Courreges
Yo, que me niego a hacer publicidades pagadas, no tengo ningún inconveniente en hacerle publicidad gratuita (y no sé si positiva o negativa) a Courreges (con todo mi respeto para los VIP o estrellas Supernovas de la vida española que hacen publicidad y la cobran).El otro día me lo dijo Luis Rosales:
- Tú eres una estrella y el estrellato hay que aprovecharlo para todo.
Y Juana Biarnés me prequnta en una entrevista:
- ¿Tú de pequeño ya querías ser estrella?
- Yo, de pequeño, quería ser Amparo Rivelles, que era la estrella de moda.
Estrella o no, no soy de las estrellas que anuncian cosas y hacen bien, pero es que Courreges me parece más que una cosa, más que un producto, más que una moda. Courreges es nada menos que mi señora. mi santa esposa, o sea que llevo toda la vida casado con Courreges. Cuando se me pone delante con la cesta de la compra, lo primero que veo escrito en ella es Courreges, bien lleve blusa, suéter o camisola. He llegado a pensar que yo sólo trabajo para Courreges, sólo escribo para Courreges, y que soy un escritor malogrado, aunque con aptitudes, como bien sabe y razona Rafael Conte, por culpa de Courreges (esto de Courreges es lo que no sabe Conte).
Decía Manuel Alcántara que él escribía para varios taberneros madrileños. Yo escribo para Courreges, Manolo, amor. Claro que también otras señoras o señoritas, gachilillas, jais y chorvas dernieres que se me cruzan, van de Courreges, pero con el respiro para mí de que su ropa Courreges se la paga el marido, el papá que estuvo en Brunete o un señor muy amigo de la familia, y que no se sabe bien de qué lado estuvo.
Antañazo, cuando yo era un gañán/boy, todas iban de Schiaparelli, Pedro Rodríguez, Dior, Saint-Laurent, o vestidas por mis queridos arnigos Herrera y Ollero o por una prima pobre de mamá, que cosía para fuera.
Uno, como estaba más en el mundo, se sabía las grandes firmas de la costura francesa como las grandes (y pequeñas) firmas del Figaro Literario. Hoy, como uno va estando carroza y, nadie es profeta en su siglo, sino en el anterior, yo he tardado un tiempo en aclararme quién era Courreges y de qué iba: ¿una firma, una palabra, un capricho, un apellido, un señor? Hoy veo por una revista francesa que es un señor y se llama André. Bueno, pues yo mantengo una pluralidad de relaciones matrimoniales extra matrimoniales /prematrimoniales, experiencias paralelas Y cosas con el señor Courreges, estando el en París y yo en Madrid, y no habiendo en nosotros vicio griego ninguno, como por mi parte puedo certificar (Courreges no sé de qué va), ya que, como dice Oriol Maspons, los griegos de hoy no son más que unos turcos.
Pero es que cada vez que le miro a una madama o jeune feuille en fleur el busto enalanado de seda, lana virgen o respetuosa, lino o piel de melocotón textil, me encuentro con la palabra Courreges como una advertencia, como una marca, como un hierro de ganadería, como un precio, como un distintivo de clase, casta o familia. La aristocracia Courreges es la nueva derecha ilustrada, en España, una elegancia urgente que uno quisiera asir en su paso veloz, como la túnica de la Victoria de Samotracia (que a lo mejor también era Courreges).
Uno se quedó en Pierre Cardin, que nos daba una elegancia parísino/cortefiel a los yeyés de los sesenta, y en eso he seguido, pero muy virado a la pana pasota y la lana sindical sin cardar, aunque haya quien diga que cardo la lana y me llevo la fama. Pierre Cardin y yo proyectamos una vez un encuentro en Madrid, motivado por mi frase «soy un quinqui vestido por Pierre Cardin» (que ha servido a todos los críticos para citarla equivocada y no leerse mi libro). No pude asistir al encuentro, pero te ruego me eches una mano, Pierre, frente a la invasión Courreges, que me tiene discriminado, arruinado y sin comerme un rosco.
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