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CORRIDA-CONCURSO DE JEREZ

Antonio Bienvenida en el recuerdo

La corrida-concurso se tiene que hacer en divina forma, con lidiadores de verdad y el reglamento a la vista, o más vale dejarlo. La de Jerez, que no tuvo lidiadores ni quien hiciera cumplir el reglamento, se quedó en pantomima. Los tres diestros, más acusadamente Rafael de Paula y Galloso, estaban a pegar capotazos sin sentido, y su único empeño era colocar al toro en suerte frente al área de diez metros que se había marcado en el tercio opuesto a toriles. Hasta allí llegaba su ciencia de lidiadores.La bravura no se mide exclusivamente por la distancia desde la que el toro se arranca al caballo. Este el sólo un factor, y no concluyente. Porque si, una vez producido el puyazo, el picador hace la carioca y tapa la salida, como. ocurría siempre en esta corrida-concurso, nos quedamos sin saber cuál es la reacción verdadera de la res ante el castigo. Luego, los caballos llevaban manguitos gigantescos, que están prohibidos; un monosabio se dedicaba a golpear la barrera con su vara, para provocar las arrancadas de los toros, y el director de lidia estaba de veraneo, lejos de los acontecimientos, como si nada tuviera que ver con él.

Plaza de Jerez

Corrida-concurso de ganaderías. Toros de Atanasio Fernández (ganó el catavinos de oro), Martín Berrocal (no entró en concurso), Bohórquez, Ibarra, marqués de Domecq y Oshorne Domecq. Todos muy bien presentados; los cinco últimos, mansos. Rafael de Paula: media estocada (oreja). Cinco pinchazos sin soltar y bajonazo (algunos pitos). Marismeño: media atravesada (aplausos y saludos). Bajonazo (vuelta al ruedo). José Luis Galloso: dos pinchazos bajos, bajonazo y dos descabellos barrenando. La presidencia le perdonó un aviso (más palmas que pitos y saludos). Media bajísima (silencio).

Era desesperante la incapacidad de los matadores -a salvo Marismeño, quizá, porque esporádicamente se mostró eficaz en la brega- para poner en suerte los toros con un mínimo de capotazos. Lo que hacían era aparcar al animal, volantazo va, volantazo viene, adelante y atrás, a un lado y a otro, y vuelta a empezar. En el quinto llegaron al colmo, en su impericia para fijar al domecq frente al caballo, porque ni se habían enterado de dónde tenía la querencia, y siempre remataban a favor de la misma.

A la vista de la capea, el público oscilaba entre el aburrimiento y la indignación. Y un nombre corría de boca en boca: Antonio Bienvenida. Oíamos decir a uno: «icómo lidiaba Antonio Bienvenida los toros! » Y a otro: «Ninguno de éstos le servía ni para atarle las zapatillas » Y a otro: «A ese monosabio le habría dicho lo que se merece, como debiera hacer Paulita, en lugar de quedarse allí, apoyado en la barrera, medio dormido.»

«¿Medio dormido? Dormido del todo está, lo mismo él que sus compañeros», comentaba un individuo delgadito, al que mi vecina de localidad abrasó la camisa con un pitillo. Antonio Bienvenida sabía de la lidia más que el que la inventó, y conocía perfectamente los toros, pero no está ahí lo más importante, sino en que tenía afición, y eso es precisamente lo que les falta a los toreros de hoy. La fiesta hay que empezar por quererla, por sentirla, y toda ella se centra en el toro. Si los profesionales no lo entienden así, ya me dirá qué futuro nos aguarda. ¿Usted se acuerda de cuando Bienvenida mandó a hacer gárgaras nada menos que a Ordóñez? Claro que me acuerdo, ya ha llovido desde entonces. Los dos toreaban mano a mano una de las primeras comidas-concurso jerezanas. El quinte toro pertenecía a la ganadería del propio Ordóñez, y Bienvenida lo lidiaba con maestría y belleza. Aquel espectáculo no se nos olvidará jamás. Pero he aquí que el rondeño, acaso por justificar su presencia en el ruedo, acaso porque de pronto sintió, como rofesional de casta que era y es, la agujita del amor propio que le debía producir el triunfo de su compañero, entró en un quite y se llevó el toro donde no debía. En cuanto lo hizo, Bienvenida le gritó: i«¡No!, y ¡que no, Antonio, quítate!» Ordóñez obedeció, y el toro, metido en los vuelos de la larga cordobesa que le instrumentaba Bienvenida, volvió a donde precisamente podía demostrar su bravura. Ganó el catavinos de oro, por supuesto, pero más bien creo que se lo dio a ganar la afición de aquel maestro que aún sigue vivo en el recuerdo.

El catavinos de ayer lo ganó el atanasio, aunque mejor sería decir que los demás toros se lo pusieron en bandeja, pues fueron una sucesión de mediocridades y mansedumbres. ¿Hasta dónde era bravo el atanasio, que se arrancaba pronto y de largo al caballo? Pues no lo sabemos, porque, como decíamos, el picador le tapaba la salida. En el último tercio se apagó. Cuando le quedaban algunas embestidas largas y nobles, Paula toreó con empaque en redondo. Después vino una porfía insoportable. Paula no tenía el día inspirado, excepto cuando bajó muy bien las manos en las verónicas al cuarto y provocó un alboroto de entusiasmo. Al manso bohórquez, de pajuna nobleza, le hizo Galloso una faena estimable, con derechazos reposados, y varias veces ligó muy bien el natural con el de pecho. Lo demás no valía un duro en ningún tercio, y los espadas estuvieron voluntariosos, aunque recursos no se. le! vio a ninguno. Entre los subalternos había mejores lidiadores, y en esta tarea destacó Andrés Luque, que cuando le dejaron intervenir puso sentido común, técnica y orden en el ruedo. Ni toros ni toreros.

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