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Entrevista:

"El socialismo no es sólo de la clase obrera"

Juan Luis Cebrián

Cuando el domingo 20 de mayo Felipe González anunció patéticamente su decisión de no volver a presentarse como candidato a la Secretaría General del PSOE cierto escalofrío recorrió la espina dorsal de la política española. Felipe había sido el verdadero descubrimiento de la transición democrática. En torno a él se construyó un partido que reúne cerca de seis millones de votos y representa la alternativa histórica a la derecha en el poder. Su ausencia de la dirección amenazaba, y amenaza, con reducir al PSOE progresivamente en capacidad e importancia, en beneficio de los comunistas y conduciendo a nuestro país de modo paulatino a un modelo italiano. Muchos le criticaron a Felipe lo que se consideraba una rabieta. Otros le felicitaron por su dignidad ética. Los más alababan su capacidad de estratega. El apenas dijo nada. Según los más íntimos, su abandono se debía a que había puesto las esperanzas en que del XXVIII Congreso saldrían las propuestas- coherentes del PSOE como partido de poder y no como partido-testimonio. Acudía con un trabajo serio, fruto de muchos meses de esfuerzo, que los delegados ni siquiera se tomaron el interés de conocer. La radicalización de las bases y un debate ideológico sobre el marxismo convirtieron al congreso en un movimiento asambleario en el que la demagogia y el oportunismo de algunos líderes se hicieron patentes.Ahora muchas preocupaciones se centran en la celebración del congreso extraordinario que tendrá lugar a finales de verano y en el que se someterá a revisión la línea política del partido y se elegirá una nueva ejecutiva. Casi nadie duda que Felipe ha de ser de nuevo el secretario general. Quizá él resulte más escéptico. Cierto cansancio personal y la decepción sobre los métodos y sistemas de actuar de algunos de sus compañeros le situaron en una actitud psicológica de abandono al margen de los propios condicionamientos políticos.

En el congreso, Felipe se debió sentir víctima de las maniobras de destacados líderes socialistas y de la práctica del entrismo trotskista detectado en miembros de la base. Por eso su espera del futuro no es un simple deshojar la margarita de las dudas. De hecho, reúne todavía lo básico de la estructura de poder del partido, aunque no su representación. Presidente del Grupo parlamentario Socialista y vicepresidente de la Internacional, el alejamiento de las tareas de secretario general no ha mejorado su situación respecto a los problemas de seguridad. Sigue sometido a fuerte protección y el fin de semana pasado estrenó un coche especial blindado que le han traído desde Italia. Esta entrevista se celebró en Miraflores, en una típica casa de esas que forman la colonia veraniega de la sierra de Madrid. Sentados en un mirador del jardín, rodeados de los hijos de Felipe, durante más de tres horas analizamos la situación del Partido Socialista y la coyuntura política nacional. Hace unas semanas, recién terminado el XXVIII Congreso, ya había tenido ocasión de mantener con él una larga conversación. Entonces le encontré en exceso deprimido y muy afectado por el desarrollo de los acontecimientos, apenas dispuesto a volver a la política. Quienes criticaban su actitud como fruto de una burda estrategia y no de una decisión de conciencia -pensé- se equivocaban. El martes pasado, a la sombra de los castaños de indias de su casa de la sierra, frente a la hoz festoneada de chalecitos, le volví a plantear la cuestión. También le señalé algunas de las acusaciones que en el seno de su partido le hacen. Entre ellas la de haber dado un giro sustancial desde sus posiciones extremadamente de izquierda, en el congreso de Suresnes, a las que ahora mantiene, y la de practicar el guymolletismo: un radicalismo verbal con una praxis interclasista y derechista.

