP, en Caracas, y la gasolina en España
EN DEFINITIVA, la reunión de la OPEP ha terminado (como todo el mundo sabe y como apostrofa nuestro semiblasfemo dicho) como «el rosario de la aurora». Cada uno de los representantes ha regresado a su lugar de origen con su mercancía bajo el brazo, y el poderoso y unido cartel de los países exportadores de petróleo, por muy arcanos motivos -fundamental y exclusivamente políticos-, ha perdido, como ya anunciara un día, hace dieciocho meses, el propiojeque Yamani, su razón de ser, por lo menos en cuanto a los precios.De poco han servido los esfuerzos occidentales capitaneados por Estados Unidos y resumidos en un firme compromiso de limitar las importaciones de petróleo en el próximo año. Tampoco ha sido de gran ayuda la estrategia, en vísperas de la conferencia, buscada por Arabia Saudí y los moderados subiendo seis dólares el precio del barril para los crudos ligeros; es decir, por encima del límite de los 23,50 dólares/barril fijado como tope máximo hace sólo seis meses. Los radicales han desdeñado esta vez el comportamiento moderado de los o5onsumidores, que han venido conteniendo su demanda energética a lo largo del año. Finalmente, tampoco ha servido de mucho, el que los stocks de petróleo acumulado por los consumidores representen ahora tres meses de consumo, que es, quizá, la cantidad máxima que jamás haya sido almacenada.
Estados Unidos, con sus aliados occidentales (machaconamente en posición de meros observadores) y sus ricos amigos saudíes y venezolanos, ha fracasado a la hora de intentar ordenar el caótico mercado del petróleo. Las razones económicas no han prevalecido, y, una vez más, la batalla ha tenido un carácter inequívocamente político. Los radicales, encabezados por Irán y Argelia, no se han avenido a un pacto que garantizase el férreo orden de la OPEP. La lucha parece que se ha trasladado definitivamente de los precios a las cantidades. De modo que, una vez más (y sería la tercera), tras la última guerra árabe-israelí y la caída del sha, estamos, energéticamente, muy cerca de las cuerdas. Sin embargo, existe ahora una pequeña diferencia de índole, llamémosle técnica, respecto del próximo pasado: el nivel relativamente más elevado de la producción y de los stocks de petróleo con respecto a la demanda a corto plazo y una antigua voracidad que los consumidores, de grado o por fuerza, aprenden a contener. Esto podría aceptarse, con muchas reservas, como un indicio de moderado optimismo, pero sin olvidar, naturalmente, que entre finales de 1978 y diciembre de 1979 los precios de venta del petróleo han aumentado en un 75%, comparado con un 10% anunciado y pronosticado hace también un año.
La alarma se ha extendido, y en nuestro país el ministro de Industria ha hecho de caja de resonancia de los inciertos resultados de Caracas. Las declaraciones del ministro contienen un elemento de satisfacción: el anuncio de una rápida puesta en marcha de un programa para la construcción de térmicas de carbón y la sustitución por este combustible del fuel en las fábricas de cemento. Después de muchas vacilaciones, algo empieza -o se anuncia- a ponerse en marcha. Sin duda, si los estímulos son los correctos y las intervenciones lo permiten, la iniciativa privada y también la pública disponen de un buen filón donde probar sus esperadas inversiones. Lo que no está tan claro es que tengamos ya que volver a subir el precio de la gasolina. No es que sea necesario desdecirse ahora de una continua defensa de la repercusión de los mayores precios del petróleo en los productos derivados, pero nuestro precio actual de la gasolina cumple, incluso descontando los precios futuros del petróleo, este requisito, y quizá merezca un poco de atención y sosiego el no adoptar decisiones precipitadas sin mirar a la vez lo que puede ocurrir por el lado de la inflación y del paro.
España cuenta con una buena bolsa, de reservas de divisas, lo que supone un cortafuegos ante el «incendio» energético, y todavía no se ha probado a tomar tonvincentes medidas de conservación energética ni de sustitución del petróleo por otros combustibles. Una subida fulminante de la gasolina acaba prendiendo la mecha, se quiera o no se quiera, de precios y salarios. Pero además, en épocas de recesión y paro no parece lo más sensato subir la fiscalidad para alimentar a unos presupuestos del sector público que demuestran su continua incapacidad para desarrollar la inversión.
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