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LA LIDIAALMERIA: SEGUNDA CORRIDA DE FERIA

La fiesta fue gastronómica

Pilar Agriada de Lora preparó un guiso de patatas y carne, tantico picante a gusto del abuelo. Encarnación Ramonera, para ella y sus tres hermanas -Carmen, Pilar e Insolación- aguja palá, que aprendieron a hacerlo en otras tierras costeras de esta Andalucía, donde tan bien se fríe. Antonio Llorca le pidió a su señora que simplemente le dorara unos salmonetes a la plancha, con bien de sal, que él se encargaría de darle una sorpresa, y llevó a los toros, en una bolsa de plástico que no quiso abrir hasta que fuera hora, medio de gambas y tres cuartos de cigalas, que le costaron un dineral, pero merecía la pena.Los postres no faltaron, ni en estas familias ni en ninguna. En la barrera, Juan Arqueros, de Roquetas, desempaquetó una cajita con delicias de aquí -lo más solicitado eran unos tocinitos de cielo- e hizo las convenientes pasadas a la parienta y a la cuñada, que guluzmearon a placer. A su lado, Nino y Nina, un apaño de italianos que estaban por Almería y aprovecharon para ir a los toros, miraban con envidia a los dulces, pero sus vecinos de localidad, tan generosos como son, no debieron darse cuenta, porque no les ofrecieron. También es verdad que los italianos no ofrecieron a Juan -puros toscani, largos, negros, retorcidillos y sabrosos, de los que tenían provisión, según observamos.

Plaza de Almería

Segunda corrida de feria. Cinco toros de Felipe Bartolomé, bien presentados, bonitos, bravos y nobles; al segundo se le dio la vuelta al ruedo. Y un sobrero -quinto- de Guardiola Domínguez, manso, manejable. Ruiz Miguel: cuatro pinchazos sin soltar y estocada (vuelta). Dos pinchazos sin soltar, estocada corta, rueda insistente de peones y descabello (oreja). Dámaso González: estocada (dos orejas). Pinchazo sin soltar y estocada caída (oreja). Macandro: dos pinchazos y estocada caída (silencio). Pinchazo y estocada baja (ovación y saludos).

La media hora de merienda fue, como casi siempre en la feria de Almería, lo mejor de la corrida, que aquí se para a la mitad para este saludable fin. Por el graderío, empinaban botas, amorosamente tentadas, y todo el mundo comía a dos carrillos. A quien está metido en cosas de organización del espectáculo le pregunté si siempre dura media hora la pausa gastronómica, y me contestó que no, que puede ser más y puede ser menos, depende de lo que tarde en comerse la merienda el presidente. Y, en efecto, el presidente merienda, como hijo de Dios que es y heredero de su gloria. Lo que siento es no poder informar qué comió ayer y cuánto, pues, sencillamente, no lo vi. Sin embargo, sí pude apreciar que retornaba al palco muy satisfecho y valiente, para encarar lo que quedaba de corrida. Lo mismo el público. Y si autoridad y espectadores durante la primera parte habían mostrado su generosidad y entusiasmo, en la segunda, con el estómago lleno, el optimismo aún era mayor. Gran fiesta, en fin, la de la plaza de Almería, ayer y todos los días alegría desbordada en los tendidos, y así hay que reseñarlo, antes de analizar lo que sucedió en el ruedo.

Porque lo que sucedió fue de pena. Los tres espadas torearon muy mal a una brava, noble y bonita corrida de Felipe Bartolomé. ¡Hola!, exclamábamos al ver aparecer las reses en la arena, por la armónica seriedad de su estampa, todas de pelo cárdeno o entrepelao, muy bien armadas. ¡Hola!, volvíamos a exclamar cuando las veíamos encastadas frente al caballo y boyantes con los toreros de a pie. Pero los holas se acababan en cuanto los diestros se ponían a pegar pases. Si exceptuamos una serie de naturales a cargo de Ruiz Miguel en el primero, unos circularinos de Dámaso González y tal cual derechazo de Macandro, nada de cuanto hicieron los tres, que fue muchísimo, a destajo, podría decirse que era torear, en sentido estricto.

Es decir, que antes y después de la merienda, prácticamente -a salvo los toros- no hubo nada. Y, para colmo, al quinto lo devolvieron al corral por cojo y no se quiso ir. Veinte minutos duró la operación cabestros-cabestreros, y si concluyó fue por que el banderillero apodado El Gallo (no el del celeste imperio, sino otro terrenal), liquidó a la fiera de un certero puntillazo.

Eran más de las nueve cuando abandonábamos la plaza, después de dos horas y media de corrida. La, gente salía muy contenta. iY tanto, con la merendola que se había echado al cuerpo! El desencanto para aficionados es, no obstante, que los toros de Felipe Bartolomé, tan bonitos y tan buenos, se quedaron sin torear.

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