Apoteosis del Papa Juan Pablo II en Nueva York
En su viaje por Estados Unidos, Juan Pablo II ha pasado su examen más difícil: Nueva York. Y su éxito ha sido total en la etapa más compleja de su viaje. Wojtyla ha triunfado en esta inmensa ciudad, este gran circo de contradicciones y de rascacielos. Esto no se lo esperaban ni los organizadores vaticanos. Durante su visita a los barrios pobres del Bronx y Harlem, el Papa tuvo palabras de aliento para quienes viven en una situación de desesperación, y antes de abandonar Nueva York, rumbo a Filadelfia, Juan Pablo II recordó que la verdadera libertad no puede existir separada de la justicia.
En Nueva York, apenas el 10% de la población es católica. No se esperaba gente por las calles y, sin embargo, Wojtyla ha sido aclamado en todas las lenguas durante las veinticuatro horas pasadas en la ciudad, casi siempre en la calle. Los observadores tenían la impresión de estar viviendo escenas mexicanas y no sólo entre los puertorriqueños del ghetto de South Bronx, sino también a su paso por las avenidas de los grandes rascacielos.Al Papa de Roma le han aclamado no sólo los católicos, sino también los protestantes, los judíos y los agnósticos. Sobre todo, los pobres, pero también toda la clase media. Para los jóvenes ha sido como un John Travolta. Se ha divertido con ellos emitiendo sonidos extraños como los indios, y riéndose, sin rebozo, a carcajada limpia, cuando los jóvenes, ante esta actitud del Papa, casi de abuelo, estallaron en un delirio como ante el cantante preferido.
Medidas de seguridad
El centro de la ciudad fue invadido por vendedores de toda clase de chismes con la imagen sonriente o pilla de Wojtyla. Una joven prostituta llamaba la atención a sus clientes en la Quinta Avenida con un gran medallón del Papa sobre el pecho.Y hemos visto también a otras jóvenes que, al paso del Papa, se les hacía un nudo en la garganta y se cubrían la cara entre las manos para esconder el llanto, murmurando: «Dios mío, es él.»
Con el Papa se han saltado en Nueva York todos los protocolos. Aunque no ha podido ser recibido como jefe de Estado, porque Estados Unidos no tiene relaciones diplomáticas con el Vaticano, ha sido un huésped de honor al que se le ha dado todo.
En las Naciones Unidas se rompió el protocolo para poder ofrecerle la silla blanca, que puede ser usada sólo por los jefes de Estado. Había existido el mismo problema con Arafat.
En la ciudad se cerraron al tráfico, por el Papa, las calles principales del centro. Un servicio especial de helicópteros vigiló continuamente todo Nueva York. Un despliegue imponente de policía, no sólo para defenderlo, que es muy difícil, porque no respeta ninguna regla de seguridad, sino para hacer una demostración de importancia ante un personaje «extraordinario», como lo ha definido el New York Times, el cual, en la noche del martes, salió, cosa excepcional para el diario más importante del mundo, con una hora de retraso, para poder ofrecer a la presencia de Wojtyla en la ciudad, con diez páginas completas y toda la primera plana con una fotografía y este título: «El Papa ha visitado a los poderosos y ha conversado con los pobres. »
Los servicios de seguridad han afirmado que se han encontrado con un problema tremendo, ya que se han acreditado para la visita del Papa 16.000 periodistas. Algo, han expresado, que nunca había sucedido en Estados Unidos.
Autoridad moral
Que el Papa ha sido considerado en Estados Unidos como una autoridad moral, capaz de condicionar hasta a los tribunales de justicia, lo demuestra mejor que ninguna otra cosa la siguiente anécdota: en Des Moines, donde llegará hoy Wojtyla, un señor tenía que presentarse ante los tribunales estos días acusado de poseer una casa de prostitución ilegal. El abogado defensor pidió el aplazamiento del juicio diciendo: «Si se tuviera en estos días, el influjo moral del Papa podría perjudicar a mi defendido.» El tribunal le ha dado la razón.En el barrio más miserable de Nueva York, donde sólo un taxista negro quiso llevarnos a un grupo de periodistas, el Papa habló en español. Llamándoles «amigos», el Papa les exhortó diciendo: «No os abandonéis a la desesperación.... y no os olvidéis que Dios preside vuestra vida, os acompaña, os llama a todo lo mejor, hacia la superación.» «Pero», añadió, «como es además necesaria una ayuda de fuera, hago una insistente llamada a los líderes, a cuantos pueden hacer algo, para que presten su generosa colaboración.»
El Papa hizo votos para que pronto se realice el proyecto de «construcción de casas donde vivir en paz bajo la mirada de Dios.»
A los negros de Harlem, el barrio más miserable de Nueva York, el Papa les habló del «gozo» de los creyentes en Jesucristo. «Un gozo», dijo el Papa, «que nadie puede frenar, porque lo gritarían las piedras mismas de la ciudad.» Y les dedicó una oración-poesía sobre la alegría cristiana.
Después de haber recorrido las calles de Nueva York, casi en triunfo, con miles de banderitas de papel que llovían desde las ventanas de los rascacielos, como sucedió con Carter cuando venció en las elecciones, o con los astronautas que volvían de la Luna, Juan Pablo Il se despidió de los neoyorquinos dejándoles, ante la estatua de la Libertad, en el Battery Park, un mensaje muy corto y muy claro:
«La libertad es el símbolo de este país generoso, que abrió siempre los brazos a todos; pero la verdadera libertad no puede existir separada de la "justicia".» «La libertad», les dijo el Papa como saludo final, «debe ser confirmada cada día con el rechazo de toda herida, desprecio o deshonor de la vida humana.»
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