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Críticos y autores confirman la decadencia del teatro

La crisis, la decadencia y la muerte del teatro fueron las constantes de la mesa redonda de teatro celebrada el pasado miércoles en el Ateneo de Madrid, dentro del ciclo sobre literatura y crítica españolas contemporáneas, organizado por la Asociación Colegial de Escritores y el Ministerio de Cultura, con la intervención de diez críticos y dramaturgos, quienes, en su mayoría, denunciaron la actual política del Gobierno en materia teatral y los montajes del Centro Dramático Nacional.Presentados por Francisco García Pavón, cada miembro de la mesa expuso a grandes rasgos los temas y problemas del teatro en España. Juan Emilio Aragonés señaló la incongruencia de que el teatro dependiera de los Ministerios de Cultura e Interior, que ha dado lugar a numerosos conflictos. La mayor parte de su exposición estuvo dedicada a las dificultades económicas para la supervivencia del teatro y la programación del Centro Dramático Nacional, «que hace aflorar los teatros nacionales del franquismo», así como la ausencia de los autores del «teatro silenciado».

Miguel Bilbatúa preguntó si merece la pena que el teatro continúe en la actual situación, cuando no puede existir por motivos económicos un teatro como hecho público y cultural. Después de denunciar «la desastrosa política del Gobierno de UCD», que dedica al teatro unos presupuestos tercermundistas, señaló el problema de la descentralización, y la necesidad de la búsqueda de un nuevo público. Para Pablo Corbalán, la crisis del teatro se inserta en la crisis general de la sociedad y de la cultura. En este sentido calificó de muy grave el intento de satisfacer a un público nostálgico con obras de Arniches y los Quintero, que se reponen como recurso.

Ana Diosdado insistió en la supervivencia del teatro, quizá superado por otros medios, como el cine y la televisión, y convertido en un placer elitista. La actual confusión afecta a los autores, actores Y público, en un planteamiento del teatro como negocio o cultura. Manuel Gómez Ortiz señaló que está desapareciendo la tendencia natural de hacer y presenciar teatro, por lo que se está convirtiendo en una actividad exquisita, sin que se haga nada por su promoción. «El Estado se encarga de machacar esta afición y deja manos libres a los empresarios mercachifles que no les interesa ni el teatro ni la cultura.» También cuestionó la programación «nefasta» de TVE y el papel de la crítica.

Eduardo de Guzmán aportó la perspectiva histórica de la crisis teatral, económica y de calidad, situada a partir del Siglo de Oro, aunque había que plantear si la palabra es todo el teatro, y si éste debe ser dedicado a una minoría o a la totalidad del pueblo español. Lorenzo López Sancho, ante la ausencia de autores y actores en el auditorio de unas sesenta personas, manifestó que el teatro interesa más al público que a las gentes de la profesión, y preguntó si ha dejado de ser un hecho artísticamente legítimo. «Como manifestación de arte ha perdido el carácter de fiesta, y lo que ocurre en el escenario no tiene interés.» Consideró un error la política del Ministerio de Cultura, que hace espectáculos suntuosos, con derroche de millones, como en Los baños de Argel. Lauro Olmo calificó de «política de brillantez» a los teatros nacionales, y pidió que el Bellas Artes tuviera carácter de taller para nuevos autores. Antonio Valencia y Basilio Gasent recordaron las experiencias de La barraca, El búho y las Misiones pedagógicas.

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