Las lecciones de un lunes negro
LA OFENSIVA del IRA, que acaba de comenzar con el atentado contra lord Mountbatten y la muerte de dieciocho soldados británicos el pasado lunes, bien merece una reflexión por parte de quienes, como los españoles, estamos ya desgraciadamente acostumbrados a los embates del terrorismo.Por un lado, conviene señalar el carácter provocador de estas acciones de los terroristas irlandeses en un momento en que se realizaban diversas tentativas internacionales para la solución de un conflicto que, en su última y más reciente etapa, ha cumplido ya los diez años de existencia. Ni siquiera la flema británica está al amparo de los reclamos apasionados de venganza o represión indiscriminadas, que si desde el punto de vista emocional son explicables, desde el punto de vista político resultan -lo sabemos por experiencia- uno de los principales objetivos buscados precisamente por los terroristas. La estrategia de la acción-represión es ya clásica en este tipo de acciones que tratan de radicalizar la respuesta del Estado y con ello aumentan la protesta social contra él.
Por otra parte, resulta también altamente edificante la reacción de la opinión pública británica, cansada y apesadumbrada de tanta violencia, pero incapaz de someterse por ello a riesgos desestabilizadores de su sistema político. Los partidos se hallan estrechamente unidos en la lucha contra el terrorismo y no se toman las acciones de éste como arma arrojadiza en la arena parlamentaria. Ahora comprenderá el señor Fraga que su admirada Mrs. Thatcher es tan impotente en principio para combatir el terror como sus oponentes laboristas o como, él mismo lo fue en el Ministerio de la Gobernación. El terrorismo es un fenómeno de las sociedades industrializadas y modernas, una enfermedad contra la que es preciso luchar con terapéuticas delicadas y lentas y conteniendo al máximo los gritos de dolor. Mucho más si resultan interesados.
Esta es una lección que la clase política española, y muy notablemente la clase conservadora, debe anotarse. Las acciones terroristas en nuestro país son una buena excusa de los enemigos de la libertad para reclamar algún tipo de golpe de Estado -por «blanco» que sea-,y un mal entendido espíritu patriótico lleva en ocasiones a demandar soluciones de fuerza allí donde se necesitan sobre todo soluciones de inteligencia. Las desgraciadas y recientes declaraciones del director general de la Policía en el sentido de que ésta se veía constreñida por la normativa legal en su lucha contra el terrorismo se enmarcan en esa actitud, lo mismo que quienes solicitan el restablecimiento de la pena de muerte para este tipo de crímenes. Pero no es el terror de Estado el que acaba con el terrorismo. Antes bien, lo fomenta.
La ofensiva del IRA, en cualquier caso, debe y puede alimentar la sospecha de que ETA militar esté también dispuesta, si las cosas no ruedan a su agrado en el tema de la autonomía vasca, a incrementar su acción armada y a buscar en nuestro país efectos de la espectacularidad del asesinato de lord Mountbatten. Es por lodemás un hecho comprobado que ETA e IRA mantienen contactos más o menos permanentes y a la postre se mueven en un terreno ideológico similar, en el que el nacionalismo extremado, trufado de marxismo, ha encontrado el mejor caldo de cultivo en las iglesias católicas locales. Este aspecto religioso del fenómeno del terror en el norte de Irlanda como en el de España, y encontrable incluso en el origen personal de algunos de los brigadistas rojos italianos, no debe, por lo demás, pasar inadvertido. La lucha contra el terrorismo exige no sólo una acción policial contundente, ni tampoco medidas políticas de autonomía. Hace falta una reconversión del tejido social que alimenta las mentes fanatizadas de estos asesinos, y en esa tarea tienen enorme importancia no sólo las instituciones políticas, sino todas aquellas fuerzas sociales -la Iglesia la primera en los casos que nos ocupa- con verdadera implantación popular. La polémica desatada sobre la oportunidad del próximo viaje del Papa a Irlanda se enmarca sin duda en este género de preocupaciones.
En cualquier caso, la feroz matanza del lunes negro británico ha de servir para poner de relieve el carácter internacional de algunos de los sucesos terroristas que han venido amenazando la estabilidad española y la necesidad de que la clase política se muestre a la altura de la serenidad que en todo momento la opinión pública -la británica y la española- han sabido mantener. A este respecto es digno de mención el gesto de Mrs. Thatcher visitando el Ulster tras los gravísimos atentados iniciados con el asesinato de lord Louis, gesto, acaso ilustrativo para los gobernantes españoles. Pero excitar la opinión pública, alimentar los instintos de odio o de venganza, engancharse, ent el coro de los lamentos, al carro de la prensa de ultraderecha, es echar la primera firma en la solicitud de sustituir un terrorismo por otro. Tan repusable e indeseable como el que más.
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