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Edición española de la revista católica internacional "Communio"

En 1972 empezó la revista católica internacional Communio en sus dos ediciones, alemana e italiana. Hoy se edita en flamenco, francés, inglés (USA), yugoslavo, español y, proximamente, en polaco. Su alto inspirador es el famoso teólogo suizo-Hans Ur von Balthasar.La aparición de la edición española tiene características muy interesantes y se inserta en una coyuntura muy favorable de nuestra historia religiosa. Nuestro pueblo (creyente o no) ha tomado conciencia del deterioro de lo que con frase afortunada se ha llamado «nacionalcatolicismo», o sea, la imposición de una forma «católica» de pensar, de vivir y hasta de actuar políticamente, operada desde las alturas de un poder rigurosamente confesional. Esta autonegación del cristianismo -que es esencialmente evangelización gratuita- ha producido sus frutos amargos: en un momento se ha derrumbado el edificio monumental que muchos consideraban dotado de fortaleza granítica y de virtualidad indestructible.

Esto lógicamente ha producido un vacío en la vida espiritual de los españoles (porque todos los pueblos tienen velis nolis su exigencia de vida espiritual), que se han dispersado por todos los rincones de todos los zocos mundiales, donde se venda el más insignificante saldo de sabiduría espiritual, aunque para ello hayan tenido que desplazarse nada menos que... ¡al techo del mundo!, o sea, al Nepal. La proliferación de literatura sobre espiritualidad oriental ha llenado nuestras librerías, e incluso nuestros kioscos. Todo esto nos tiene que forzar a reflexionar, partiendo, de una situación que está ahí, enfrente de nosotros. Incluso un buen marxista -o sea, un explorador del movimiento de la Historia- no podría «pasarse» de esta búsqueda de espiritualidad: seria un «pasotismo anticientifico y contrarrevolucionario. Pues bien, Communio prende modestamente contribuir, aunque sea en una pequeña parte, a rellenar este hueco dejado por la venturosa evaporación de nuestro «nacionalcatolicismo». Comunión (koinonía) es el nombre que se daban a sí mismas las comunidades cristianas primitivas; se trataba de grupos «plantados» (es la frase de san Pablo) en los puntos más estratégicos de aquel Imperio Romano, para con ello hacer posible que el mensaje de Jesús pudiera ser oído por todo aquel que quisiera escucharlo y, posteriormente, aceptarlo. Entre todas ellas había una «intercomunicación», una comunicación mutua, con la que se enriquecían recíprocamente. Precisamente su origen se debía al derrumbamiento del «nacionaljudaísmo», que hacía de un pueblo determinado el único y privilegiado depositario del mensaje de Dios. No, el cristianismo tendía a romper las tentativas de nacionalizar el Evangelio; así se explica el fenómeno pentecostal: cada uno entendía en su propia lengua los discursos de los apóstoles. No había ya una lengua sagrada que tuviera el monopolio de la transmisión del mensaje. Ni mucho menos un pueblo elegido para transmitirlo. El mensaje era de toda la humanidad y para toda la humanidad.

Communio se mueve en esta dimensión horizontal. Es una revista, sí, de teología; tiene, ciertamente, profesionales -¿cómo no?-, pero no se reduce a ellos, porque el que no hiciera nada más que teología, llegaría a no hacer ni siquiera teología. En sus consejos de redacción (distintos en cada área lingüística) hay de todo: desde los grandes «budas» de la buena teología hasta los modestos «confesores» de la fe en los espacios inverosímiles. Por eso cada número tiene tres partes estudios, confrontación y testimonio.

¿De derechas? ¿De izquierdas? ¿De centro? Es inútil la pregunta. Communio, en sus diversidades internas, tiene esto de común: el afán por recuperar la identidad eclesial.

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