«No estoy dispuesto», contestó, «a plantear una polémica sometida a clichés en el seno del partido como si hubiera dos opciones, la mala y la buena, entre las que hay que escoger. Precisamente lo que más he combatido en mi vida política ha sido ese guymolletismo del que me acusan y que es la disociación entre lo que se dice y lo que se hace. Aún peor: entre lo que se dice y lo que se está dispuesto a hacer. No hubo ninguna fundamentación táctico-política en mi decisión de abandonar la Secretaría General, pero a la postre no soy yo el más indicado para analizar dicha decisión, que en cualquier caso debe ser contemplada desde una perspectiva histórica. En el congreso del 74 mi elección fue por exclusión, no porque yo representara determinada línea, sino precisamente porque no representaba una línea concreta, salvo la de renovación del partido. Esto se olvida con demasiada frecuencia. El candidato predestinado a salir como primer secretario era Nicolás Redondo, pero Nicolás no quiso porque prefería dedicarse a la actividad sindical. Acusarme de chaquetear en mis posiciones desde el 74 aquí me parece ridículo: yo no he cambiado básicamente y ahí están mis declaraciones, discursos y escritos de los últimos cuatro años para comprobarlo. Lo que he intentado hacer es adaptar el análisis político a la realidad actual, pues no se puede ignorar lo que ha pasado en España en los dos últimos años. Esta adaptación no tiene como meta más que la maduración política actual del PSOE como partido. »

Pregunta. ¿En qué consiste esa maduración? ¿Qué definiciones debe, a su juicio, tener el socialismo español hoy?

Respuesta. Ya lo he explicado en varias ocasiones. El Partido Socialista, por el espacio que ocupa y su representación electoral, posee una doble función: primero, es una alternativa de cambio, en muchos niveles, no sólo de cambio político, una alternativa liberadora social, económica y científicamente, y eso es lo que le define como un partido de izquierda; segundo, debe ser un referente que inspire seguridad a los ciudadanos en el proceso democrático. En la contradicción que suponen el cambio y la seguridad los socialistas deben hacer un esfuerzo por buscar una síntesis válida, que pasa por una amplia base de representación popular. Para hacer el cambio con seguridad se necesita una adhesión electoral que nosotros poseemos (30%) y podemos aumentar. Lo que la gente se pregunta es dónde acudir si falla el Gobierno, cuál es la alternativa posible, y el PSOE tiene que dar respuesta a esa interrogante. Eso es precisamente lo que les diferencia a los socialistas de otras formaciones de izquierda, que son también una alternativa de cambio, pero que no tienen la representatividad popular suficiente. Y no me refiero específicamente al PC, sino también a muchos otros grupos con o sin representación parlamentaria. Todo ello no quiere decir que el partido se tenga que volver más moderado, sino que tiene que ser consciente de su papel, basado en la representación popular que ostenta.

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P. Sin embargo, es curioso. Cuando, según usted, el Partido Socialista debe ofrecer seguridad a los ciudadanos, en ese mismo momento se produce su abandono de la dirección, que es un serio factor de inseguridad en el seno del partido y en el seno de la política española. Yo estoy convencido de que muchos de los casi seis millones de electores que dieron su voto al PSOE se han sentido intranquilos ante ese gesto.R. Hombre, lo único que no se le perdona a un político es que sea imprevisible. Y no se le perdona ni aun en el caso de una enfermedad. La imprevisibilidad es siempre un factor negativo en política y desde este punto de vista mi decisión puede, sin duda, ser criticada. Pero hay otros aspectos del hecho que precisamente son factores que introducen tranquilidad y confianza en el panorama político. Yo creo que es muy bueno que la gente sepa que hay personas que no estamos dispuestas a aceptar determinadas responsabilidades contra nuestras convicciones. Yo no he dado la espantada: simplemente, cuando he terminado un tiempo de mandato en la dirección del partido he considerado que en conciencia no podía aceptar seguir al frente de él en las condiciones que se desprendían del XXVIII Congreso. Creo que los ciudadanos valoran mucho esas cosas. Por lo demás, resulta preciso poner de relieve que la vida del partido no debe quedar unida a la de una persona. Las referencias personales pesan todavía demasiado en las formaciones políticas españolas y no es bueno. En cualquier caso, si se ponen en la balanza los aspectos positivos y negativos de mi decisión, pienso que priman los primeros, aun desde el punto de vista de infundir seguridad y confianza.

P. Bien, quizá sea así si usted vuelve a la dirección del partido. Pero usted no ha dicho todavía que piense volver.

R. Hasta ahora no he eludido nunca ninguna responsabilidad en la vida política española, siempre y cuando esa asunción de responsabilidades no supusiera una quiebra de mis convicciones. Mis compañeros del partido me pueden volver a comprometer, como en el pasado, si es que así lo desean.

P. ¿Qué condiciones serían necesarias para su regreso?

R. Yo no puedo ni quiero poner condiciones al partido. Digamos que el partido tiene que ser capaz, a mi juicio, de hacer un, programa, una estrategia realizable de cambio profundo en la sociedad española. Y eso conociendo muy claramente de dónde partimos y estableciendo a dónde queremos llegar.

