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Un poco de seriedad para la investigación

Hace meses (7-I-1979), en estas mismas páginas, exponía algunas ideas sobre la Necesidad de una ruptura en política científica. Hoy vuelvo sobre el tema con la intención de pedir un poco de seriedad. Cuando aún no ha llegado a muchos centros del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) la reestructuración del ministro Cavero (real decreto de 30-XII-1977), se nos anuncia para el 30 de octubre la reestructuración del ministro Seara.Ambas reestructuraciones o, si se quiere, la reestructuración y la idem de la anterior puede que sean objetiva y técnicamente perfectas. Podemos admitir incluso, con fundadas reservas, que los encargados de su elaboración son personas idóneas por conocimientos y honestidad, pero discrepamos rotundamente con el método seguido, por segunda vez en un corto período de tiempo.

En un primer acercamiento al diagnóstico sobre la ciencia, las coincidencias son totales: globalmente nos encontramos en situación que unos calificamos de grave y otros de crítica; cuestión de matices. Hasta aquí hay consenso. No es tan fácil saber qué quiere la sociedad de nuestra investigación, y esto hay que decirlo ya y lo más claramente posible. ¿Qué hacer con este cuerpo moribundo? ¿Revitalizarlo en su totalidad?, ¿mantenerlo en hibernación?, ¿trasplantarle órganos supradesarrollados?, ¿amputar?, ¿inyectar indiscriminadamente?...

Prioritario nos parece el fijar con claridad el proyecto de objetivos globales, de grandes líneas, y esto nos parece responsabilidad de la sociedad toda. Luego vendrán Jas leyes, los decretos, las reestructuraciones, las recetas..., pero no antes. Que sepamos, cuando ya se ha iniciado la segunda reestructuración, no existe lo que podíamos llamar plan de política, científica del Estado o plan de investigación y ciencia, o como quiera que se llamase el problema no es de semántica.

El profesor Laín, en una serie de artículos sobre Nuestra ciencia, exponía de forma lúcida: «Más que de una buena ley, yo -en este caso, al menos- preferiría hablar de un buen plan: una pauta de acción que prevea con claridad el fin a que se aspira, las grandes líneas de acceso hacia él y, en forma flexible y revisable, las sucesivas etapas del camino a la vista.» (EL PAIS, 13-11- 1979.)

Más arriba decía, intencionadamente, que el acotar metas y objetivos globales es misión de la sociedad en general, aunque la responsabilidad última de su orquestación sea gubernamental. El tema, excepcionalmente, así creo que lo requiere por las siguientes razones:

a) Hablamos de objetivos para lustros, lo que sobrepasa en tiempo y responsabilidades directas a cualquier mandato legislativo.

b) Hemos de ser conscientes de la penuria de aportación autóctona en los temas relacionados con la organización de la ciencia y de la limitada audiencia que este tipo de debates ha tenido en las últimas décadas. Por ello, no hemos de permitirnos el dejar fuera de este esfuerzo ninguna opinión capacitada.

c) El objetivo requiere más reflexión acumulada e imaginación que la que, por razones obvias, puede generarse en las estructuras de los partidos (para constatarlo, remito al lector al texto Los partidos políticos frente a la política tecnológica, Fundación del INI. A pesar de tratar una faceta del tema global, puede ser fundamento de la argumentación).

d) Por último, mencionar de pasada la importancia que cara a nuestra independencia como Estado tiene una sólida estructura científica y el papel que en materia de cooperación científico-técnica podemos jugar, papel que pasa por la elaboración de una «política exterior para la ciencia y la tecnología», sólo factible cuando se tengan despejadas las premisas básicas.

Entendemos que una comisión parlamentaria (no alcanzo a matizar si de Cámara alta o de la baja debería tratarse) podía ser el marco idóneo para promover, encauzar y dar forma al gran debate nacional sobre la investigación que el país necesita. Luego, el Gobierno, sobre estas bases, acotaría su posición posibilista ante la investigación y la ciencia. Entonces, y no ahora, entiendo que sería el momento de legislar y reestructurar.

Comparto la opinión del presidente de la Asociación del Personal Investigador del CSIC al afirmar que las honrosas excepciones que a la investigación se dedican con seriedad en el país están tentados de decirle a tanto legislador: « ¡Que investiguen ellos! »

Por otra parte, síntomas y hechos concretos de unas ciertas «directrices» no explicitadas inquietan al colectivo de la investigación: ¿desmembramiento del CSIC?, ¿concentración de centros?, ¿privatización?... De lo último hay más que síntomas. Una reciente orden de Presidencia . de Gobierno (15-III- 1979) pone de forma aplastante los consejos técnicos de los centros de investigación que reciben fondos por tasas y exacciones de las industrias en manos de la patronal.

Así las cosas, se está produciendo una esclerotización en los organismos estatales de investigación, respecto a los cuales se han tomado pocas decisiones más que la de reducir sus presupuestos, creando así el clima más apropiado para anidar la frustración y el descontrol. Los investigadores de centros oficiales comprenden que no cuentan, por más que reivindiquen la sagrada misión de hacer ciencia. Quedan apenas encasillados en centros que, posiblemente desde sus orígenes, no están pensados ni preparados para producir los conocimientos que el país requiere.

Desde la industria, a su vez, casi nadie cree que la tecnología que España necesita será aportada por los actuales institutos de investigación españoles. Muchas empresas prefieren un eficiente servicio de telex y traducción antes que disponer de equipos propios de investigación. Es difícil, sin embargo, decir que hacen mal o se equivocan; todo depende de los objetivos que el país elija para su propia ciencia. Estos objetivos no deben postergarse si de verdad España pretende algo más que seguir comprando la tecnología necesaria de cada día.

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