El viaje del Rey a Guinea
EL VIAJE del Rey a Guinea, realizado en condiciones bastante alejadas de una confortable seguridad y arrostrando riesgos poco usuales en las visitas de jefes de Estado, o incluso presidentes de Gobierno, a países extranjeros, ha constituido un éxito todavía más notable si se toman en consideración esas adversas circunstancias.La decisión de don Juan Carlos de trasladarse a Guinea Ecuatorial en un momento en el que las estructuras políticas y administrativas del nuevo régimen del presidente Obiang todavía no se hallan aún consolidadas muestra su notable capacidad para asumir, en nombre de la política española a largo plazo, difíciles, sacrificados y arriesgados compromisos. En este sentido, el Rey ha dado un ejemplo que los profesionales de la política, más preocupados en ocasiones por sus intereses personales o partidarios que por las razones del Estado, harían bien en seguir.
El recibimiento de las autoridades y del pueblo guineano a los Reyes y a la misión que le acompañaba fue cordial en sus comienzos, francamente caluroso durante su desarrollo y entusiasta en su conclusión. Por lo demás, el escenario que encontraron a su llegada los viajeros confirmaba las negativas descripciones e impresiones dadas por los observadores tras la caída del dictador Macías. El terror del anterior régimen ha diezmado la población de todo el territorio, los cuadros profesionales y técnicos prácticamente han desaparecido por el exterminio físico o el exilio, la infraestructura de obras públicas, comunicaciones, electricidad, hospitales y escuelas se halla en una situación de casi completo abandono, la Administración del Estado carece de los medios indispensables para realizar su labor, la agricultura de exportación se encuentra bajo mínimos, la modesta estructura industrial ha sido desmantelada y la dieta alimenticia de la población necesita un sustancial complemento proteínico para los niños y los ancianos. Tal vez este siniestro panorama pudiera servir para que quienes se llenan la boca con grandes frases -y a los que Televisión Española da caluroso cobijo- sobre realidades que desconocen y que, en cualquier caso, no sufren se tomaran el mínimo trabajo de informarse acerca de situaciones sobre las que opinan con excesiva audacia. Las responsabilidades de¡ colonialismo español en Guinea son muy grandes, pero no son menores las de Francisco Macías y sus asesores españoles, que reprodujeron, a escala ampliada, las prácticas genocidas y la corrupción desenfrenada de la más sanguinaria dictadura.
Las autoridades de Guinea Ecuatorial han planteado al Rey un amplio cuadro de necesidades y han pedido a la España democrática, sin rodeos, ayuda para reconstruir su economía, restablecer la Administración del Estado, dotarse de instalaciones, equipos sanitarios y educativos y financiar sus déficit presupuestarios. Aunque España no sea una gran potencia, no parece que la ayuda a una nación de menos de 250.000 habitantes, con una renta per cápita de 125 dólares (frente a los 4.000 de nuestro país), sobrepase nuestra capacidad económica, máxime cuando !a deuda moral con esta antigua colonia no puede medirse estrictamente en términos monetarios. Por lo demás, España no estaría sola en este programa de reconstrucción de Guinea Ecuatorial si las gestiones del ministro de Economía con los organismos internacionales, a fin de coordinar la asistencia financiera y técnica, tienen un final feliz y marcan un nuevo estilo en nuestra política comercial intenacional.
En este envite, España se juega algo más que el pago de una deuda histórica. Es un secreto a voces que la diplomacia francesa está intentando englobar, de alguna manera, a Guinea Ecuatorial en sus proyectos estratégicos de expansión en el Africa negra, a medio camino entre la nostalgia de su imperio perdido, de la grandeur irrecuperable, de la manipulación en el Magreb y de los diamantes de Bokassa. En este contexto conviene destacar la propuesta del presidente Obiang de crear una comunidad hispano-afro-americana de naciones que encuentre sus raíces históricas en un idioma, una cultura y una tradición comunes. Sería deseable que el asombro puramente pintoresco de los corresponsales alemanes al escuchar cómo una banda de ecuatoguineanos ejecutaba impecablemente pasodobles pudiera algún día extenderse a un respetuoso reconocimiento de la huella de nuestra cultura -por pequeña que sea- en el Africa negra.
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