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Tribuna
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La crisis como esperanza

La crisis parece haberse constituido en dimensión dominante de nuestra contemporaneidad. Crisis económica a caballo de estancamiento producido; de la inflación monetaria, del paro; de la retórica de un nuevo orden económico mundial; de la escasez que comienza a mirarnos desde tantas esquinas. Crisis política cuyas expresiones más visibles son la desparticipación popular; la imposibilidad, en las democracias parlamentarias, de pasar de las mayorías electorales de decimales, a las mayorías políticas de masas; el agostamiento en las democracias socialistas, de las iniciativas de la base, abatidas por el Moloch burocrático; los enfrentamientos armados entre países de la misma ideología; la reiteración de formas políticas inservibles en países en desarrollo. Crisis ideológica, que en los sistemas capitalistas degrada el patrimonio de lo imaginario social a letanías de tribuna y parlamento, que nadie escucha, y, en los sistemas socialistas, lo convierte en recetas de circulación obligatoria y sancionable. Crisis de sociedad, perdida en sus atollamientos, varada en sus perplejidades, sacudida en sus violencias, átona y paroxística, con un muro atorando su horizonte.Este sombrío, pero distante, inventario se torna figura amenazadora e inmediata, la semana pasada en Madrid, donde la capacidad de convocatoria de Miguel Martínez Cuadrado y de su Instituto de Cooperación Intercontinental congregaron a una treintena de relevantes personalidades aurolatinas, para que debatieran durante dos días de la especificidad mediterránea de los bienes y de los males -más de los segundos que de los primeros, como pronto se vería- presentes en sus respectivos países.

Los comportamientos sociales, los sistemas políticos, la práctica administrativa y las relaciones internacionales fueron los ámbitos en los que referidos a la Europa del Sur, se centró el discurso. En ellos la crisis fue tomando cuerpo familiar e inquietante.

La incertidumbre colectiva, el riesgo personal, la degradación de la solidaridad, el despedazamiento de los espacios sociales, la inseguridad ciudadana, el imperio de la racionalidad instrumental, la agresión gratuita, el desmoronamiento del trabajo, la hosquedad y el vacío de lo cotidiano son la trama social de nuestras vidas, las pautas dominantes en nuestra sociedad. Y, sin embargo, el protagonismo que reclaman los grupos sociales de base, la reducción de los usos de la hipocresía, las exigentes afirmaciones de lo utópico, la emergencia aun minoritaria de nuevas formas de participación son, en palabras de José Gómez Cafarena, «vías de restauración de la solidaridad herida». La vida política en la Europa Latina, tan llena de promesas hace apenas cinco años, se ha transformado, en muy poco tiempo, en paradigma de la inmovilidad, en callejón sin salida. Nunes de Almeida, miembro de la Comisión Constitucional portuguesa y brazo derecho de Mario Soares, y el prestigioso profesor italiano Alberto Spreacico, coinciden en afirmar la ausencia, en nuestros sistemas políticos, no ya de una auténtica alternativa de poder, sino incluso de una posible alternancia de partidos y hasta de coaliciones.

En efecto, la coalición de izquierdas incluye la problemática incorporación de los partidos comunistas -problemática por mor del carácter prosoviético de alguno de ellos y / o del fantasma del frente popular que todos suscitan-; y la coalición de derechas comporta la agregación de partidos de derecha-derecha de condición democrática precaria y eminentemente fungible. Con lo que sólo queda la gran coalición del centro, en la que la necesidad de conciliar tantas tendencias distintas vacía su proyecto político, neutraliza su voluntad de acción y reduce su capacidad de gobierno a la voraz reiteración de sus posiciones de poder. Y, sin embargo, contrariamente a lo que sucede en la Europa del Norte, donde la seudoalternancia que nada alterna es garantía del statu quo, aquí en el Sur, en los núcleos más alertas y responsables dentro y fuera de los partidos, la exasperada conciencia de esa parálisis empuja, cada vez más imperativamente, hacia el horizonte del cambio.

La degradación actual de los Servicios públicos y privados es dato de nuestra experiencia de todos los días. A pesar de lo cual, cuando el profesor Ladigne nos dice que la Administración francesa -no la española, no la italiana, no la portuguesa, sino ese modelo de eficacia que se asegura que salvó al Estado francés durante la IV República y sus efímeros Gobiernos- es hoy prototipo de ineficiencia y disfuncionalidad a todos los niveles (central, regional y local), nuestro pesimismo toca fondo.

Sin embargo, comenta el eminente profesor Predieri, la absoluta bancarrota de la Administración italiana no produce inestabilidad, sino que sorprendentemente genera seguridad y fortaleza. Porque más allá de la práctica administrativa que no funciona surgen los «operadores anfibios», aparece la sinergia de los subsistemas asociativos italianos, que sacuden la inercia burocrática y movilizan la acción gestora y paraadministrativa dotándola de modos y formas que le devuelvan su eficacia. De igual manera que lo político, y más allá de la inservible lógica parlamentaria, sustituir el inútil equilibrio diacrónico de la anglosajonia (la altemancia) por el operativo equilibrio sincrónico (equidistancia de clases y sectores en el intragrupo del poder, mayorías regionales contrapesando la mayoría central, etcétera), que comienza a aceptarse en algunos países del Mediterráneo europeo.

La crisis, no como fin de un discurso, sino como principio de un proceso, no hecatombe, catástrofe, aniquilación, quebranto, término, sino como el inicio, raíz germen, fundamento, génesis, epifanía, transformación, cambio, alojados no en el confín de la utopía, sino en el corazón mismo del acontecer de los hechos. La crisis presente ha abierto, imaginación en acto, esperanza-acción.

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