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Reportaje:

Pompeya: el tiempo quedó detenido hace hoy diecinueve siglos

Hoy se celebra el 1.900 aniversario de la erupción del volcán Vesubio, que destruyó la ciudad de Pompeya. Fue precisamente esta tragedia la que hizo posible la conservación hasta hoy de esta ciudad, que quedó protegida por la lava y las cenizadas arrojadas por el volcán hasta hace dos siglos. Mundovisión tiene previsto emitir hoy un programa especial, en el que, entre otras cosas, se asistirá a las obras de excavación de la casa de los Vettii, que, según los expertos, guarda grandes sorpresas ocultas. Televisión Española no piensa emitir el programa. Desde Pompeya informa Viviane Dutaut, de la agencia France Presse.

Pompeya. 24 de agosto del año 79. Mediodía. Una violentísima explosión desgarra el Vesubio. El tapón del volcán, apagado desde hacía siglos, salta. La tierra tiembla. Pompeya, próspera ciudad romana de 20.000 habitantes, ve elevarse una inmensa nube negra desde la boca del cráter. Es una masa oscura, con la forma de un inmenso árbol. Horas después desaparece toda forma de vida bajo una densa lluvia de lava, ceniza y gas. La erupción durará dos días más, hasta cubrir la ciudad con una espesa capa de casi siete metros. Paradójicamente, el cataclismo proporciona a Pompeya el raro destino de ciudad resucitada.Mil novecientos años después de la catástrofe, Pompeya ha fijado para la eternidad su vida cotidiana de entonces, brutalmente interrumpida con los últimos espasmos de la agonía. Todo ha quedado tal cual. Bajo la lluvia de lava y cenizas, unos intentaron huir para no quedar enterrados y terminaron muriendo en los caminos Otros prefirieron protegerse en las casas y murieron asfixiados por el gas y fueron posteriormente enterrados por las cenizas.

Todo sigue igual. La vida ha sido detenida en la inmovilidad de un gesto, en la trivialidad de lo cotidiano: los panes alineados en la panadería, los restos de higos y dátiles en el templo de Isis, un plato con una raspa de pescado (resto de un almuerzo interrumpido), cacerolas sobre los hornillos, tiendas, tabernas abiertas.

Más alucinante aún: los habitantes, o mejor, los huecos dejados por los cuerpos en la masa de lava que había cubierto la ciudad y que un arqueólogo italiano de finales del siglo último, Giuseppe Fiorelli tuvo la idea de restituir, inyectando yeso en estos moldes; la matrona sorprendida por la muerte, mientras que trata de recuperar sus joyas; los hermanos abrazados; el perro encadenado que agoniza con un último aullido; el padre que trata de proteger a su hija...

La devastadora erupción salvó también para la posteridad la ciudad entera: foro, templos, teatro, suntuosas viviendas, frescos, estatuas. Todo un arte que ha llegado a ser hoy un punto de referencia, el estilo pompeyano y sus diferentes fases.

Pero, más que los monumentos del pasado, es, sin duda, la ciudad entera la que nos fascina hoy: calles con adoquines, que forman pasos de peatones, prostíbulos, símbolos fálicos o, más modestamente todavía, pintadas semejantes a las que existen aún hoy en las calles de todas las ciudades italianas: «Votad a Fulano», «Abajo Mengano», juramentos de amor eterno o simples obscenidades.

Tampoco faltó un reportero en aquella catástrofe, Plinio el Joven, amigo de Trajano, que perdió a su tío en aquel drama: el almirante Plinio el Viejo. «El noveno día antes de las calendas de septiembre, a la séptima hora», escribió, «mi madre vio una nube de dimensiones y aspecto extraordinario », parecía «un pino: un tronco muy largo, abriéndose en ramas diferentes, a veces blanca, a veces sucia, por llevar dentro ceniza y tierra». Una especie de prematuro hongo atómico.

Pompeya, que había soportado ya un terremoto en el año 62 y se encontraba en plena reconstrucción, desapareció de la historia durante diecisiete siglos. En el siglo XVIII se descubrieron sus vestigios por casualidad. Las excavaciones sistemáticas comenzaron después. La vieja ciudad, surgida en el siglo VIII antes de Cristo, primero griega y luego romana, continúa revelando su historia.

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