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El entendimiento entre los pueblos de España y Marruecos merece mayor seriedad

Los pasados días 8 y 9 se desarrolló en Marraquech, un encuentro de intelectuales españoles y marroquíes. Ha sido el segundo que las mismas personalidades han celebrado desde la publicación, en mayo de 1978, de un manifiesto que preconizaba el establecimiento de un diálogo con perspectiva de futuro, al margen de las colisiones circunstanciales entre los Gobiernos.En medio de un conflicto grave en el Magreb, en el cual España y los españoles se vieron, se ven y se verán implicados, institucionalizar coloquios como este, que pretenden esclarecer el presente y preparar el futuro, sólo puede merecer aplausos. Sin embargo, para ser eficaces, para realizar algo concreto sobre un objetivo tan digno de tomar en serio, los coloquiantes necesitan una cierta representatividad, una imprescindible homologación y la garantía de su desvinculación con los proyectos propios del Estado.

Es condición sine qua non para dialogar que exista la voluntad y la posibilidad de que ambas partes puedan y quieran exponer sus respectivos puntos de vista, confrontarlos, y que de esa confrontación surja algún tipo de proyecto común. Para algo el manifiesto original sugiere, nada menos, que se habla en nombre de los que se presentan como intereses vitales del pueblo español y del marroquí.

En este sentido, el coloquio de Marraquech deja mucho que desear. En él se han sentado frente a frente dos partes muy desigualmente compuestas. Españoles a título totalmente personal, escritores, profesores, periodistas, estudiantes y marroquíes diputados, dirigentes de partidos políticos, funcionarios del Gobierno y hombres de negocios. Como resultado lógico resultó un diálogo desequilibrado en el que los españoles no pudieron -bien es verdad que tampoco parecían quererlo- responder a las recriminaciones benévolas de los marroquíes sobre «el incumplimiento por España de los términos financieros del convenio de pesca, la depreciación de las riquezas pesqueras marroquíes, la hostilidad visceral de la prensa española hacia Marruecos, la incomprensión de los partidos, y sobre todo de la izquierda, «por la causa nacional de la integridad territorial». Naturalmente que no se hubiera tratado de refutar hechos reales, pero sí al menos de mostrar el otro lado, también poco lisonjero de la moneda.

Peor aún, los marroquíes no representaban realmente a la opinión pública de su país, ni los españoles la del suyo. El partido Istiqal, o los originarios del Norte, monopolizaban el coloquio por los primeros. En consecuencia, otras fuerzas y sectores importantes lo boicotearon, primero, con su inasístencia, e incluso, como la prensa del partido mayoritario en el Parlamento, con su ignorancia total del encuentro.

"Lobby" promarroquí

Se comprende, hasta cierto punto, que Marruecos, aislado internacionalmente en su postura sobre el Sahara, se apoye preferentemente en un grupo de españoles que constituyen, por convicción propia, y de una manera quizá espontánea, una especie de lobby promarroquí. Para confirmarlo, algunos presentaron ponencias que bien pudieran incluirse en el activo de lo que podían haber propuesto los marroquíes, como la verdadera requisitoria de Juan Goytisolo contra el vandalismo de los colonizadores españoles de este país.Se trata probablemente de un error de apreciación grave por parte de los marroquíes, que, en realidad, orientan más sus actuaciones hacia su propia opinión pública. que hacia la española. Con mucho acierto, José M. Castellet pidió, al clausurar el coloquio, «que los políticos nos dejen a los intelectuales dialogar sin mediatizar nuestros asuntos». Esta mediatización parecía particularmente notoria con respecto al túnel o puente sobre el estrecho de Gibraltar, que, por las circunstancias especiales en que fue propuesto, se ha elevado al rango de proyecto por excelencia a perseguir por Rabat en sus conversaciones con Madrid.

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Resulta cuando menos inocente oír al director general de Carreteras de Marruecos proclamar ante el auditorio su convencimiento de que durante la visita del rey Juan Carlos a Fez, en junio,se había decidido en firme unir con un puente las dos orillas del Estrecho. El ingeniero Antonio Fernández Ordóñez demostró la impracticabilidad del propósito en el estado actual de los avances técnicos, a lo cual el citado director marroquí replicó, con cierto candor, que ingenieros franceses le habían dicho que sí es posible construirlo.

Mucho más inocente, claro, fue la intervención del periodista Gómez Salomé, que, en sustancia, consideró que la clarividencia del rey Hassan II y la fe en el hombre y sus capacidades era lo único necesario para acometer el proyecto. Bien es verdad que, a pesar de su fe, Gómez Salomé estuvo a punto de protagonizar el único incidente del coloquio y lograr que éste no tuviera lugar, cuando la policía del aeropuerto de Casablanca estuvo a punto de ponerle en un avión de regreso. Al parecer, una circular de la Seguridad de 1973 no retirada consideraba persona non grata al periodista.

No. El entendimiento entre los pueblos de España y Marruecos merece una seriedad mayor que la que hasta ahora se le ha prestado. La buena disposición de unos cuantos hacía él no basta. Es verdad que la mayoría de los coloquiantes marroquíes profesan un verdadero afecto hacia España, que consideran una segunda patria, y a la que agradecen que incluso durante el protectorado les permitiera degarrollar su personalidad de auténticos marroquíes. La amistad de éstos es realmente grande, y su hospitalidad extraordinaria, pero, a fin de cuentas, no se puede ser solidario de la solidaridad y amigos de la amistad.

El entendimiento de los pueblos de España y Marruecos es un proyecto muy serio que debe seguir adelante, al margen de partidismos y coyunturas políticas. El Gobierno español, la embajada española, deberían, por lo menos, interesarse por él. Pero para entenderse tienen que hacerlo los marroquíes y españoles del Norte, Sur, Este y Oeste. Es necesario aceptar, y no eludir, la realidad de los criterios diferentes respecto al Sahara, que condiciona nuestras relaciones hoy, y hacerle frente al problema de Ceuta y Melilla, que puede enfrentarnos mañana. Esto no lo van a hacer sólo los españoles promarroquíes, ni los marroquíes proespañoles.

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