P. Es de suponer que, desde su punto de vista, todo ello supone un cambio en el documento político emanado del último congreso. ¿Tiene usted ya preparado un documento nuevo?

R. El XXVIII Congreso encargó al congreso extraordinario la elaboración de la línea política. Yo no he hecho un análisis de contenido de lo que debiera suponer ese documento, sino fundamentalmente de la metodología de llevarlo a cabo. No quiero elaborar una ponencia que triunfe y ya he dicho que no me plante¿ el congreso extraordinario como un pulso. Lo que es necesario es que el PSOE sepa expresar lo que es en el triple plano de la ideología, de sus características como partido político y de su inserción en la sociedad. La gran tarea es realizar una síntesis de la diversidad ideológica, sectorial y territorial que es visible en el socialismo español.

P. Cuando usted habla de diversidad sectorial parece que quiere definir al partido como interclasista.

R. No, de ninguna manera; no es interclasismo. El interclasismo es un invento de los partidos burgueses que han pretendido eliminar de un plumazo las contradicciones sociales y han establecido por decreto la abolición de la lucha de clases. Pero la lucha de clases sigue, y está ahí, lo que pasa es que se desarrolla en otros términos y con otras características que en el pasado. Para explicarme: hoy conviven en el socialismo trabajadores manuales (del campo y la ciudad), empleados, funcionarios, pequeños y medianos empresarios, hombres de la cultura y del arte, pequeños propietarios, profesionales y grupos sociales definidos como los jóvenes y las mujeres Todos estos sectores tienen punto de convergencia, en su contraposi ción con la sociedad capitalista que los margina u oprime de formas diferentes. Pero no necesitan un mensaje unívoco, pues poseen problemas diferentes con respuestas diferentes y en algunos casos hasta contradictorias dialécticamente entre sí. Un proyecto verdaderamente socialista no es conce bible si no es capaz de dar respues tas a esa diversidad de sectores. E socialismo hoy no puede tener co mo única referencia la clase obre ra, porque lo que nos diferen cia precisamente del siglo XIX es la estructura de clases. Para obtener la mayoría necesaria para cambiar suficientemente la sociedad, la adhesión popular, los socialistas tienen que atender a todos esos sectores.

P. Está claro lo de la diversidad sectorial. ¿Qué significa la diversidad ideológica? ¿Qué tiene que ver con el debate sobre el marxismo? ¿Es que el marxismo no es la única ideología socialista? ¿Hay un socialismo no marxista que cabe en su partido?

R. Exactamente, el marxismo, aportación teórica fundamental, está ahí, pero caben y deben existir otras aportaciones. Y desde un análisis marxista moderno sólo puede ser de esa manera. Las fronteras del socialismo hoy desbordan el análisis marxista ortodoxo que algunos quieren hacer. El marxismo dogmático y el marxismo leninismo es preciso excluirlos, y ya los han abandonado formalmente hasta los comunistas, y esto no supone ceder a las presiones de la derecha, sino, al contrario, hacer más real el proyecto socialista. En un partido socialista moderno tienen cabida desde un marxismo riguroso hasta un socialismo radical no marxista, pasando por un socialismo de compromiso cristiano (lo que es frecuente en los países del sur de Europa), un socialismo que nace de posiciones antropológicas (los ecologistas, krausistas, humanistas, etcétera). Todas esas ideologías deben convivir y deben poder expresarse libremente en el seno del partido, todas tienen un mismo papel a desempeñar y ninguna posición debe sentirse oprimida por las demás. La diversidad enriquecedora del socialismo debe expresarse con igualdad de oportunidades. Entre todas ellas puede hacerse una ponencia política de síntesis en la que se vean reflejados cada uno de los sectores ideológicos sin perder las referencias fundamentales de la aportación metodológica y teórica del marxismo. Para que eso suceda sólo se precisa la existencia de elementos, de personas aglutinantes. Y esas personas están ahí. Lo importante es que la estrategia que triunfe no sea la de ningún sector concreto, aunque haya mayorías y minorías diferentes.

