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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

De Estrasburgo a Tokio, pasando por Ginebra

EN MENOS de una semana, los principales líderes del mundo occidental han celebrado en Estrasburgo, o tienen previsto celebrar en Tokio la próxima semana, dos reuniones en la cumbre que van a poner en entredicho la capacidad humana para afrontar una de las situaciones más críticas que atraviesa el mundo desarrollado desde la segunda guerra mundial. A forma de sandwich entre las dos cumbres, se reúne el próximo martes en Ginebra la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), para considerar, por segunda vez en menos de tres meses, una nueva subida del precio del petróleo, ingrediente que a primera vista aparece como responsable de la particular situación que han analizado ¿ van a analizar la CEE y las siete potencias económicas más importantes del mundo desarrollado.La segunda reunión de 1979 del Consejo Europeo de los nueve en Estrasburgo, finalizada ayer, ha sellado un comunicado conjunto en el que, sin ningún rubor, la CEE confiesa que la «política de la energía» puede condicionar el futuro del mundo capitalista (y, posiblemente, del socialista y del Tercer Mundo) durante la próxima década. A falta de fuentes alternativas de energía, el petróleo se ha convertido, desde el embargo de 1973 y la cuadruplicación subsiguiente de los precios del crudo, en el supremo árbitro de la salud económica mundial. Estados Unidos, Japón, la CEE y, en general, todos los países de la OCDE tienen pendientes sus políticas económicas de la situación energética, y de ésta depende, prácticamente, el futuro, la estabilidad y la prosperidad de sus habitantes.

Las conclusiones de la cumbre de Estrasburgo, primera de estas tres importantes reuniones, han sido clarificadoras. En primer lugar, los nueve países de la CEE se han visto obligados a endosar las recomendaciones de la Agencia Internacional de Energía (AIE), que, reunida en París hace un mes, ya sentenció que sin una reducción sustancial del consumo de petróleo (en un 5 % durante el próximo año) no hay solución aceptable posible. En consecuencia, la CEE ha hecho un llamamiento a sus miembros para que congelen durante los próximos cinco años el consumo de petróleo y lo limiten a los niveles de 1978; es decir, a 470 millones de toneladas.

El fruto de esta reducción es fácilmente presumible, y así lo han reconocido los dirigentes de la CEE. En el período de 1980-1985, Europa tendrá sólo un crecimiento sobrio de su PNB y, sin fuentes alternativas de energía, la austeridad (por no llamarla recesión) será la nota predominante de las economías europeas. Los niveles de paro, ya bastante altos en Europa y países adyacentes, como consecuencia de la recién superada recesión del año 1975, se incrementarán irremediablemente. Es más: advirtió el presidente francés, Giscard d'Estaing, no existen posibilidades de solución al paro hasta 1985, cuando las tensiones demográficas en Europa se suavicen con la llegada al mercado de trabajo de un menor número de personas jóvenes que buscan ocupación por vez primera.

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En este contexto, la CEE no ha tenido más remedio que afrontar uno de los problemas más polémicos de nuestra era: el aprovechamiento de la energía nuclear como única fuente alternativa a muy corto plazo del petróleo. Su conclusión es más que evidente y deja, desde luego, malparados a los que, desde un punto de vista comprensible, protestan por la incertidumbre de esta industria tras el, accidente de Harrisburg. «Sin desarrollo de la energía nuclear», dice el comunicado de la cumbre de la CEE, «no habrá crecimiento económico durante los próximos años.»

La otra cumbre, que comenzará en Tokio el próximo jueves, no podrá apartarse mucho de estas conclusiones. Los siete líderes de las principales potencias económicas de Occidente (Estados Unidos, Japón, Canadá, República Federal de Alemania, Gran Bretaña, Francia e Italia) ,se reúnen bajo la advertencia del secretario de Energía norteamericano, James Schlesinger, que ayer dijo en Washington que «la crisis es real» y no un invento de los Gobiernos y las multinacionales del petróleo para forzar una determinada política. Pero, en este contexto, quizá convenga recordar que si la crisis es real, la responsabilidad pesa, sobre todo, en la otra parte del Atlántico, donde un característico e inconsciente estilo de vida hace que diariamente un norteamericano queme el doble de petróleo que un europeo.

Si la solución debe venir, en un primer período, por la reducción del consumo, la Administración Carter puede verse ante serios problemas para, tal como desea, convertir la cumbre de Tokio en un frente común de los países consumidores ante la OPEP. La línea dura que patrocinará Washington en la capital nipona será dificil que sea seguida por países que, como la RFA, Japón, Francia o Italia, son más vulnerables que Canadá, Gran Bretaña o el mismo Estados Unidos a las decisiones erráticas de la OPEP.

En cualquier caso, la sesión de la OPEP en Ginebra el próximo martes, aunque menos trascendente que en ocasiones anteriores (su único trabajo será, de hecho, ratificar oficialmente una estructura de precios reales ya existente), puede provocar reacciones agrias y emocionales en Tokio y abrir el camino a un serio y peligroso enfrentamiento entre productores y consumidores de petróleo. En Ginebra, salvo acontecimientos de última hora, no habrá grandes sorpresas, pero de la capital japonesa puede surgir una nueva filosofía occidental frente a la «política de la energía» de la OPEP, a menos que los problemas internos entre los grandes primen por encima del interés común.

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