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Tribuna:LA LIDIA
Tribuna
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La feria del toro más importante que se recueda

Aparte los profesionales del taurinismo, nadie repara en él. Su nombre, Miguel Criado, dice muy poco; su apodo, El Potra, algo más. Suele estar en el callejón, como de incógnito. Cuando el público se encrespa -«¡Esto es un fraude!»-, cuando se entusiasma -«¡Qué corridón de toros!»-, las miradas de reproche o aprobación se dirigen a la empresa o al palco presidencial. De El Potra ni se sabe que exista. Y, sin embargo, suele ser el responsable.También en la Feria del Toro, de los sánfermines. La comisión taurina le encarga: esta corrida, aquélla, de estas características, de aquellas otras. Y El Potra viaja, ve toros, anota, selecciona a gusto del consumidor. Luego, allá por abril, la comisión visitará las ganaderías elegidas y dará el visto bueno. Así se hace siempre. Con acierto, a veces. Este año -y como así es, así hay que decirlo- con éxito memorable.

Los sanfermines de 1979 han constituido una gran feria del toro. Cada corrida mejoraba a la siguiente, con alguna excepción, por supuesto, que de todo debe haber en el transcurso de un abono largo. La presentación de la mayor parte de las corridas fue impecable, y su juego, variado y noble, sobre una línea de casta purísima. A la hora de hacer recuento, la deliberación no fue rápida ni fácil para los miembros del jurado, que debíamos votar el toro más bravo y la corrida más completa. La de Guardiola, magnífica de trapío, salió excelente, y hubo dos ejemplares de nota. La del marqués de Domecq, impresionante de presencia' tuvo clase extraordinaria. Lo mmismo la del conde de la Corte, con un segundo toro notabilísimo, que llegó a estar premiado («A falta de los albaserradas de esta tarde, ¿eh?». «Naturalmente, a falta de los albaserradas.») Las de Chopera y María Isabel Ibarra tuvieron interés. La de Martínez Benavides más valdría que la hubieran dejádo en el campo: con esas cabezas no se participa en una feria como la de Pamplona. La de Miura era tremenda, preciosa, increíble. ¡Qué miuras! Y tras dar el susto al saltar a la arena, engallados, asomando la cabeza por encima de la barrera para dar las buenas tardes al personal, principalmente a El Potra -¡«Hola, Miguel», le decían a El Potra-, resultó que eran pastueños, con un cuarto toro bravo, que también, como toda la corrida en conjunto, contó para el premio. (A falta de los albaserradas de esta tarde, ¡eh! Naturalmente, a falta de los albaserradas.)

Los albaserradas eran chicos, en general, y pobres de cabeza. De no haber sido toreros modestos quienes tenían que lidiarlos, a lo mejor habrían surgido problemas en el reconocimiento, por ese lógico temor a que las figuras, tan suyas y tan influyentes, quisieran dar gato por liebre. Pero no los hubo y los seis ejemplares salieron al ruedo. Chicos y todo, las figuras tuvieron la gran suerte de no ponerse delante. Porque los albaserradas eran vendavales; casta excepcional, bravura, poder, se arrancaban de cerca o de lejos, al primer cite; no paraban, derribaban, hasta dos, tres veces; embestían nobles, pero crecidos, y se comían los engaños; los banderilleros pasaron verdaderos atragantones para hacer la reunión a tamaña velocidad; morían los albaserradas de pie, pidiendo pelea.

El jurado celebró una última reunión de urgencia. ¡Cambió el voto! El recuento en nada se parecía al efectuado horas antes: Albaserrada, Albaserrada, Albaserrada...

José María de Andrés, presidente de la comisión taurina; los vocales José María Marco e Ignacio Usechi, El Potra también, desde luego, son nombres a inscribir en los anales de los sanfermines. Han montado la mejor feria del toro que se recuerda, y no ya de Pamplona, sino de cualquier otro lugar. La historia de la fiesta tiene en los sanfermines de 1979 un capítulo a reseñar, y deberá dedicarlo al toro de lidia de la época, que puede ser así de bonito, serio, encastado y bravo, aunque los manejos del taurineo conduzcan a querer demostrar que tal toro no existe. « Los aficionados se empeñan en que salga un toro que han soñado, pero que no hay en el campo ni lo hubo nunca», mienten los taurinos, con interesada y machacona insistencia. A quienes estuvieron en Pamplona ya los podrán equivocar.

La torería que participó en la feria no dio la talla. Si Emilio Muñoz, que se la juega en cada ocasión, pero poco más hubo. La mejor faena la hizo Supermán, el 8 de julio, día del aniversario de los graves sucesos del año anterior, pues rompió la tensión que había en el tendido. ¡Olé el salero del Supermán bigotudo, bizarro y volador! Mas sigamos en tauromaquia. Se dice pronta: 54 toros, apenas hubo un par de faenas importantes, y redondas, ni una. Lo tenemos claro: sí hay (y abunda) el toro que exigen los aficionados; lo que escasean son toreros que puedan con ese toro .

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