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Crítica:LOS CONCIERTOS DEL REAL
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Grandes triunfos de Martha Argerich y López Cobos

Martha Argerich es una pianista sensacional, uno de los nombres que definirán, en la historia, el pianismo contemporáneo. Hemos tenido la suerte de escucharla, en Madrid, por partida doble: en un recital y con la Orquesta Nacional, bajo la dirección de Jesús López Cobos. Escribir sobre la Argerich resulta difícil, pues lo será siempre razonar desde el asombro. Y la pianista argentina deja a cuantos la escuchan literalmente asombrados. ¿Qué se puede decir después de oír su Séptima sonata o su Tercer concierto, de Serge Prokofiev? ¿Cómo intentar explicar a quién no estuvo presente, los mundos sonoros de los tiempos centrales, las gradaciones de color, la exacta vertiginosidad mecánica en los «rápidos», la potencia sonora, que parece no tener límite, la flexible gradación de intensidades, la diferenciación de planos, el sistema perfecto de relaciones que equilibran su juego hasta hacerlo suntuosamente rico, hondamente poético, cantábile desde un «legato» que hace arco o voz del gran instrumento mecánico que es el piano? Sobre todo: qué inútil la explicación desde el lenguaje escrito de cuanto, por naturaleza, pertenece a otro lenguaje; qué darse «con la cabeza en la pared» sin poder evidenciar, desde aquí, los mundos diversos y completos que Martha Argerich creó. Porque junto al fulgurante virtuosismo y la lírica de un Prokofiev que alberga, en sí mismo, tantas herencias -orden clásico, atmósfera impresionista, piano percusivo, feria barroca de disonancias-, nos dio Martha la analizada serenidad de Bach (segunda partita), en la que cada mano mantenía un «color» para bien diferenciar y evidenciar las líneas, al tiempo que, desde un punto de vista formal y expresivo, cada número o aire de danza erigia su propia unidad estilística y todos se articulaban en una concepción total de la obra. Rigor, sobriedad y, también, «arte de tocar con fantasía», hasta conseguir un Bach fresco, vivo, fascinante. El «ideal sonoro», el modo de «pensar la música», cambió de improviso ante la medida de otros pentagramas: los de la tercera sonata de Chopin, negada a toda retórica, construída internamente con tan segura firmeza que todo parecía genial improvisación, creación momentánea. Sólo escuchar a Martha Argerich el «scherzo» o el «lento» de Chopin, el «capricho» de Bach, el «andante caloroso», de Prokofiev, cualquiera de los movimientos de las obras elegidas supone extraordinaria experiencia de fruición musical. Porque ella quiso, los «encores» fueron únicamente dos, ya que, por parte del público podrían haber sido seis, diez o mil.Jesús López Cobos

Una inmensa oleada de aplausos y «bravos» coronó la interpretación del «Concierto en do mayor», de Prokofiev, en el que Martha Argerich estuvo asistida magníficamente por López Cobos y la ONE. Más que asistida: se trató de un «hacer en compañía», instalados, maestro y solista, en idéntico criterio.

El maestro español, recientemente designado director general de Música en la Opera de Berlín es, por temperamento y formación, revalidados por el éxito, hombre en el que el mundo del concierto y el de la ópera, se alían. Algo de tal síntesis explica la versión excelente que nos dio de la primera sinfonía de Mahler, quien fue, por cierto, gran director teatral y sinfónico, factores muy a tener en cuenta para entender su obra de compositor. La «primera» de López Cobos tuvo «estilo narrativo», color, gesto; pero, de modo especial, tuvo en el mejor sentido del término, teatro, acción y sentimiento dramático-musical. Entonces, cada uno de los tiempos, cada uno de los pasajes, actuaba en nosotros de manera diferente a la habitual. La aparición de un «lied», la evocación de un aire popular callejero, el talante de lo «grotesco», hacía su aparición con valor de «personaje» y el desarrollo musical se tornaba «acción» y los mil recursos de la instrumentación, dimensión escénica, y la planificación sonora, espacio de gran panorámica. Con gran poder expresivo, con natural flexibilidad y desde una gama de intensidades amplísima -sin que el sonido resultara nunca forzado, ni endurecido-, Jesús López Cobos nos enseñó, además, cuanto Mahler tiene de resumen, complacencia y resistencia respecto al mundo que le tocó vivir y, en mucho, determinó los perfiles de su mensaje. ¿Quién dijo que el público de los viernes era frío? Lo hemos escrito todos, y con razón. Martha Argerich y Jesús López Cobos lo convirtieron, de un golpe, en comunidad entusiasta hasta el grito.

Buena acogida la dispensada al «Homenaje a Sarasate», en la que Leonardo Balada «transfigura» el célebre «zapateado» del violinista navarro. La persistencia del ritmo y la manipulación de los temas sirven como «punto de partida» a una pieza orquestal brillante, rica de armonías y de timbres.

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