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Crítica:LOS CONCIERTOS DEL REAL
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Barenboim y la Orquesta de París

Por obra y gracia de la iniciativa privada -Ibermúsica, en este caso-, la temporada madrileña se inicia del modo más brillante: tres conciertos de la Orquesta de París, con Barenboim, otro del dúo Bruggen-Leonhardt y las presencias de las Sinfónicas de Detrolt (Dorati) y Bamberg (Loughram), a más de la Filarmónica de Israel (Zubin Mehta). En noviembre y febrero tendremos una serie de seis recitales pianísticos de Barenboim, con lo que el gran músico nos será hondamente conocido.Si la carrera pianística de Barenboim es larga, a pesar de la juventud del intérprete argentino, ya que se inicia en 1954, la de director de orquesta comienza hacia 1967. De entonces acá, Daniel Barenboim se ha hecho un prestigio grande y domina un repertorio de tanto empeño como extensión. No fue nunca Barenboim amigo de lo fácil y, una vez más, lo ha demostrado en su visita a Madrid: tras el programa Berlioz ha acometido la Octava Sinfonía, de Bruckner; la Novena, de Schubert, y El mar, de Claudio Debussy.

Orquesta de París

Director: Daniel Barenboim. Obras de Bruckner, Debussy y Schubert. 9 y 10 de octubre.

La obra bruckneriana es partitura de alta complejidad, y si en la intención resulta hermana de la Séptima, en grandeza de estructura, en diversificación de elementos, en potencia expansiva e instrumental, la Octava supera a todas sus compañeras. «En la dispersión de la intensidad melódica -escribe Martinotti-, en el fraccionamiento minucioso del material musical, descansa la estructura-mosaico, que hace de la «octava» anuncio mahleriano. Ordenar un mundo multiforme, cuya expansión ilimitada se torna algo sustancial, tal anota Furtwaengler; lograr la más efectiva disposición de las tensiones a lo largo del formidable desarrollo del movimiento inicial; llegar a evidenciar la unidad esencial del inmenso total; impostar en una significación general los hallazgos geniales, las aceptaciones más simples y casi vulgares, las reiteraciones retóricas, es obra de músico grande y maduro. Barenboim ofrece la estupenda experiencia de una anticipada madurez. Por lo segundo escuchamos tranquilos y admirados, habitamos la gran catedral que sabe construir; por la anticipación, que es juventud, todo se nos da con una dosis de pasión que, más adelante, se tornará serenidad recóndita dentro de largos «espacios místicos».

Algo análogo cabría decir de la Novena, de Schubert, raíz y madre de todo el gran sinfonismo posirornántico en unión de la Novena, de Beethoven y de la concepción sinfónico -dramática de Wagner. Me parece, sin embargo, que la fuente de Schubert es antecedente directísimo, si bien lo que en él es «Iírica», en Bruckner, sobre lírica es también mística. Hasta cierto aire provincial, en el mejor sentido del término, vuela de los pentagramas schubertianos a los brucknerianos. Hoy, cuando ese «bloque errático en medio del universo que rodeaba a Bruckner» (Furtwaengler) ha roto las fronteras del sentimiento germanista para alcanzar la universal importancia que Bruno Walter presagiaba en 1941 (después del inmenso triunfo de la Octava en Estados Unidos) y el sinfonismo de Bruckner encuentra larga audiencia, aparece más explicada la sinfonía de Schubert. Estamos ante dos tipos de «purezas»: de concepto en ambos casos, de tersura lingüística en Schubert, de complejidad de medios y estructuras en Bruckner. Ambas músicas piden recreación profunda y trascendente al intérprete y escucha activa al público. No se trata, en realidad, de algo que se nos da resuelto, sino de inmensos bosques o egregias construcciones en cuyo interior debemos aventurarnos para vivirlo y poseerlo, venciendo las posibles resistencias.

Premisa inesquivable es que se nos den como lo hace Barenboim: con la caridad de la claridad y la fuerza de la vida. Realista y cegadora, La mer, de Claudio Debussy, mostró otros ideales sonoros y distintas posibilidades de la Orquesta de París y su director. Triunfo absoluto, excepcional, gritador, coronado por un par de encores, de Brahms y Berlioz. Asistió al «adiós» de la orquesta parisiense la Reina de España.

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