Entre el humor y el absurdo

Este viaje a la gran Tartaria, lugar del infierno en el que los culpables son atormentados, es, más que viaje, una huida de este mundo concreto que nos rodea, de su cultura y su civilización a través del humor y del absurdo.Ni uno solo de los demonios grandes o pequeños que cada día nos halagan o atormentan deja de señalarse aquí, desde el amor al egoísmo, del consumo a la contaminación. Este peregrinar del protagonista a través de una Francia de hoy, a caballo entre lo grotesco y lo trágico, vecino al esperpento, se nos va mostrando casi siempre bajo la forma de breves gags que a ratos recuerdan a Tati y en ocasiones a otros autores menos célebres de la mejor escuela francesa.

Como todas las historias contadas a lo largo de un camino por acumulación de sucesos, sin un esquema dramático previo y riguroso, en ocasiones la acción decae y algunos episodios naufragan por extraños, cuando no forzados. Tal sucede con las secuencias dedicadas al púgil frustrado, pero de todas formas se trata de un filme original en el que humor y fantasía caminan por senderos poco habituales, cercanos a un cierto tipo de poesía, cuando no al divertido disparate. También, como suele suceder en este tipo de relatos, cuyo peso recae siempre sobre un solo personaje, Jean Luc Budeau, no consigue evitar cierta monotonía, aunque hace lo humanamente posible por llenar hora y media de fantasía a través de, un medio tan objetivo y real como el cine. El resto de los actores, en un reparto tan numeroso como breve en sus papeles respectivos, evidencia con su mimica y presencia física, sobre tado, la buena mano del realizador para cierto tipo de comedia que ha venido a concretarse, tiempo más tarde, en un segundo filme proyectado en el Festival de San Sebastián con éxito notable, y aún sin estrenar comercialmente, al parecer por secretas y especiales razones.