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Tribuna
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Un gran salto adelante desde 1949

Presidente de la Asociación para la Amistad con el Pueblo ChinoEn un clima de gran sobriedad, sin espectaculares celebraciones, la República Popular China conmemora el 30 aniversario de su fundación, uno de los acontecimientos más decisivos de nuestro siglo. Se quiere, de esta forma, no sólo poner de manifiesto el camino recorrido, sino el esfuerzo colectivo que su pueblo debe aún realizar para acercarse a los objetivos trazados.

Cualquier aniversario invita a una mirada retrospectiva. Sin embargo, no resulta fácil brindar hoy un panorama cerrado y acabado de lo que han sido estos treinta años para China. Apenas a tres años de la muerte de Mao Zedong y Zhou Enlai, la valoración sobre sus experiencias y los logros del pueblo chino durante este período se ha situado en el centro del debate político en la República Popular.

En estos tres años, China ha vivido una auténtica encrucijada. 1976, con sus vaivenes políticos, con los problemas cristalizados en torno a la sucesión de Mao y Zhou, con el stop generalizado de la economía, ha sido calificado como uno de los más difíciles de su reciente historia.

La normalización y estabilización de la vida política fueron el objetivo central de la República Popular durante 1977, culminados en la aprobación por la Asamblea Popular Nacional, en febrero de 1978, de un ambicioso proyecto de modernización general de la sociedad china.

El carácter de las reformas que este plan conlleva había necesariamente de promover debate. Este creció a lo largo del pasado año, elevándose considerablemente a raíz de la rehabilitación de las manifestaciones de la plaza Tianan Men (Pekín), en 1976. Una importante reunión de la dirección del PCCh, en diciembre, finalmente, respaldaba lo que se viene denominando «cambio del centro de gravedad», aprobándose una amplia reforma económica, impulsándose la democratización de la vida política y haciéndose una prudente llamada a la reflexión sobre el último decenio: hoy, por tanto, se proyecta el futuro al tiempo que se profundiza en el pasado.

Los problemas económicos

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En China, el atraso económico legado por su pasado feudal y el incesante incremento demográfico han condicionado profundamente la construcción del socialismo. En 1949 tenía una población de unos 550 millones de habitantes; en 1982 alcanzará los mil millones, que se concentran en poco más de cien millones de hectáreas cultivables, con escasísimas posibilidades de ampliación y cuya producción es todavía muy sensible a su variable cima.

La presión social que esta realidad provoca ha sido grande. A lo largo de estos treinta años, China ha perseguido y experimentado un sistema adecuado a las urgentes necesidades de su pueblo.

Así, en el terreno económico se contestaron los principios puestos en práctica en la URSS, cuestionándose una industrialización a costa de la agricultura, una excesiva concentración urbana y una nueva jerarquización de la sociedad, buscando una vía alternativa de industrialización que tomase la agricultura como base. Los avances conseguidos son incuestionables: como ejemplo, digamos que la producción industrial se ha multiplicado por 39 en estos treinta años.

No obstante, el peso preponderante de un campo aún muy atrasado, cuya producción se ha triplicado solamente desde 1949, plantea serios problemas a un crecimiento rápido y continuado. Su necesaria mecanización puede desplazar a más de doscientos millones de campesinos a la industria, lo cual supone evidentes problemas de empleo. Al mismo tiempo, el nivel general de la economía es todavía bajo (un ejemplo: la producción eléctrica. por habitante, que se ha multiplicado por veinticinco desde 1949, y que es el doble de la de India, aún es cuarenta veces inferior a la de EEUU).

Esta realidad es hoy profundamente debatida. Las reformas aprobadas recientemente tratan de agilizar la estructura económica, dando una mayor autonomía a las empresas y un cierto papel regulador al mercado -subordinado a la planificación-, a la vez que se presta un mayor apoyo a la agricultura y a la industria ligera. En suma, una reconsideración de la relación entre acumulación y consumo.

Un impulso a la democracia

La reciente historia de China constata que las luchas sociales no desaparecen tras el triunfo de la revolución. Los vaivenes políticos, pese a ser con frecuencia interpretados en Occidente como simples luchas por el poder, tienen como telón de fondo los problemas reales de la sociedad china, que por estructura y por historia soporta mal las desigualdades en su seno. Y junto a la búsqueda de soluciones económicas, en China se ha intentado, especialmente tras 1956, un sistema en que los distintos intereses sociales pudiera articularse.

La construcción del socialismo exige, para alcanzar sus objetivos, una democracia popular en continuo progreso: los treinta años de la nueva China lo corroboran. Pese al lastre que significa la carencia casi absoluta de tradiciones democráticas anteriores a 1949, la necesidad por encontrar nuevas formas de democracia, que promovieran tanto el debate como el control de los organismos estatales, ha estado siempre presente. En este sentido, la experiencia más singular es la Revolución Cultural, movilización popular masiva, a partir de 1965, contra el surgimiento de nuevas capas privilegiadas: un proyecto nuevo de gran democracia que, no obstante, al parecer, estuvo lejos de alcanzar sus objetivos. Hoy, ese desfase entre los hechos y las intenciones es también centro de polémica. En contraste, actualmente se promueve una positiva democratización de la vida política, cuya base es la activación de los cauces de representación y control y el perfeccionamiento de la legislación (Código Civil, leyes electorales...), corrigiendo el vacío legal que privó de respaldo a las conquistas democráticas del pueblo.

Una China independiente

La independencia nacional, que ya jugó un trascendental papel aglutinador en el ascenso de la revolución china a lo largo del siglo XX, ha seguido siendo componente esencial de su política desde 1949.

Sitiada por cerca de doscientas bases norteamericanas en la época de la guerra fría, China optó por buscar la rotura del cerco basándose en su aproximación al Tercer Mundo, en cuyos movimientos de liberación ejerció indudable influencia, apoyando su emancipación de los bloques.

La lucha por la independencia nacional no ha sido un proceso fácil. El creciente conflicto con la URSS, a partir, sobre todo, de la retirada de la ayuda soviética en 1960, se ha convertido poco a poco en la principal preocupación de la diplomacia de la República Popular, que vio con alarma la intervención soviética en Checoslovaquia y su reciente penetración en el sureste asiático. China no quiere ser nuevamente cercada, esta vez por la URSS, a la que ve cada vez más amenazante en sus pretensiones de hegemonía mundial.

Un balance pendiente

Desarrollo económico, ampliación del control democrático por el pueblo, independencia nacional: tres problemas profundamente interrelacionados en China, que se contradicen y reclaman mutuamente. Durante los últimos treinta años, China ha dado grandes pasos en cada uno de ellos. La diferencia de las condiciones actuales de vida del pueblo con respecto a 1949 (sanidad, enseñanza, situación de la mujer, etcétera) es abismal, y cualquier visitante no puede por menos que reconocerlo.

La persistencia, junto a esta realidad, de graves problemas por resolver y que son objeto de vivos debates no hace sino ilustrar claramente la difícil situación de los países tercermundistas, muchas de cuyas contradicciones se extreman y condensan en el caso de la inmensa China.

En este sentido, en un momento en que las crisis originan importantes realineamientos en el Tercer Mundo, cuando en Irán, Centroamérica, Africa..., los pueblos tratan de dar perspectivas a sus cambios sociales, el balance de la rica experiencia china -tanto positiva como negativa- no sólo es imprescindible para el propio pueblo chino: es también algo que en el resto del mundo no podemos ignorar.

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