P. ¿Y en lo que se refiere a la diversidad territorial?

R. Es exactamente lo mismo. Si el PSOE tiene una vocación federal, es porque somos conscientes de que la sociedad no es tampoco uniforme en este aspecto y que plantea problemas que es preciso abordar. Me interesa mucho resaltar este tema de la diversidad territorial del socialismo, que demasiadas veces es olvidada, y, sin embargo, es inherente a los distintos condicionamientos socioeconómicos, históricos y culturales.

P. ¿Este análisis que usted hace le parece un análisis marxista?

R. Me parece que es el análisis que puede hacer cualquier marxista moderno. Por lo demás, creo que esta va a ser la última vez en mi vida que me refiero así al marxismo. Es una confesión irrelevante. A mi juicio, lo que define un proyecto como socialista no es su referencia estricta al marxismo, sino su capacidad de transformar el capitalismo.

P. Bien, hasta aquí la metodología, digamos, de las tres diversidades. ¿Cuál es esa solución de síntesis que usted propone?

R. Yo no quiero apuntarlo. Es verdad que tengo una ponencia in pectore y que poseo mi propia respuesta, fruto de un trabajo en equipo bastante elaborado. Pero es el partido el que debe buscar la solución, de él debe salir.

P. ¿Al hablar de diversidad quiere decirse que, según usted, deben estar presentes en la dirección del partido las distintas tendencias que en él se encuentran?

R. No las tendencias, porque no hay tendencias organizadas en el seno del PSOE. La diversidad, sí. Y esa diversidad debe estar presente en toda la dirección, en el comité federal y en la ejecutiva. Pero antes es preciso que se haga patente en las tareas del congreso.

P. Este tema de las tendencias ha sido, no obstante, de los más polémicos en el pasado. Sus contrincantes le acusan de haber hecho amiguismo, nepotismo y felipismo en el seno del partido.R. No siento necesidad de defenderme de esas acusaciones, pero puesto que me hace reparar en ellas, lo diré: no he hecho amiguismo, ni mucho menos nepotismo, que tiene un significado concreto. En cuanto a lo de felipismo, es una acusación que puede parecer cierta, de la que yo no soy responsable; parece que la situación política ha obligado a personalizar la respuesta política.

P. Pero no hagamos abstracciones. Lo del amiguismo es, sin duda, por Alfonso Guerra. La gente está sorprendida de que lo mantenga usted contra viento y marea. Y algunos piensan que es un truco: Guerra sería el malo de la película y usted el bueno. Siempre está bien tener un pararrayos de las críticas.

R. De Alfonso sólo voy a decir dos cosas: una, que tengo plena confianza, política y humana, en él; otra, que en el período que va del XXVII al XXVIII Congreso mis contactos y conversaciones con él están en proporción de uno a diez respecto a otros miembros de la ejecutiva. Por lo demás, yo no he mantenido a nadie, entre otras co

sas porque no podría. Pensar que alguien mantiene a alguien, así, de manera directa y personal, en un partido como el nuestro, me parece una simplificación. Lo mismo que eso de que Guerra juegue el papel de malo, entre otras cosas porque no es verdad; su aportación teórica en el partido ha sido fundamental. En el XXVIII Congreso, por ejemplo, Alfonso sacó adelante la discusión sobre los estatutos y yo no fui capaz de hacerlo con la ponencia política. Eso pone de relieve que en el intento del congreso de castigar críticamente a la ejecutiva había, por lo menos, dos protagonistas blanco de las críticas: Guerra y yo. Creo que otros también.P. ¿Pero por qué el congreso quería castigar a la ejecutiva, como dice? ¿A qué se debe esa actitud de los delegados?

R. Me parece que la razón de fondo no es la falta de democracia interna o de información de que se nos acusaba, sino la falta de participación de la base en las tareas del partido. Esta es una crítica que responde a la realidad y es preciso corregir el rumbo en ese aspecto. Sólo puedo decir en mi defensa que durante los últimos tres años hemos estado desbordados por la multiplicación ingente de la organización del partido, la atención a tres campañas electorales y el diseño de los mecanismos clave de la nueva democracia. No hemos podido, por eso, atender a otros aspectos. Por lo demás, los compañeros tienen en este país un espíritu hipercrítico y una tendencia excesiva a la generalización. Todo eso provocó una radicalización de posturas contra la dirección. Yo esperaba un congreso duro, pero pensé que los delegados se iban a esforzar, después de la crítica a la comisión ejecutiva, en buscar resoluciones más concretas, más cerca de la realidad. No fue así, y ni siquiera se analizaron los trabajos del comité. Hubo un rechazo absoluto a todo lo que venía de la dirección, quizá como protesta por lo que se consideraba el protagonismo excesivo de un reducido grupo de personas.

