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Reportaje:Suecia, ante las elecciones legislativas / y 3

El debate energético, principal punto entre los partidos de fricción

Por lo menos en dos ocasiones la utilización de la energía nuclear como fuente alternativa del petróleo suscitó una tensa polémica en Suecia, con repercusiones políticas. Esta vez, de cara a las nuevas elecciones legislativas que se celebrarán el próximo 16 de septiembre, puede reproducirse el fenómeno. Ricardo Moreno informa desde Estocolmo.

La primera, en las elecciones de 1976, cuando provocó la derrota de la social democracia, tras 44 años de ejercicio ininterrumpido del poder. Hay consenso general en ello, aun cuando a la hora de cuantificar esa influencia resultó que sólo un 2% del electorado había cambiado de partido por esa razón. Pero no todos los votantes están necesariamente encuadrados en los partidos y el electorado flotante ha sido siempre en Suecia una alta proporción.La segunda vez fue en octubre de 1978, cuando determinó la ruptura de la coalición «burguesa», la renuncia del líder del partido del centro, Thorbjoen Faelldin, al cargo de primer ministro y su sustitución por el liberal Ola Ullsten, que formó un Gobierno en minoría, tras una crisis política sin precedentes en el país a lo largo de este siglo.

La pregunta que se formulan los observadores políticos y que inquieta a los dirigentes de los partidos con vistas a las próximas elecciones es hasta qué punto el problema de la energía nuclear seguirá gravitando en la vida del país.

Suecia es, quizá, entre los países industrializados, el de más alta calidad de vida desde el punto de vista ecológico. El ciudadano sueco, al que se inculca desde muy temprana edad, respeto y amor por la naturaleza, no sólo está orgulloso del entorno que le rodea, de sus hermosos bosques y las límpidas aguas de sus lagos, sino que además ha desarrollado una afinada sensibilidad para detectar los signos del deterioro ambiental. Pocos problemas tienen la capacidad de motivarlo con tanta intensidad.

Aquí es posible observar demostraciones de niños protestando contra los automóviles, que envenenan con gases y ruidos el aire y la calma de Estocolmo. Las más grandes demostraciones son las que se pronuncian contra la energía nuclear. El tema está, por otra parte, casi constantemente en las páginas de los diarios y en los programas de la televisión.

Es posible qué a nivel popular exista una visión un tanto unilateral del problema, centrada principalmente en los riesgos de la energía nuclear, sin abarcar otros aspectos como su relación con el desarrollo industrial y el crecimiento económico, básicos para el mantenimiento del «Estado de bienestar» que es Suecia.

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Hasta ahora, el enfoque global era de los altos círculos políticos, empresariales y técnicos, pero, cada vez más, la prensa y los medios en general han contribuido a vulgarizar el tema.

T. Faelldin, el líder del partido del centro, basó su anterior campaña electoral en una intransigente oposición al plan energético de la social democracia, que se basaba en un programa de instalación de reactores nucleares. Pero la coalición que su partido integraba no tenía opiniones coincidentes sobre el punto y, en el ejercicio del poder, Faelldin no pudo mantener su intransigencia preelectoral. Tuvo que aceptar la instalación de un nuevo reactor, lo que erosionó su imagen, al punto que llegó a hablarse de deslealtad, y las encuestas de opinión mostraron un alarmante descenso de su popularidad.

El problema nuclear persiguió como una sombra al Gobierno de Faelldin y lo puso contra las cuerdas en octubre de 1978. Pero entonces era imposible cambiar de postura sin hipotecar seriamente el futuro político. El entonces primer ministro exigió un referéndum y la suspensión definitiva de las asignaciones para el undécimo reactor que debía formar parte de la central de Forsmark, al norte de Estocolmo.

La aceptación de esta tesitura hubiera significado paralizar también las obras del duodécimo reactor, además de un golpe mortal para la empresa semiestatal Asea-Atom.

Las discrepancias sobre el punto condujeron a la disolución de la coalición tripartita.

Nuevos problemas

Faelldin y su partido han vuelto a hacer de la energía nuclear su «caballito de batalla» electoral, pero muchos dudan de que esta vez le reporte los mismos dividendos que en 1976. Muchos problemas nuevos han irrumpido en la vida del país, y la Suecia de 1979 no es la misma que la de 1976.

La energía nuclear ha determinado además curiosos movimientos en el tablero político de Suecia. Así, el más consecuente aliado de los centristas en este punto ha sido el Partido Comunista. Ambos partidos forman el «bloque antiatómico» en el Parlamento y se habla de estrechos acuerdos para cuando llegue el momento de votar decisiones en materia energética.

El bloque opuesto está formado por la socialdemocracia y el Partido Conservador, que tienen una vieja coincidencia en la materia. El programa de instalación de trece reactores, actualmente cuestionado, es el fruto de un acuerdo parlamentario entre ambos partidos en 1975. Esa coincidencia se ha mantenido y en gran medida ha orientado el proyecto presentado en marzo pasado por el primer ministro, Ullsten. En él se acordó cerrar el programa atómico con el duodécimo reactor.

Como puede apreciarse, el átomo ha resultado un verdadero revulsivo de la política sueca. Su incidencia ha excedido ampliamente las preocupaciones iniciales y gana terreno la convicción de que es todo el sistema de bienestar sueco el que puede verse afectado desde las posibilidades de pleno empleo hasta el confort individual en un país donde el invierno suele acusar temperaturas de treinta y cuarenta grados bajo cero en algunas regiones.

La búsqueda de nuevas fuentes de energía, a la que Suecia dedica ingentes recursos, no dará resultados antes de un plazo prudencial.

Para colmo, el átomo no ha venido solo. Otros problemas han venido a sumársele, y todo lleva a pensar que no sólo las próximas elecciones, sino toda la vida de Suecia en los próximos años se verán fuertemente influidas por ellos.

El impacto de Harrisburg

Se ha dicho que el accidente de Three Mile Island tuvo más repercusión en Suecia que en Estados Unidos. Puede que la afirmación sea exagerada, pero lo cierto es que la polémica sobre el tema volvió a ponerse al rojo vivo, mientras los centristas se frotaban las manos y los socialdemócratas no ocultaban su preocupación.

Una primera consecuencia fue el vuelco espectacular de la socialdemocracia, que decidió aceptar un referéndum sobre el problema y además aplazar por un año las resoluciones contenidas en el proyecto de política energética.

El plebiscito tendrá lugar en marzo de 1980, una vez que el Parlamento determine el contenido de la consulta. Cualquiera que sea su resultado no podrá dejar de ser tenido en cuenta por el Gobierno que surja de las elecciones de septiembre.

Si a Harrisburg se agrega la dependencia de Suecia del petróleo, el futuro se presenta bastante incierto. Carl Tham, ministro de Energía, ha dado cautelosamente la alarma cuando ha dicho: «Suecia carece de recursos como el petróleo, el carbón y el gas natural, y, por consiguiente, se encuentra, en el futuro próximo, en una situación delicada en lo que respecta al abastecimiento. La inseguridad de suministro de fuentes de energía persistirá, ya que no es de esperar hasta 1990 una reducción drástica del consumo de petróleo. Dadas tales circunstancias, tenemos que ser conscientes de la eventualidad de crisis de suministro de energía y de los problemas de adaptación, de magnitud considerable.»

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