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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La moral del "Skaylab"

HOY, si los ordenadores de la NASA no rectifican sus cálculos, el Skylab caerá sobre la superficie de la Tierra. No se sabe lo que puede pasar. Todo el vuelo de este laboratorio de ochenta toneladas ha resultado imprevisible; desde el retraso sufrido en su velocidad -que es lo que ocasiona su caída-, hasta cierto desequilibrio que ha ocasionado variaciones importantes en su trayectoria. La misma fecha de su caída ha sido rectificada numerosas veces. La ciencia y la técnica han llegado a niveles extraordinarios, pero de ningún modo absolutos: un número de azares y de imprevistos juegan todavía, y por mucho tiempo, en sus creaciones. Para eliminar el azar y para vencer determinadas leyes celestes se utilizan laboratorios espaciales como el Skylab; pero ellos mismos están sometidos a ese azar y a esas leyes. Y así, el Skylab caerá probablemente hoy sobre la superficie de la Tierra: no se sabe dónde, ni de qué manera.Los cálculos más verosímiles indican que una parte de su enorme masa -es como un edificio de doce plantas- va a desintegrarse al entrar en roce con la atmósfera. Pero la excelencia de la ciencia y de la técnica es tal que numerosas partes del satélite están hechas para resistir cualquier cosa; y un aspecto muy interesante de esta experiencia será el de saber qué fragmentos resistirán y en qué forma. Podría ocurrir que los primeros experimentadores de la resistencia del material sean algunos pobladores de la Tierra sobre cuyos tejados, sobre cuyas cabezas, caigan estos triunfos de la técnica: fragmentos de hasta dos toneladas, capaces de resistir el choque atmosférico. La realidad es que no se sabe cuántos serán esos fragmentos, ni cuál su peso. Tampoco es posible predecir en qué lugar pueden caer. En el peor de los casos, el mayor fragmento podría precipitarse sobre el mayor rascacielos, a la hora más cuajada y causar una, matanza muy importante. Pero este cálculo no es más que un alarde de pesimismo. El hecho de que los mares cubran la mayor parte del planeta, y los desiertos y zonas despobladas sean de enorme abundancia, pueden dar la tranquilidad a un espíritu matemático con fe en el cálculo de las probabilidades. Pero lo otro, la catástrofe, o una suma de catástrofes -uno de los cálculos supone que fragmentos de quinientos kilos pueden desparramarse en un radio de quince kilómetros- está entre esas probabilidades. Ante esa eventualidad, la NASA y el Gobierno de Estados Unidos tienen una previsión escasamente reconfortante: pagarán los gastos y las indemnizaciones correspondientes. Incluso con generosidad.

Todo ello nos lleva a conclusiones que, por otra parte, son perfectamente conocidas: el progreso de las ciencias y las técnicas no se corresponde con un equivalente en lo jurídico y en lo moral. El derecho espacial ha producido ya un número muy abundante de tesis y de congresos, pero muy escasa aplicación práctica. Podrá ocurrir un día que se determine que el espacio sobre los países -el vuelo- sea de su dominio, sin más límites en la altura que el que pudiera corresponder a unos imaginarios habitantes de otro planeta, incluso de otra galaxia: hoy no es así, y la mayor parte de los países, por no decir todos, están sobrevolados por ingenios de múltiples aplicaciones y de un destino tan desconocido como el del Skylab sin que se cuente con su permiso; y sin que el beneficio de la experimentación en su parte científica o en su parte militar, si la hay, sea compartido.

En cuanto a la moral, se ha quedado definitivamente atrás en éste, como en otros muchos casos. Sin exagerar la parte de riesgos, y aun creyendo en que es poco probable que ocurra nada grave, la parte moral de este asunto es enormemente dudosa. A partir de la noción de que el Skylab no puede tener el origen moral que se le atribuye como principio: el de un experimento beneficioso para el conjunto de la humanidad. No hemos llegado todavía, y no se llegará en siglos, si es que se llega alguna vez, a esta globalización de los intereses de todos. Por ahora están muy nacionalizados, y los beneficios del Skylab, de la índole que sean, irán directa y secretamente a la nación que lo ha lanzado hacia el espacio.

Los resultados de la caída podrán dar o no dimensión a estos aspectos. Pero no bastará el hecho de que todos los fragmentos caigan con impunidad o se desintegren antes de llegar a nosotros para concluir que el suceso ha tenido un final feliz y para darlo por olvidado. Aun así, sería preciso revisar los conceptos morales y jurídicos por los cuales se puede lanzar este grave azar sobre la Tierra; y tratar de que no se repita.

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