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Pla, ayer, hoy y mañana

No hacía falta recurrir a arte adivinatoria alguna para prever que, tras hacerse pública la convocatoria del homenaje a Josep Pla, iba a brotar un salpullido alérgico en la delicada epidermis de muchos de nuestros escritores o artistas de pacotilla que osan autotitularse, sin que les dé vergüenza, intelectuales.Y era también fácil de adivinar que, como ungüento balsámico para aliviar sus irritados pellejos -a veces sensibles, otras paquidérmicos-, ninguno sería más apto que el fármaco que han utilizado desde el día en que decidieron erigirse en administradores de nuestra cultura; es decir, el compuesto por la agresión verbal y escrita; la envidia; la difamación; la pataleta; la mala uva; la cómoda y remuneratoria acusación de un tenebroso pasado franquista del que algunos de ellos, sin embargo, fueron responsables y, lo que es todavía peor, la utilización de una «cultureta casolana» como arma arrojadiza para intentar que todo un pueblo desconozca o desprecie la obra extraordinaria de un gran maestro. Sesenta años de escribir, más de 20.000 páginas llenas de letras, 35 volúmenes publicados, hasta hoy, en sus obras completas no cuentan, al parecer, para esos poseedores de la verdad que, en expresión nietzschiana, vomitan su hiel.

Por lo visto, no les basta a los sumos pontífices de la cultura que en dicha convocatoria se insista en que el homenaje no va dirigido a la persona, sino a la obra -aunque no sé a ciencia cierta hasta qué punto puede separarse la obra de su autor: «Por su obra se conoce a quien la hace», escribió acertadamente La Fontaine-; es preciso, tras despreciar al hombre, boicotear también la obra, una de las más grandes de nuestra literatura.

Una obra incómoda y cínica, a veces; cargante e irritante, otras; pero siempre extraordinaria, personal e inconfundible. ¡Quién sabe si alguno de esos analfabetos adulterados por algunas pocas lecturas no estarán deseando quemar los libros de Pla en la hoguera pública de un nuevo Farenheit!

Por si fuera poco, un nuevo acontecimiento cultural ha venido a agrandar la herida después de hacerse público el proyecto de homenaje: a Josep Pla le ha sido concedido el Premio de Literatura Catalana Ciutat de Barcelona 1979 por el primer Ayuntamiento democrático, con lo que las habituales acusaciones de colaboracionismo con el franquismo, reaccionarismo, ultrismo y demás falsos pretextos parece que pierden peso ante la magnitud de sus escritos. Claro que también podrían empezar ahora a arremeter contra la democracia y hasta contra unas teorías en las que siempre han jurado creer, repitiéndolas hasta el aburrimiento, en un obsesivo y pertinaz intento de convencer a la parroquia de su izquierdismo auténtico -cosa que, a los demás, nos traía sin cuidado- Más tarde alguna fotografía traspapelada o escapada de las hogueras de otras inquisiciones ha venido a demostrar lo contrario; o sea, que algunos compraron su izquierdismo en una rebaja hace bien poco y que las camisas que vistieron no estaban siempre tan impolutas ni eran del mismo color que las de ahora; alguna, tal vez por el paso del tiempo sobre el papel impresionado en la posguerra, parece ser azul, aunque fuera luego apresuradamente guardada en el desván, zanjado con generosidad el asunto, y aquí paz y después gloria. Pero, ¡ay!, el paso por la tintorería les ha blanqueado la camisa, pero no la cabeza.

A Pla, en cambio, es difícil ubicarle militando -con éstos o con aquéllos, ningún papel o documento digno de crédito ha dado fe de las acusaciones de las que ha sido, y continúa siendo, objeto. Lo que sí se sabe con certeza es que es un liberal de derechas, un escéptico y un anarquista conservador, pero está visto que hasta aquí no alcanza la bula. Por nuestras tierras existe ahora un tremendo pánico a que los terroristas intelectuales le tachen a uno de antidemócrata, un inmenso terror a ser tildado de fascistoide, lo que sucede fácilmente si no se accede a saludar con el puño cerrado. ¡Como sino hubiera fascistas en ambos lados! ¡Cómo si ser demócrata consistiera en ir diciendo a cada rato que se es demócrata! Está visto que por aquí da mejor resultado ser mitad monje y mitad soldado, o sea, mitad obispo y mitad general, o haber cantado las bienaventuranzas del padrecito Stalin, el mayor asesino, con Hitler, de nuestra época. ¿Seré también yo fascista por decir esas cosas tan evidentes, pero que pocos se atreven a decir?

