Luz roja para Felipe
LA VICTORIA inicial de la ponencia crítica en la asamblea del PSOE de Madrid (véase EL PAIS de 22 de julio), al ser aprobada como texto-base para las discusiones, es un hecho que no debe ser minimizado. Si las posibilidades de que el sector radical de los socialistas se haga fuerte ante el próximo congreso son todavía moderadas, los miembros de la antigua ejecutiva que desean dar al PSOE un rumbo concreto en las tesis de Felipe González harían bien en no despreciar en modo alguno la capacidad de sus adversarios. Se ha encendido una luz roja de alarma. No sólo la práctica política, sino la propia experiencia de lo sucedido en el último congreso, así lo ponen de relieve.En efecto, días antes de la celebración de la asamblea socialista de mayo, los dirigentes más vecinos a Felipe González confesaban pública y privadamente la seguridad de su triunfo. «Ningún problema», contestaban cuando los periodistas les interrogaban sobre la ocasional tormenta que la cuestión del marxismo podría acarrear. Al margen cualquier otro análisis, lo sucedido después en el congreso denotó la escasa preparación de éste por parte de los dirigentes del partido. Una cosa es el centralismo democrátco -nefasta práctica de la que obviamente conviene huir- y otra el triunfalismo ingenuo del que pecaron. Este triunfalismo, fruto del crecimiento acelerado del partido y de la eminente posición que éste ha logrado en la vida política, se ha hecho patente en otras ocasiones. No hace más de tres semanas que algunos miembros del PSOE explicaban a la prensa sus esperanzas de ser mediadores en la negociación del Estatuto vasco, y concretaban sus propuestas en fórmulas alternativas de redacción que luego ni siquiera han tenido ocasión de ser discutidas. El empeño de estos aguerridos jóvenes en despreciar la capacidad de maniobra del Gobierno y la oportunidad de triunfo que el poder conlleva es ya preocupante.
Pero las lecciones están para ser aprendidas. Acudir de nuevo en mangas de camisa a la discusión del congreso extraordinario sobre las opciones políticas del partido es dejar al sector denominado radical la oportunidad de volverse a llevar el santo y la limosna. La intervención del senador Bustelo en el anterior congreso es una muestra de cómo el atractivo intelectual -por poco riguroso que sea- de determinadas posiciones puede hacer balan cearse a un partido todavía inmaduro hacia posiciones, sin duda, estéticamente brillantes, pero políticamente del todo inertes. Un desplazamiento de la figura de Felipe González, y lo que el representa, en el seno del Partido Socialista Español, supondría sin duda una merma considerable de votos a ambos lados de su espectro, en beneficio tanto de UCD como de los comunistas. Eso configuraría además la perdurabilidad de la derecha en el poder con el comienzo del deterioro progresivo del único partido de izquierda capaz de hacerse con el poder a plazo corto o medio. Los peligros de diseñar una situación a la italiana como esta, los está explicando la propia Italia en los últimos años. Es imposible construir un esqueleto político en el que, a la postre, la derecha no pueda gober nar por débil, y la izquierda tampoco por las complica ciones que el ascenso de un partido comunista occidental a la responsabilidad del ejecutivo siguen provocando. Todos los análisis intelectuales que quieran hacerse sobre el papel del socialismo español en este próximo cuarto de siglo no tienen otra opción que pasar por el aro de estas apreciaciones. Y los socialistas mismos deben aprender que un partido de masas con aspiraciones de poder no es una escuela de verano para militantes.
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