Dejará en el suelo una "huella" de varios miIes de kilómetros
Después de dar más de 31.000 vuelta a la Tierra, el Skylab, el primer laboratorio espacial de Estados Unidos (79 toneladas de peso), está a punto de caer sobre nuestro planeta.Los controladores que siguen su vuelo permanentemente no sabrán cuándo o dónde caerá el gigantesco laboratorio espacial hasta momentos antes de que suceda; es incluso posible que el Skylab rebote en la capa superior de la atmósfera debido a su densidad, de la misma manera que rebota un guijarro en la superficie del agua al arrojarlo paralelo a ella. Puede incluso llegar a tambalearse en el espacio antes de su entrada en la atmósfera, pero cuando descienda, haciéndose pedazos en la caída, los restos que no se desintegren totalmente dejarán, ,en alguna parte de nuestro suelo, una huella de varios miles de kilómetros
De los 71.000 kilos de material que entrarán en la atmósfera, la NASA (Administración Nacional de la Aeronáutica y el espacio norteamericano) calcula que quedarán sin desintegrarse totalmente entre 18.000 y 22.000 kilos, distribuidos en unos cuatrocientos o quinientos pedazos que pueden pesar entre medio y varios miles de kilos. Los restos se dispersarán en una zona de 6.500 kilómetros de longitud y 160 de anchura. Los pedazos más grandes podrían ser la esclusa de aire, que pesa 2.265 kilos, y la cámara de 1.800 kilos que servía de almacén de material filmado. En el caso de que el Skylab cayera sobre una ciudad, John Yardley, el director de vuelos tripulados de la NASA, calcula que sólo lo harían uno o dos de los cuatrocientos pedazos, debido a su enorme dispersión geográfica.
Las posibilidades de que causen daños físicos a personas son muy remotas. Pero si la entrada en la atmósfera se da durante alguna de las órbitas que transcurren sobre zonas densamente pobladas, las posibilidades de una desgracia aumentan considerablemente.
Cuando el Skylab fue lanzado al espacio, a mediados de mayo de 1973, James C. Fletcher, director de la NASA, consideró que el riesgo de que sus restos cayeran sobre una zona habitada era lo suficientemente pequeño para poderlo afrontar. El lanzamiento fue responsabílidad exclusivamente suya, y no le fue fácil tomar una decisión.
En la época en que se convirtió en director de la NASA (abril de 1971), ya se había decidido lanzar al espacio el Skylab sin haber tomado ningún tipo de precaución para controlar su regreso a la atmósfera. El director en funciones, George M. Low, y el director de vuelos tripulados, Dale D. Myers, habían pasado más de un año estudiando los peligros potenciales de los restos del Skylab, así como las posibles medidas para reducir los riesgos, medidas tales como dotar de cohetes secundar ¡os varias partes del laboratorio espacial de forma que, a su regreso a la atmósfera, pudieran dirigirse hacia algún océano. Pero los costes y el retraso que supondría el lanzamiento hacían estas medidas inaceptables.
En otoño de 1970 Myers recomendó a Low que la NASA debería afrontar el riesgo: una posibilidad entre 55 de que los restos del laboratorio causasen daño físico a los habitantes de la Tierra en su caída a nuestro planeta. Afirmó que el riesgo era tan sólo una décima parte mayor que el que constituía la entrada en la atmósfera de todo el material existente en el espacio durante el período de vida del Skylab. A. principios de abril de 1971 Low aceptó la recomendación, pero en ese mismo mes Fletcher se hizo cargo de la dirección de la NASA. Pensó que el riesgo era demasiado grande y le pidió a Low que volviera a estudiar todas las alternativas.
Después de un minucioso estudio, los ingenieros del Centro de Vuelo Espacial DC Marshall, de Alabama, descubrieron una solución para eliminar gran parte del peligro, el que presentaban los tres cohetes S-IVB que trasladarían los astronautas al laboratorio espacial; el plan consistía en utilizar los restos del combustible para dirigir los cohetes al mar. Otro estudio, de mayo de 1973, redujo las posibilidades de accidente a una entre 120. Fletcher dio su aprobación y ese mismo mes se efectuó el lanzamiento del Skylab, hace ahora exactamente seis años.
Días de tensión e incertidumbre
Pero Fletcher seguía todavía al frente de la NASA cuando, a comienzos de 1975, cayeron sobre la Tierra los primeros restos, los del cohete Satum II, 35.000 kilos, que había sido empleado en el lanzamiento del Skylab. Y todavía recuerda esa desagradable sensación en el estómago mientras aguardaba la caída.
El Mando de Defensa Aérea de América del Norte (NORAD), encargado del seguimiento de los miles de vehículos espaciales, repetidores de radio y otros objetos que dan vueltas a nuestro planeta, a fin de distinguirlos de posibles misiles, predijo que el cohete caería entre el 29 de diciembre de 1974 y el 10 de enero de 1975. Fletcher estableció una guardia permanente en el cuartel central de la NASA, en Washington, y encargó a un ayudante, el general Duward L. Crow, que le mantuviera informado de las últimas predicciones del NORAD sobre la fecha de entrada en la atmósfera del cohete, Para el caso, no muy probable, de que el S-II cayera en zonas habitadas, la NASA tenía dispuesto un equipo de investigadores que se trasladarían inmediatamente al lugar de la tragedia.