Nuestros malos aprendices de genio no alcanzan a comprender la competencia, y mucho menos, cuando la sombra del contrincante se les escapa, como la de Peter Pan, de sus manos y comienza a voltear caprichosamente sobre sus propias cabezas, que empequeñecen hasta quedar reducidas al tamaño de figuras de pesebre. Ni el genio ni la imaginación son para ellos plácidos compañeros de viaje, pues ambos son difíciles de controlar, crecen y crecen hasta convertirse en gigantes bajo las pisadas de los cuales pueden morir editorialmente aplastados en cualquier momento. La generosidad sólo existe en ellos con los muertos, o con esos medio muertos que son los exilados: ni los unos ni los otros son competencia, no le quitan a uno el sitio, el editor o el lector. En cambio, en esos gigantes geniales -a veces patosos como elefantes en una cacharrería-, sí existe la humanidad. «Me conformaría pasando a la historia como uno de los mejores pintores de Figueras», ha dicho recientemente otro réprobo genial, Salvador Dalí, cuyo nombre quisieron retirar de una plaza de Figueras, su ciudad natal. Y Pla, en una de las pocas ocasiones en que ha asistido a una firma de libros, respondió a un joven escritor que se le acercaba para pedirle consejo en la adquisición de alguno de sus libros: /«Miri tots dos hi sortirem guanyant, jo i vostè, si aixo li pregunta directament al senyor Vergés, el meu editor. » O el mismo Tarradellas cuando manifestaba no hace muchos días que le hacían reír algunos políticos catalanes acudiendo a Madrid, macuto bajo el brazo y con alpargatas, «como si fueran a Matadepera».

Ignoro cuál será la actitud de Pla ante el homenaje que se le prepara y también si aceptará el premio recién concedido. Sé, en cambio, que los ataques le traen sin cuidado y apenas se entera de ellos. Imagino que en su modestia, que encubre un inmenso orgullo, un enorme desprecio y una gran dosis de mediterráneo escepticismo, dirá que son «bestieses», Aunque yo le recordaré siempre una noche en Figueras, en el restaurante de Josep Mercader, chorreando tanto whisky que hasta le salía por las orejas. Me miró, por una vez sin sorna, con, sus ojillos maliciosos llenos extrañamente de una húmeda e infinita tristeza, repletos de una duda auténtica: «¿Cree usted realmente que de todos estos papeluchos que he escrito me sobrevivirá alguno?» No era humildad, que en los grandes suele ser hipocresía. Era inseguridad; y también miedo a cualquier fascismo, pues éstos siempre aniquilan o silencian.

Le respondí que debía bromear al preguntármelo. Que su prosa, sensual, se tocaba, se mascaba, Que él no era un ideólogo, sino un pirrónico malcarado, agnóstico y socarrón, con más conchas que un galápago, que escribía en un castellano peculiar y personal y en un catalán rotundo, claro y sencillo, como un pan de payés. Que Dionisio Ridruejo, que entendía mucho de estas cosas, solía decir que Pla «era el mejor paisajista literario que han dado nuestras literaturas». Y otras muchas verdades más debí decirle, pues yo también llevaba mi buena dosis de alcohol. El se limitaba a negar con la cabeza y a decir: «Calli, calli».

Quiero puntualizar, para terminar, que sería inadmisible premiar la obra de Pla como si se tratara de un escolar o de un principiante. La maestría y generosidad de sus escritos merecen que quienes convocan esos premios literarios, o quienesquiera que sean, instauren de una vez el «Premi d'Honor de les Llestres Catalanes Josep Pla», y lo repartan, año tras año, entre los «captaires» de recompensas y condecoraciones. Pla no necesita para nada de lo uni ni de lo otro.

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