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El Papa leyó con dramatismo, en la plaza de San Pedro, una carta de Camboya

Juan Arias

Ayer, fiesta de san Esteban, el primer mártir de la Iglesia, que murió lapidado, el Papa recordó a los miles de turistas que se reunieron en la plaza de San Pedro para la oración del Angelus «todos los que sufren y padecen persecución».Acostumbrado a que la gente aplauda cada frase de sus discursos, el Papa se paraba después de algunas de sus afirmaciones, pero ayer el frío era tan fuerte que a los turistas les costaba sacar las manos de los bolsillos para aplaudir.

El silencio se intensificó cuando el Papa tomó en sus manos un folio y leyó desde la ventana de su despacho una carta inédita que le habían llevado de Camboya. Se trataba, como dijo el mismo papa, de un testimonio «acongojador». Wojtyla leyó la carta con tonalidad dramática: «Santo Padre», decía esta carta, que no se ha podido saber si le llegó de un periodista o de un misionero católico, «un empeño, una promesa hecha solemnemente hace pocos días en la frontera de Camboya, nos obliga a dirigirle esta llamada. Le hablo de gente olvidada en un campo fantasma, que sólo por casualidad hemos descubierto. No creíamos a nuestros ojos: el día 15 de noviembre, a un solo kilómetro de la frontera de Camboya, ante nosotros apareció un campamento de 235.000 personas hacinadas, deshechos humanos, desnutridas, esqueléticas, al limite de la sobrevivencia. No le describo las escenas de los heridos, de los mutilados, de los niños, con llagas horribles, en cuyos ojos ya ni existen las lágrimas. Ni un grito ni una lamentación, sólo muerte y desolación. Fuimos recibidos como salvadores, únicos reporteros hasta aquel momento de aquel campo. Sólo el 15 de noviembre cayeron sobre estos prófugos 86 impactos de mortero de 125 milímetros. ¿Qué podemos hacer? Faltan médicos, enfermeros, ayudas y sobre todo medicinas. iDecídselo al Papa!, fueron sus últimas palabras. Y nosotros hemos cumplido la promesa.» Juan Pablo II leyó la frase «¡Decídselo al Papa!» con tal fuerza que resonaron como un grito en la plaza de San Pedro. Esta vez sí aplaudió toda la gente.

El Papa concluyó diciendo que es necesario «alargar los corazones y recoger en ellos tantas aflicciones y sufrimientos para que la alegría del nacimiento de Dios sea verdadera y digna del misterio que estamos viviendo».

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