A medida que se iba a cercando el día D, el NORAD revisaba las predicciones dos veces al día, con objeto de determinar con la mayor exactitud posible el tiempo y lugar de entrada en la atmósfera. Sabiendo lo que iba a suceder, pero no dónde ni cuándo, Fletcher se sintió flaquear cuando los dos días de gran preocupación que él esperaba se convirtieron en dos semanas de constante tensión e incertidumbre.
La última predicción del NORAD se dio antes de la madrugada del 11 de enero. A la una de la mañana, Crow fue informado de que el S-II, en su próxima órbita, podría entrar en la atmósfera a la altura de Los Angeles; los restos se esparcirían hacia el Este. Pero siguió dando vueltas. La siguiente órbita la efectuó sobre los estados del noreste, densamente poblados. De nuevo no sucedió nada en nuestro planeta. Pero tan sólo unas horas después el NORAD verificó que el cohete había desaparetido del alcance de su red de seguimiento; en ese momento, Fletcher tuvo la certeza de que el S-II estaba ya en algún lugar de la Tierra. Un piloto de unas líneas aéreas informó haber vis to un destello de luz al sur de las Azores, similar al producido a la entrada de algún objeto en la atmósfera. Probablemente se trataba del S-II.
Entre febrero y agosto de 1975 regresaron a la atmósfera cuatro paneles de protección de carga útil de 2.700 kilos; tan sólo uno de ellos cayó en tierra firme, en algún punto de Africa austral.
Fletcher no quería tener que volver a pasar por una experiencia semejante, pero el incontrolable Skylab seguía en el aire; su recinto y de investigación, la esclusa de aire y la unidad de instrumentos, el módulo de atraque y el observatorio solar constituían el mayor satélite en órbita: setenta toneladas. Esperando poder controlar el regreso a la Tierra, Fletcher hizo que volvieran a revisar todas las posibilidades que seguían abiertas, centrando el trabajo en el posible uso del futuro puente espacial para impulsar o frenar el laboratorio. El primer viaje del puente espacial se fijó para la primavera de 1979. Tal operación requeriría tan sólo reactivar en un grado mínimo parte de los sistemas del Skylab. Pero nadie sabía con seguridad en qué estado se encontraría el laboratorio por esas fechas.
El Skylab había sido construido con miras a mantenerse en órbita durante un tiempo limitado. Se construyó aprovechando los restos del programa espacial Apolo, del cual se habían suspendido tres misiones a la Luna. Desde el mismo comienzo del programa los contratiempos y el mal funcionamiento del Skylab pusieron a prueba el ingenio de astronautas e ingenieros, inmersos ya en un apretado programa de observaciones y experimentos científicos sobre la fisiología del hombre en el espacio, las tierras y océanos de nuestro planeta y el Sol y otras estrellas.
Un balón usado a punto de descoserse
A pesar de todo, el laboratorio espacial resultó ser un hogar acogedor girando alrededor de la Tierra, una estructura de tres pisos con cocina, dormitorios y zonas de estudio. Jack R. Lousma, uno de los. nueve astronautas que trabajaron en el Skylab, recuerda la agradable sensación que sintió al entrar por primera vez en el laboratorio espacial. Tenía la sensación de estar en una cabaña largo tiempo deshabitada en algún lugar remoto y solitario. También recuerda con una sonrisa el último encuentro que tuvo en la Tierra con los científicos solares. «No espere detectar mucha actividad solar», le habían advertido. Sin embargo, al poco de llegar al laboratorio, la alarma solar indicó que el Sol había entrado en erupción. Raro era el día que el Sol se mantenía inactivo: arrojaba gigantescas nubes de gas caliente a una velocidad de más de un millón y medio de kilómetros por hora, y surgían manchas solares (uno de los principales índicadores de actividad solar) en áreas de erupciones en las que los campos magnéticos se entrecruzaban por la superficie como manojos de espaguetis. Un aumento del número de manchas solares era signo de que las capas superiores de la atmósfera de nuestro planeta se estaban recalentando y expandiendo. Esto constituiría un aumento de la atracción sobre cualquier vehículo espacial en órbita alrededor de la Tierra.
Por razones misteriosas, el Sol tiene ciclos irregulares, de una duración media de once años, comenzando por un período de relativa calma e inactividad, que va aumentando gradualmente hasta alcanzar un período máximo de actividad dd las manchas solares. En este momento nos estamos aproximando al ciclo de apogeo de actividad, a pesar de que durante el período de vida del Skylab el Sol debería haberse encontrado en una fase de descenso de actividad que tuvo su apogeo en 1968, y cuyo punto más bajo esperaba alcanzarse en 1975.
Los astronautas pasaron cientos de horas en el observatorio solar, en el que dos pantallas de televisión reflejaban las vistas del Sol captadas por los telescopios exteriores. A Lousma, el Sol le pareció «un balón muy usado, a punto de descoserse». No podía figurarse que un día el Skylab sería presa de la desconcertante estrella.
Copyright 1979, by Smithsonian Institution /Los Angeles Times.
Próxíimo capítulo: Los científicos intentan atrapar a un potro encabritado en el espacio.
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