P. Algunos piensan que en la ejecutiva alguien hizo doble juego. Para decirlo a las claras: que había traidores en el seno de la dirección.

R. Se ha especulado en exceso con estas cosas. Yo no creo que hubiera doble juego, sino algunas operaciones que, por lo demás, responden al hecho común en todos los partidos de las posiciones de poder y contrapoder visibles en ellos. Yo tengo documentos que avalan la existencia de algunas de estas operaciones. No los he usado y no los voy a usar, y los que están temerosos de que lo haga pueden descansar al respecto. Como tampoco voy a poner al descubierto a algunas personas acostumbradas a disociar lo que dicen de lo que hacen, de lo que dicen en un lugar y lo que dicen en otro.

P. Usted dijo que había criptocomunistas en el congreso, que ellos eran los responsables de lo que pasó. ¿Se arrepiente ahora de haber pronunciado aquellas palabras?

R. Si, me arrepiento. En realidad, yo dije aquello sin referirme a ninguno de los compañeros que aparecen públicamente en la polémica, y ha sido mal interpretado.

P. A la luz de estos análisis, ¿qué le parecen, en concreto, las actitudes de Tierno, Gómez Llorente, Pablo Castellano y Frailcisco Bustelo?

R. No quiero analizar comportamientos concretos, para mí respetables, en sus diferentes posiciones. Todos ellos son buenos compañeros, me conocen bien y saben cómo actúo. Todos ellos son útiles para el partido.

P. Bien, ya hemos hablado de cuáles son las condiciones políticas para su regreso a la dirección. Otra cosa son las condiciones personales, la actitud psicológica y humana ante la cuestión.R. Yo no puedo ni quiero entrar en eso, pero no voy a hacer depender al partido de mi posición personal. Creo que es absurdo hacer catastrofismo en este punto. El partido ha vivido cien años sin mí y puede vivir perfectamente otros cien años también sin mí. Ya he dicho que el felipismo lo hacían otros con frecuencia y no yo. Si lo he hecho, al menos ha sido inconscientemente. Lo que pasa es que la acumulación de información da poder, pero en la práctica yo nunca. me he comportado como un secretario general al uso. En la ejecutiva he estado tantas veces en mayoría, como en minoría.

Hacemos una pausa. Felipe tiene algunas notas con las que se ayuda durante la entrevista, que interrumpe para llamar la atención a sus hijos, intentando poner orden en el alboroto. Le pregunto por el otro alboroto, el del país, por el cambio que los socialistas promueven.

R. Es preciso hacer un análisis de la estructura social. Aquí hay 37 millones de españoles, de los que veintiséis tienen derecho a voto. Bueno, pues de esos veintiséis sólo la mitad se considera población activa. De los trece millones y medio activos, cuatro son empresarios o trabajadores por cuenta propia. Ahí hay que incluir tanto a los grandes financieros y terratenientes como a pequeños propietarios y empresarios medios, los artesanos, agricultores, etcétera. Los otros nueve millones restantes son los que cobran mediante un sobre, para entendernos, pero no todos se consideran asalariados en sentido clásico. Al margen de ello, es preciso analizar la distribución social por sectores. En el campo hay empleadas dos millones y medio de personas, de las que 800.000 lo son por cuenta ajena. Los sectores secundario y terciario se reparten casi por igual (un 40%) el resto del mercado de trabajo. Cada uno de estos grupos sociales tiene que recibir un proyecto político diferenciado, el mensaje es diferente para cada uno de ellos. Eso va a suscitar algunas contradicciones entre las respuestas a los problemas de unos y los de otros. No se puede simplificar la lucha socialista identificándola únicamente con la lucha del movimiento obrero contra el capital. Esta es una dialéctica que ya no nos vale para incluir a la mayoría de la sociedad en el proyecto de cambio, aunque sea indispensable y fundamental para el desarrollo del proyecto socialista.

