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Un DC-9 de Iberia estuvo ayer al borde de la catástrofe durante diez minutos

La habilidad del comandante y «la buena suerte, casi milagrosa», según las palabras de un técnico de la compañía Iberia consultado por EL PAÍS, evitaron que el accidente sufrido ayer por un avión DC-9 de esta compañía, al estallar el motor de la parte derecha, pasase a engrosar la lista negra de la aviación española. Pasadas las siete de la mañana de ayer, el avión DC-9 de la compañía Iberia, matrícula EC-BIJ, que cubría la línea Madrid-Zaragoza-Barcelona, despegó del aeropuerto de Madrid Barajas con 56 pasajeros a bordo.

La primera media hora de vuelo transcurrió con toda normalidad, según testimonios de algunas de las personas que viajaban en su interior. De repente, una fuerte explosión, «semejante a la que hubiese producido el estallido de una bomba», hizo saltar de sus asientos a los pasajeros. El tremendo ruido parecía venir de la parte derecha del avión, pero el susto y la confusión lógica del momento hicieron pensar en un principio en la posibilidad de que algún paquete de explosivos hubiese estallado debajo de cualquiera de los asientos traseros. Esta primera apreciación de algunos pasajeros sería desmentida rotundamente por la compañía Iberia, en un comunicado oficial facilitado horas más tarde.Inmediatamente después, se oyeron ruidos como de «objetos que rebotaban en el fuselaje» y al mismo tiempo se apagaron las luces y se cortó toda comunicación con la cabina a través de los altavoces.

Así permanecieron los pasajeros durante cinco minutos, pequeño lapso de tiempo que la oscuridad, el ruido y la imposibilidad de recibir información sobre lo que estaba ocurriendo convirtieron en eterno.

Sin embargo, la reacción de todas las personas que se hallaban en el interior del DC-9 fue de total serenidad. Entre ellas se encontraba el arzobispo de Zaragoza, monseñor Elías Yanes, pasajero de regreso a Zaragoza, tras haber asistido a las sesiones del episcopado español sobre el matrimonio y la familia. «No sabe lo que me alegro de poder hablar sobre el accidente de esta mañana, porque, de verdad, llegué a pensar que no lo contaría», dijo monseñor Yanes a EL PAÍS, ayer tarde, una vez pasado el susto.

"Descendíamos como si fuéramos a estrellarnos"

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Monseñor Yanes estaba seguro de que «aquello era el final; como buen cristiano me encomendé a Dios y a Él le pedí que saliéramos con vida. Fue una sensación terrible: no saber lo que ocurría y observar cómo el avión descendía a gran velocidad, como si fuéramos a estrellarnos».

En cuanto el comandante recobró el control del aparato, las azafatas salieron a tranquilizar a los viajeros, uno por uno. Al mismo tiempo que les explicaban que la emergencia había sido controlada, les enseñaban a utilizar las caretas de oxígeno, que algunas personas se vieron obligadas a usar, puesto que en la parte trasera del avión se condensó una gran cantidad de humo.

Muy cerca de la base aérea de Zaragoza, las luces volvieron a encenderse y por los altavoces sonó la voz del comandante: «El peligro ha pasado, ha explosionado uno de los motores del avión, pero podremos aterrizar en breves minutos en las pistas de la base aérea de Zaragoza. Sentimos lo ocurrido y nos alegramos profundamente de haber podido dominar la situación. Tranquilícense y dentro de unos minutos podremos hablar de esto, ya en tierra firme, como de un susto, pero nada más. »

Efectivamente, el avión, con un solo motor, entraba, con toda normalidad, por las pistas de aterrizaje, pasadas las 7.45 horas de la mañana. Los numerosos contingentes del cuerpo de bomberos y las ambulancias concentradas en el aeropuerto no tuvieron que intervenir.

Para monseñor Yanes, fue éste «uno de los aterrizajes más perfectos que he presenciado en mi vida». Los pasajeros, en efecto, aplaudieron entusiasmados la pericia de la tripulación.

Horas más tarde, Iberia explicaba, en un comunicado oficial, que a la altura de Calamocha, cerca de Teruel, la turbina de uno de los motores explosionó.

La metralla se incrustó en el lavabo

El director general de operaciones de la compañía, Gerardo Herrero, explicó a EL PAÍS cómo se desarrollo la parte técnica del suceso: «Inesperadamente, la tapa sexta del compresor de turbina del motor derecho saltó en pedazos, sin que hasta el momento puedan explicarse las causas. La metralla, que saltó por los aires como consecuencia del estallido, se incrustó en los lavabos del avión, circunstancia ésta que hay que atribuir a la buena suerte, pues si cualquiera de estas piezas se hubiese estrellado contra alguna de las partes sensibles del avión, o, en todo caso, si hubiese habido alguna persona en los lavabos en el momento en que las piezas se incrustaron en sus paredes, quizá ahora habría que lamentar alguna desgracia.»

«Por lo demás», añadió el señor Herrero, «podemos decir que el motor afectado se hallaba en la mitad de su vida; es decir, con seis mil horas de vuelo sobre un tope de 10.000. No se trataba, en absoluto, de un motor desgastado, y la avería sufrida ayer, aunque infrecuente, se ha dado más de una vez, afortunadamente también sin consecuencias graves.»

En cuanto a la posible relación del accidente con la polémica suscitada en las últimas semanas en torno a la seguridad de los aparatos DC-9 y DC-10, Gerardo Herrero desmintió cualquier posible vinculación al respecto, ya que el motor siniestrado pertenece a la compañía norteamericana JT8, desligada totalmente de la empresa McDonell-Douglas, fabricante de los dos modelos mencionados.

Los polémicos DC-10 y DC9

El trágico accidente ocurrido el pasado mes de mayo, al estrellarse en Chicago un DC-10 de la compañía American Airlines, que costó la vida a 347 personas, se sumaba a la catástrofe de París, ocurrida cinco años antes, por un DC-10 de la compañía Thy Turkish, donde perdieron la vida 347 viajeros. Estos dos accidentes, especialmente el primero, han puesto en tela de juicio la seguridad de este tipo de aparatos de la firma McDonell-Douglas, sobre todo al descubrirse que la causa de la tragedia de Chicago fue la avería en uno de los tornillos de sujeción del ala. En consecuencia, las autoridades norteamericanas suspendieron los vuelos de los aviones DC-10. Cuando la polémica aún no había perdido actualidad, un DC-9 de la compañía Air Canadá perdía la cola en pleno vuelo, sin que se registrasen víctimas. Nuevamente, el Departamento Federal de Aviación de EEUU tomaba medidas de prevención y ordenaba uña revisión minuciosa de los DC-9.

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