La UNED, abandonada
Hace algún tiempo apareció un artículo, amplio y detallado, en EL PAIS, acerca de la falta de dotación y penuria material por la que atraviesa la UNED (Universidad a Distancia). Le firmaba nada menos que su rector, y parecía un grito desesperado, un clamor rebelde e indignado, ante una situación totalmente injusta de una de las mejores obras emprendidas en materia educativa en nuestro país, con repercusiones internacionales importantes. Estuve a punto de escribir entonces, para reafirmar algunos de los puntos y reclamaciones que allí se exponían, desde mi condición de alumno de los primeros momentos y vinculado a esa Universidad, espero, por algunos años a través de tesinas y doctorados. Algunos nos lanzamos a la aventura de la UNED por necesidades personales -residencia, traslados, trabajo, etcétera-, pero también porque se presentaba como iniciativa pedagógica nueva, en medio de la maltratada y desastrosa universidad del final del franquismo. Pues bien, muchos de esos iniciales proyectos, bastantes de las posibilidades que ofrecía y ofrece la UNED, se vienen abajo ante la carencia de locales mínimos de trabajo y de las misérrimas ayudas que recibe por parte de los Presupuestos del Estado. ¿Qué iniciativas van a tomarse si para reunirse unos cuantos alumnos con sus profesores hace falta pedir no sé cuántas cosas a la institución de al lado? ¿Cómo vas a visitar a tu tutor si está junto a otros cuatro o cinco compañeros y te das cuenta que interrumpes a todos con tu conversación? Y así unas cuantas cosas más. Me refiero a la central, es cierto, pero de la saturación de otros centros y sus deficiencias también sabemos algo.Pensaba que algún representante de los bienes del Estado, es decir, nuestros, de todos, tendría el gesto elemental, la ocurrencia amable, de ofrecer alguna respuesta, aunque fuera disculpándose. Pues, ¡ni hablar! Al menos yo, asiduo lector de EL PAIS, no he visto nada sobre el astinto. Y creo que aquel maenífico grito de nuestro rector esta condenado al silencio del vacío como respuesta. El curso acaba, las vacaciones llegan y, como tantas y tantas veces, nada. La Administración sigue su inveterada marcha. ¿No podría algún responsable cualificado del flamante y recién estrenado Ministerio de Universidades e Investigación decirnos algo a los 60.000 alumnos directamente implicados, a los demás universitarios, a los que se les libra de una presión agobiante en las aulas, y al resto de la sociedad, que trabaja y paga para que las cosas funcionen medianamente bien?
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