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La ciencia multiplica el poder de exterminio y discriminación

«Si las técnicas científicas no son responsables directas del nuevo rumbo que han tomado las desgracias humanas, hay que reconocer que han permitido reunir los medios de discriminación o exterminio y generalizar la localización de actividades productivas bajo control de centros de decisión cada vez más concentrados.» Esta grave acusación dirigida a la ciencia occidental sirve como ejemplo del clima altamente crítico que caracteriza los debates que están teniendo lugar en la cumbre de la conferencia mundial de las Naciones Unidas sobre el papel que la ciencia y la técnica debe njugar en el desarrollo de los hombres y las naciones. Informa nuestro enviado especial en , .

Se podría decir que la fuerte presión tercermundista es una de las notas dominantes de la conferencia, presión que, convertida en dialéctica, cuando no en diatriba, le hace a uno pensar seriamente en la parte de verdad, y verdad dolorosa, que tienen quienes afirman, aquí en Viena, que gracias a la ciencia se han logrado maravillas como el que un sólo hombre, e1jefe de Estado de un país. subdesarrollado o de una dictadura africana, pueda eliminar la vida de cualquier ciudadano.Mientras tanto, «la mitad de la humanidad, acosada por la miseria fisiológica -prosigue una de las valiosas aportaciones críticas, la de Charles Moraze-, hasta el punto de verse privada de los remedios más simples, es decir una nutrición adecuada, no ha obtenido de la ciencia ni los medios de sobrevivir ni nada que dé sentido a las penalidades que experimenta y a la muerte. No sólo la ciencia y sus aplicaciones no han podido salvar a millones de seres humanos abandonados y dar a la humanidad un valor supremo, sino que los nuevos conocimientos y métodos se han puesto al servicio de los privilegiados, en perjuicio de los demás. Y estos privilegiados disfrutan del conjunto de innovaciones más peligrosas y más rápidas que-ha conocido el mundo: la lógica de las armas, de una potencia que sobrepasa todos los sueños de los antiguos conquistadores».

Mientras escribo estas crónica en la gran sala donde están teniendo lugar los debates, numerosos miembros de no pocas delegaciones están ausentes, y también son muchos los periodistas que prefieren no asistir al desesperado festival de las palabras.

Ciencia y colonialismo

Las intervenciones de los tercermundistas se siguen sucediendo, todas ellas con ese mismo deje de amargura y amenaza. Han hablado en las últimas horas Ahmed Derradji, por Argelia; Said Bonbachgir, por Marruecos; Kiairi Sgair, por Libia; Roushan A. Ghani, por Bangladesh; Segura-Trujillo, por Guatemala; entre otros. En todas las intervenciones, la misma acusación: esta ciencia no le sirve al mundo subdesarrollado porque es la ciencia del norte poderoso, guerrero y tecnológico. «Recordemos la historia», afirma el mencionado Charles Moraze. «Los europeos atravesaron los océanos, emigraron a continentes nuevos . y expoliaron a pueblos de lo! que recibieron el saber, saber que inmediatamente les sirvió para aprovechar y fomentar el desarrollo de las ciencias así apropiadas.»

Un eje de agresividad y conquista mueve, según esta opinión, la investigación y el trabajo científico de Occidente, una ciencia que no responde tan sólo a su calidad de tal, sino a objetivos que no son el mero conocimiento. La ciencia no es neutral, la ciencia va a donde la quieren llevar: al desarrollo o a la explotación, a un tipo de sociedad o a otro, y precisamente esta ciencia, la del Occidente tecnológico e industrial, es contemplada, desde. esta convocatoria mundial, con una perspectiva no precisamente halagüeña, sino con una óptica que parece mezclar la envidia con la reivindicación, la denuncia y la exigencia de justicia.

«No fue porque Europa se convirtiese en la sede de una revolución científica», se insiste, «por lo que se realizó la revolución industrial, sino más bien, después de haber transformado sus actividades administrativas y productivas de todas clases, es cuando dio a las cie . ncias experimentales una situación epistemológica adecuada para propiciar los progresos del pensamiento teórico. Durante el siglo XIX, sobre todo a finales, las ciencias téórico-experimentales resultaron a su vez especialmente afectadas por las actividades de la industria gracias a la nueva tecnología. Entonces, las exigencias de imperativos militares las convirtieron en un factor de engrandecimiento que, finalmente asociado a empresas de prestigio, como la conquista del espacio, han permitido en el siglo XX se consideren más importantes los estímulos nacidos de la producción y el consumo civil, incluso en los países donde hay abundancia.»

Hacia una nueva ciencia

«En resumen», concluye este análisis crítico, que muchos considerarán, sin duda, parcial o incompleto, cuando no sectario «como hijas del colonialismo y del capitalismo y como instrumentos privilegiados del poderío, las ciencias del siglo XX todavía no han corregido los defectos que tenían originalmente.»

Así, por una parte, esta ciencia oficial que se critica ofrece a los países del Tercer Mundo técnicas militares que se consideran «intelectualmente casi estériles y económicamente empobrecedoras, mientras que, por otra, suscita, consolida y extiende sistemas sociales o de élites, de formación occidental, que imitan con retraso en los países periféricos el consumo y producción del extranjero, mientras que el resto de la población se aparta de sus concepciones o prácticas tradicionales, pero permaneciendo excluido del bienestar resultante de las mismas».

Un análisis duro, como vemos, el que se está efectuando aquí respecto a la actividad científica de los pueblos desarrollados de la Tierra, pero un análisis, sin embargo, que coincide en parte con lo que otros sectores críticos de la ciencia occidental están afirmando desde el seno mismo de los países más desarrollados científicamente, como testimonia otra conferencia paralela a la de la ONU que han venido,a organizar aquí los críticos occidentales de la ciencia de occidente, valga la redundancia.

Porque «la apocalíptica contradicción entre la verdad científica y los extravíos políticos», concluye el especialista antes mencionado, Charles Moraze, se debe, entre otras causas, al hecho de que la ciencia «promote una certidumbre unificadora para todo lo que se refiera a la materia, mientras ha dejado lo humano fuera de sus objetivos, con la seguridad ilusoria de que bastará con resolver los problemas materiales para que todos los demás, los espirituales, los psicológicos, sociales o culturales, encuentren la solución al finalizar las síntesis que se esperan». En una palabra: una ciencia que analiza el átomo y explora el cosmos, pero que no quiere analizar ni explorar el hombre y su mundo.

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