P. En cualquier caso, habrá un mensaje mayoritario socialista para todos, algo que sea unívoco.

R. Sí, claro; yo puedo decir que la lucha por el socialismo es la lucha por la libertad, por la igualdad y a través de la solidaridad. O, si se prefiere, la permanente profundización de la democracia en todos sus campos: político, económico y cultural. Pero eso es como decir poco, porque, lo mismo que yo, eso lo pueden declarar otros líderes políticos, aun sin ser de la izquierda. La cuestión está en saber cómo se entiende eso por sectores, cómo se plantea esa lucha, y por eso insisto en la necesidad de diversificar el mensaje de cambio. El factor cultural, por ejemplo, es muy importante, a veces más importante que el propio factor económico, en la respuesta a los problemas inmediatos.

P. Digamos, no obstante, que en economía la posición socialista suele ser bastante clásica. Todo el mundo entiende que el socialismo es una propuesta de estatalizaciones y que busca el impulso de la economía a través del sector público.

R. Yo soy bastante heterodoxo a este respecto. El cambio económico no tiene por qué ser prioritariamente a base de estatalizaciones. No queremos convertir el Estado en única empresa, ni siquiera en la más prepotente. Hay otras vías diferentes a las del aumento del sector público para limitar los poderes oligopólicos. Una de ellas es que el sector público que ya existe, aunque no crezca, sea más dinámico y rentable; otra, favorecer el fortalecimiento del sindicalismo de clase. Hay infinidad de mecanismos de compensación que, siendo típicamente socialistas, no tienen por qué reducirse a los clásicos de la estatalización. En Suecia, por ejemplo, los socialistas llevaron a cabo el control de precios a base de mantener un 25% del consumo en manos de cooperativas. En Inglaterra, sin embargo, los laboristas sacaron el país adelante a base de potenciar el sector público. No se puede establecer una tesis dogmática al respecto.

P. ¿Todo lo que dice usted no suena excesivamente reformista?

R. La dialéctica entre reforma y revolución ha desaparecido en la sociedad industrial de nuestros días. Sólo se mantiene a niveles ideológicos, y debe mantenerse. El cambio ahora es únicamente posible por la reforma, no por la revolución. Lo que pasa es que puede haber reformas más imaginativas y profundas que otras. En ese gradualismo es donde se sitúa la localización de quiénes son radicales y quiénes moderados. Esto que digo entronca por lo demás con la más rancia tradición del PSOE, que siempre fue fundamentalmente un partido de reformas pacíficas y democráticas. En definitiva: hoy el marxismo más riguroso es reformista en las sociedades industriales.

P. Me temo que seguimos en el terreno de la metodología, y se trataba de ver el contenido del cambio. ¿Qué puede y debe ofrecer el PSOE en esta sociedad, qué presiones puede ejercer y cuáles son sus alternativas?R. La sociedad española está soportando una verdadera tenaza sobre su conciencia, cuyas pinzas son la inseguridad y la desconfianza en las instituciones. Eso ya lo dije en la campaña electoral. En la calle, la inseguridad y la angustia son primordialmente el fruto de la situación de orden público (el aumento de la violencia y el terrorismo) y de la crisis económica, con su principal y más grave secuela que es el paro. Paro y violencia son las prioridades que han establecido los ciudadanos, no mediante un análisis intelectual, como acostumbra a hacer la clase política, sino porque son cuestiones que están ahí y que les afectan en su vida cotidiana. Luego la clase política racionaliza la cuestión y ve que todavía tenemos un Estado sin hacer y que hay cuestiones enormemente graves sobre las que volcarse para la construcción de ese Estado. He aquí una lista somera: las autonomías, las relaciones industriales, el desarrollo constitucional, la cuestión del Magreb y del Mercado Común, la energía, etcétera. Ninguno de todos esos problemas son resolubles a corto plazo, pero el Gobierno lo que tiene que abrir es una vía de esperanza, hacer algo que cambie el signo de desilusión y de desconfianza de las gentes. Y eso no se consigue, por ejemplo, porque se anuncie un calendario legislativo. Se consigue abordando de inmediato los problemas que preocupan a los ciudadanos: paro y terrorismo.

