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El Ejército real, cansado por la guerra de desgaste

, El Ejército marroquí se siente cada vez más incómodo en la guerra de desgaste que le impone el Frente Polisario, no sólo en el Sahara occidental, sino en el interior mismo de las fronteras internacionales reconocidas del reino jerifiano.En todas las guarniciones del sur de Marruecos visitadas recientemente se detecta el mismo ambiente de tropas encerradas en sus acantonamientos, claramente a la defensiva, pero, a la vez, poco vigilantes, cansadas y exasperadas por esta guerra que padecen, pero que no hacen.

«Dadas las condiciones, nunca tenemos la iniciativa: siempre son los guerrilleros los que inician los combates, donde quieren y cuando quieren», reconoce el comandante Sbaa, del regimiento de infantería número diecisiete, destacado en Foum el Hassan, población de unas 2.500 almas perdida en la inmensidad amarilla del desierto presahariano que se extiende al pie de las últimas estribaciones del anti-Atlas, a medio camino entre Agadir y la región de Tinduf, donde el Polisario tiene sus santuarios.

Aunque situada al norte del Oued Draa, considerado desde hace mucho un «perímetro de seguridad», Foum el Hassan fue atacada «por sorpresa» el día 14 de julio pasado, y su guarnición tardó todo un día en repeler a los atacantes, según cuenta el comandante Sbaa.

Desde entonces, los transportes blindados de tropas y los Land-Rover artillados con ametralladoras pesadas de 12,7 milímetros, los cañones de veinte milímetros y los cañones de 106 milímetros sin retroceso están apostados en todos los ángulos de la guarnición, apuntando permanentemente al desierto, y al parecer listos para hacer frente a cualquier eventualidad.

Pero no se ha instalado cinturón alguno de puestos avanzados, y los centinelas, de aspecto un poco descuidado, mirada apagada y aire abatido, van y vienen bajo un sol de plomo esperando el relevo, con el fusil de asalto Fal apoyado contra un muro.

«Los períodos de servicio son demasiado largos: la mayoría de nuestros soldados llevan aquí tres o cuatro años», explica un capitán del mismo regimiento acantonado en Aqqa, sesenta kilómetros al noreste.

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Mientras pasea a lo largo de las trincheras protegidas por sacos terreros y alambradas que se supone que defienden el acuartelamiento, el capitán reconoce también que «el Polisario puede aparecer en cualquier momento», y, sobre todo, que la guerra «será larga», porque, según él, «aunque una victoria militar de los guerrilleros es evidentemente imposible, a la vez es poco probable que les inflijamos una derrota».

Esta sorprendente franqueza demostrada por numerosos oficiales de guarnición en el sur del país contrasta singularmente con las opiniones de los políticos de Rabat, que, por cálculo o por falta de información, insisten en afirmar que «todo va bien».

Pero los oficiales, en cambio, se hallan sobre el terreno y, aun en los casos que declinan responder a preguntas, no dejan de ser conscientes de que -a pesar de la reciente creación de quince comandos de asalto ligeros, móviles y autónomos- se les hace librar una guerra estática de posiciones fijas y trincheras, totalmente inadecuada frente a los ataques relámpago del Polisario.

Tampoco pueden ignorar que en este tipo de guerra, a base de infiltraciones y golpes de mano, la eficacia de la acción depende esencialmente de la información recogida por los servicios especializados.

Ahora bien, después de pasar varios días en las posiciones marroquíes, da la impresión de que los militares marroquíes no practican la «información inmediata» y de que las transmisiones de las fuerzas armadas reales son un tanto deficientes, ya sea debido a la falta de material o a una utilización no adecuada del mismo.

En Foum el Hassan, por ejemplo, el comandante Sbaa no se enteró del ataque contra Lebuirate, 150 kilómetros al sureste, hasta 36 horas después de que todo hubo terminado. Y eso a pesar de que en Lebuirate la guarnición marroquí fue derrotada y fue preciso todo un día de combates para reconquistar la pequeña localidad.

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