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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El aislamiento del PCE

AUNQUE TODAVIA con algunas vacilaciones y titubeos, el PCE parece iniciar uno de esos pronunciados virajes de los que se nutre su historia. Su airado y frontal rechazo del Estatuto de Galicia y del Estatuto de los Trabajadores no parece tener como único motivo sus comprensibles discrepancias con el contenido de ambos textos.El sufragio desigual no es una característica exclusiva del sistema electoral para el Parlamento gallego. También se halla presente no sólo en el sistema mayoritario para el Senado, sino también en las correcciones a la proporcionalidad y en los mínimos provinciales, establecidos para la elección de diputados. Y el porcentaje de sufragios necesario para poder acceder al Parlamento gallego es una viciosa norma de derecho electoral que los propios comunistas esgrimieron, por ejemplo, para convencer a la señora Sauquillo y a la candidatura del PT-ORT de que se retiraran de los comicios municipales de abril.

Tampoco el Estatuto de los Trabajadores cubre, evidentemente, los óptimos del PCE, y es verdad que los acuerdos entre la CEOE y UGT dejaron injustificadamente al margen de las negociaciones a CCOO. Ahora bien, tratar de vender la idea de que el Estatuto es un retroceso respecto a la legislación franquista resulta poco serio y sienta las originales bases para el desarrollo del marxismo-gironismo. Y no es tampoco seguro que CCOO no hubiera caído también en la tentación, como sugieren sus idilios con el anterior ministro de Trabajo, de conseguir un trato preferente con la patronal del señor Ferrer.

Parece superfluo indicar que el PCE está en su perfecto derecho a cambiar de orientación táctica, o incluso estratégica. Pero ese probable nuevo curso no parece tanto una iniciativa ofensiva como una reacción defensiva ante los previos cambios de actitud del Gobierno y del PSOE. Los dos grandes partidos, uno en el poder y otro en la oposición, han resuelto sustituir el antiguo consenso amplio, que incluía al PCE y también a AP, por otro restringido y escorado hacia el bipartidismo imperfecto. Santiago Carrillo, al hacer el nostálgico canto al consenso perdido, ha señalado que la votación negativa del PCE al Estatuto gallego es el precio que UCD tiene que pagar por su exclusión.

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Ahora bien, el «aislamiento» del PCE en la actual coyuntura política es sólo relativo. El pacto municipal de socialistas y comunistas sigue funcionando, y no es previsible -al menos a corto plazo- su ruptura. Tampoco es fácilmente imaginable que el PSUC sea mantenido al margen de algunas responsabilidades de gobierno en la futura Generalidad. Y dentro del Congreso no faltan diputados centristas y socialistas dispuestos a no rechazar las enmiendas de los comunistas exclusivamente en razón de su lugar de procedencia.

De otro lado, el aislamiento actual de los comunistas parece mayor de lo que realmente es, por la comparación entre el momento presente y la etapa, constituyente. Desde que Suárez, en abril de 1977, legalizó al PCE, la cooperación y el entendimiento del presidente del Gobierno y la minoría comunista fueron muy grandes. Del otoño de 1977 a la primavera de 1979, UCD y PCE aprisionaron enuna garra de tenaza al PSOE y monopolizaron, en la práctica, la iniciativa política. Los pactos de la Moncloa y el consenso constitucional no hubieran sido posibles sin esa colaboración, que obligó al entonces oscilante e inmaduro PSOE a entrar por esa senda y le privó de capacidad de maniobra para ofrecer otras alternativas.

A partir de las elecciones legislativas y municipales, el Gobierno cambié de actitud. ¿Cuáles son los motivos que explican la decisión gubernamental de romper su alianza de hecho con el PCE y desencaclenar una campaña a veces trivialmente anticomunista? Las presiones institucionales e internacionales, la confianza en las propias fuerzas de UCD después de su éxito en las legislativas, la reorientación del PSOE y la UGT hacia posiciones de colaboración y el temor a que el pacto municipal se ampliara a otros terrenos son algunas de las razones que podrían dar cuenta de ese brusco giro.

El actual hostigamiento del PCE aporta nuevos elementos de tensión a una situación ya de por sí bastante conflictiva. Hasta hoy, el verdadero aislamiento del PCE se había venido produciendo por su izquierda. Si a las agresiones que los comunistas reciben de los nacionalistas radicales y de la izquierda extraparlamentaria se une ahora su expulsión de las zonas de influencia sobre el poder y de los centros de elaboración legislativa, y quizá más tarde el entorpecimiento de su acción sindical y la ruptura del pacto municipal, el partido de Santiago Carrillo se quedaría sin su actual espacio político. No es imposible que el eurocomunismo pueda ser emparedado y laminado por la acción combinada de centristas y socialistas, por un lado, y del nacionalismo radical y la izquierda extraparlamentaria, por otro. Pero el resultado final no sería la desaparición de ese partido -aunque sí tal vez de algunos de sus dirigentes-, sino su emigración hacia los campamentos del radicalismo, en compañía de una buena parte de sus casi dos millones de votantes. La súbita vocación galleguista de los señores Carrillo y Solé Tura, todavía más insólita cuando se recuerda la escasa implantación actual de los comunistas en Galicia, parece todo un aviso, al igual que la actitud teñida de demagogia del señor Camacho a propósito del Estatuto de los Trabajadores.

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