P. El terrorismo. ¿Qué hacemos?

R. En primer lugar, hablarle claro a la gente. Decirle que esto va a seguir un tiempo y que es preciso saber asumirlo. Reconocer la fragilidad del Estado en este terreno, la poca capacidad de defensa que aún tenemos, es comenzar a dar confianza. La verdad, por desagradable que sea, inspira siempre seguridad si va unida a la firme voluntad de superarla con el apoyo concreto de los ciudadanos. Tenemos la necesidad de establecer un diagnóstico claro sobre qué tipo de terrorismo estamos sufriendo, de dónde nos viene y por qué. Después, intensificar la lucha antiterrorista, la policial, con más profesionalidad y medios técnicos. Y, por último, entender que hay determinado tipo de terrorismo, el de ETA, concretamente, que no se resuelve sólo con medidas policiales, que necesita una respuesta política.

P. ¿Qué haría usted ahora en el tema del País Vasco?

R. Lo que digo: primero entender que el terrorismo ETA es de signo diferente al de otros (GRAPO o MPAIAC, por ejemplo). Exige medidas políticas y tardará tiempo en arreglarse. Luego, evitar la tentación de hacer una política antivasquista y de echar sobre las espaldas de todo el pueblo vasco las responsabilidades en este tema. Por último, es urgente llegar a un acuerdo en el Estatuto de Autonomía.

P. ¿Le gustaría un trato especializado para el tema vasco en este terreno?

R. Los techos de las autonomías deben ser iguales para todos. Pero la igualdad no exime del derecho a la diferencia. Los vascos pueden obtener cosas diferentes que otras autonomías, aunque en los techos generales sean idénticos. En cualquier caso, lo único que hay que garantizar es la ausencia de privilegios para nadie. Y, en cualquier caso, hay que saber que todo eso no es suficiente para acabar con el terrorismo automáticamente.

P. ¿Estaría dispuesto a negociar con ETA si ese fuera el camino?

R. Ya no es ocasión de hacerlo. Eso se intentó, y el Gobierno sabe cómo y de qué manera. Pero ya no es ocasión.

P. Vamos con la otra cuestión: el paro y la crisis económica. ¿Qué propone usted?

R. Hay que actuar partiendo de la base de que este no es un país democráticamente estable y que es preciso garantizar la permanencia de las instituciones. No nos podemos comportar como si el país estuviera sólidamente instalado en la democracia. Necesitamos un plan de emergencia para crear puestos de trabajo, aun a costa de que se controle menos la inflación y que crezca el endeudamiento exterior. Habría que emprender un plan acelerado de construcciones en servicios sociales, enseñanza, sanidad y vivienda, con lo que mejorarían las prestaciones sociales del Estado y se crearía empleo. Eso puede invertir el signo de la situación, abrir esa vía de esperanza a la que me refería. No vamos a acabar totalmente con el paro, por supuesto, pero la gente puede darse cuenta de que algo se comienza a hacer.

P. Sin embargo, es difícil crear empleo si los empresarios no invierten.

R. El Gobierno tiene capacidad de comprometerles y estimularles si quiere hacerlo. Es paradójico que General Motors tenga más confianza en nuestra estabilidad y posibilidades de recuperación que nuestros propios inversores.

P. Ellos reclaman flexibilidad de plantillas y que no les graven más con la Seguridad Social.R. Sí, estoy de acuerdo en que esos pueden ser factores limitativos de la creación de empleo, sobre todo el tema de la Seguridad Social. Los socialistas hemos abogado por un trasvase paulatino al Presupuesto General del Estado de los costes de la Seguridad Social. Lo de la flexibilidad de plantillas es más delicado, porque en la actual situación, con grandes stocks en los almacenes y baja productividad, lo que los empresarios quieren es quitarse el excedente de mano de obra y eso crearía más paro. Lo que hay que hacer es abrir mercados nuevos para los productos: si se vende más, se generará empleo. Y también clarificar las relaciones industriales.

P. ¿De qué manera?

R. El Gobierno está llevando una absurda política antisindical, de debilitamiento de las centrales. Tanto UGT como CCOO han perdido afiliación, se han visto sin infraestructura y en algunos casos están abocadas a la radicalización.

