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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Nobel de Economía y el Tercer Mundo

UNO DE los grandes mitos del siglo XX ha sido la ciega confianza en que los países pobres del planeta, cuya actividad fundamental es la agricultura, podían pasar del atraso y estancamiento a la prosperidad y la abundancia mediante el desarrollo de una poderosa industria pesada y la drástica reducción de la población activa campesina. Los logros iniciales del estalinismo, con su elevadísimo coste humano y social, han desembocado, sin embargo, en una crisis generalizada del nuevo modo de producción, visible tanto en la URSS como en las llamadas democracias populares. El experimento chino del «gran salto hacia adelante», con sus altos hornos artesanales y la abolición de la división social del trabajo en las comunas, terminó en un espectacular fracaso y en la huida también hacia adelante de la Revolución Cultural, cuyas catastróficas consecuencias económicas tardarán muchos años en ser reparadas.Pero nadie escarmienta en cabeza ajena, sobre todo si la intoxicación propagandística -patente, por ejemplo, en las películas del realismo socialista dedicadas a la apología de la industrialización acelerada- y las resonancias emocionales encuentran un terreno abonado en la miseria y el atraso de los países liberados del colonialismo, tan necesitados de esperanzas como de alimentos. Así, otras naciones del Tercer Mundo dieron la espalda a sus sistemas tradicionales de explotación agrícola y, bajo la dirección iluminada e implacable de líderes sacralizados y partidos únicos, se lanzaron a la insensata aventura de invertir todos sus recursos en la creación megalómana de un sector de industria pesada. La Guinea de Sekú Turé o la Ghana de Nkrumah, ricas en recursos naturales e incluso en capital humano, en relación con otros países subdesarrollados, emprendieron esa vía -que llevó a René Dumont a concluir que «Africa había partido mal» en su nueva ruta hacia la independencia- y condujeron a sus países a la ruina económica y a la congelación de la sociedad dentro de estructuras autoritarias.

La incompatibilidad entre el desarrollo económico de los países atrasados y el binomio «industria pesada-burocratismo» confiere especial significación a la concesión del Premio Nobel de Economía a Arthur Lewis y Theodore Schultz por sus trabajos sobre el crecimiento en esas áreas de pobreza. Si bien los dos laureados economistas mantienen puntos de vista contrapuestos sobre muchos temas, especialmente acerca de la conveniencia de economizar o no mano de obra en la agricultura tercermundista, ambos coinciden en su diagnóstico de los daños ocasionados por las estrategias ostentatorias en favor de las plantas siderúrgicas, las compañías de aviación o las obras públicas suntuarias. Tanto-Schultz como Lewis han llamado la atención sobre la enorme importancia de la educación en los procesos de desarrollo y han subrayado, aunque con diversos tonos, el decisivo papel de la agricultura en esos países.

Arthur Lewis ha criticado, por ejemplo, a los Gobiernos que, por razones demagógicas, mantienen bajos los precios interiores de los productos agrícolas de exportación y no consiguen, con esa política, más que hacer descender la producción y fomentar el contrabando hacia los países limítrofes dotados de un sistema de precios en consonancia con el mercado internacional. La caída en vertical de la producción de cacao en Ghana, que había llegado a ser el primer país cultivador de ese renglón, y el tráfico clandestino hacia Costa de Marfil es un ejemplo de esa equivocada política, que en la Guinea de Macías llegó al límite extremo. Schultz, por su parte, ha condenado la tendencia de los gobernantes de los países atrasados a olvidar o incluso a asfixiar a las pequeñas explotaciones agrícolas.

En definitiva, como señalaba uno de los miembros del comité que ha otorgado el Premio Nobel, los dos economistas laureados este año creen que «los políticos sólo tienen interés en el poder y. en mantener el mayor control sobre su ejercicio, en tanto que los agricultores se interesan por la eficiencia». Ahora que España inaugura, a través de su aproximación a Guinea Ecuatorial y de su incoada política internacional en el área de los no alineados, una diplomacia orientada hacia el Tercer Mundo, bueno sería que nuestros políticos y funcionarios, además de no aceptar los diamantes de los Bokassa de turno, leyeran con atención las obras de Arthur Lewis y Theodore Schultz y no olvidaran sus observaciones.

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