P. Sobre todo la UGT. Parece que en Comisiones son más prudentes, mejor organizados.

R. La radicalización en la base es igual para todos porque no hay cauce para las relaciones y la situación general es difícil. Pero el Gobierno es el culpable de la situación por no querer negociar el patrimonio sindical y empeñarse en el intento de crear un sindicalismo amarillo vinculado a su partido. Por un lado, es lógico que la derecha quiera romper el poder de la izquierda. Por otro lado, es suicida no tratar de fortalecer a los sindicatos si se quieren clarificar las relaciones industriales y encontrar vías de salida a la crisis. Estas pasan necesariamente por la creación de órganos de negociación supraempresariales y sectoriales y por la creación del Consejo Económico Social, donde las organizaciones de patronos y obreros deben y pueden dirimir sus contenciosos. El sindicalismo tiene que estructurarse verticalmente, por rarrias de producción, lo que nada tiene que ver con el verticalismo del antiguo régimen, a fin de que la negociación pueda ser sectorial. Mantener el ámbito de los ronvenios colectivos exclusivamente en los comités de empresa es fomentar el sindicalismo asambleario, que es lo que está haciendo el Gobierno. A corto plazo les puede resultar útil. A plazo medio es un error para todos.

P. Han pasado más de tres horas, y pienso que todavía son muchos los temas por abordar, entre ellos las relaciones exteriores, a las que Felipe González concede extraordinaria importancia.

R. En el Magreb se ha producido un desplazamiento de las posiciones del Gobierno hacia Argelia, rompiendo cierta imagen de equilibrio global en la que UCD estaba más relacionada con Marruecos y el PSOE con Argel. Este principio de equilibrio tenía un sentido, y al ser roto pienso que puede perjudicar a la Corona, que nuevamente se ve obligada a hacer el papel más dificil. Es ya casi una tradición que los viajes del Rey sirvan de compensación a los del Ejecutivo, dejándole al Monarca los huesos duros (Suárez, a Caracas y Cuba; el Rey, a Argentina; Suárez, a Argelia; el Rey, a Marruecos). Claro, que esta es la óptica de un socialista.

P. ¿Qué le parece, por ejemplo, la visita a Fez que esta misma semana hace don Juan Carlos?

R. Enormemente delicada, sobre todo si se planteara la cuestión de Ceuta y Melilla. A veces pienso que el Rey viaja demasiado; habría que cuidar más sus desplazamientos.

P. Otra cuestión en política internacional es la OTAN.

R. La posición socialista sigue siendo la misma. Este país no aguanta ahora un debate en serio sobre la OTAN y sin debate no Podemos decidir nada. Por lo demás, entrar ahora en la OTAN, en una perspectiva histórica, es un error. Si se camina hacia la desaparición de los bloques, al menos lo que habrá que hacer en una primera instancia es no reforzarlos. Entrar no significa de hecho nada para nosotros en cuestión de seguridad, no mejora nuestra situación en este aspecto en el flanco sur, que es el que estratégicamente parece preocupante, y no va a beneficiarnos, por supuesto, en las relaciones con terceros países.

P. ¿Y no piensa que el no ingreso en la OTAN puede ser aprovechado por Estados Unidos para incrementar su presencia nuclear en España, a través de los pactos bilaterales?R. No se pueden producir retrocesos en el plan de desnuclearización ya firmado y que de hecho se está llevando a cabo. Queda por ver si se firma o no el tratado de no proliferación nuclear. Yo soy partidario de la firma.

Nos levantamos y damos por terminada la entrevista. De camino hacia la puerta del jardín le pregunto por las relaciones con el PSA. «Mi opinión es que se debe intentar un proceso de acercamiento mutuo, pero por el momento no hay ningún contacto. El PSA está en una fase de afirmación de la identidad tras las elecciones y eso dificulta objetivamente las cosas.»

Ya junto al coche le abordo el tema de la Monarquía. «Yo sigo siendo republicano, pero como demócrata acepto la Monarquía y defiendo la Constitución íntegramente. Esta, además, no debe exigir pronunciamientos de fe que no conducen a nada. El partido sueco sigue siendo republicano en sus estatutos y gobernó cuarenta años con la Corona. Sería tonto que el PSOE abandonara su tradición en este aspecto. ¿Cómo nos vamos a convertir en un partido monárquico?». De regreso a Madrid recopilo las notas tomadas durante la conversación. Pienso que Felipe ha estado cauto, en la actitud del hombre que tiene el poder, y no del que lo busca. Había ido a la sierra en busca de alguna frase para la historia -aun si ésta fuera pequeña-, una frase rutilante y tonta, como son todas las de ese tipo. Pero Felipe no pronunció el «volveré» de rigor. Y, sin embargo, resultaba bastante evidente que piensa volver. Y que esta vez el congreso no le cogerá desprevenido.

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