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La coartada del reglamento, para colar becerradas

Canorea no se rinde, y el domingo soltó en Las Ventas otra novillada indecente. Y aún peor que las anteriores, porque esta no se tenía en pie. Las cuatro últimas novilladas que se han dado en esta plaza han sido otras tantas becerradas, pero no se había llegado a lo del domingo, ni en estas cuatro ocasiones ni nunca jamás, que recuerden los más viejos de la localidad.Convirtieron el histórico ruedo de Madrid en una placita de tienta. A aquellas miniaturas de Antonio Méndez, indecorosas, incapaces de sujetar la birria de cuerpo, con unas bocas abiertas como buzones y dos palmos de lengua fuera, parecía que les iba a dar un síncope cada vez que tomaban los engaños. La gente se enfadó, con toda la razón, porque aquello no había quien lo aguantara, pero le dio lo mismo. Mientras el presidente utilice el palco para hacer el don Tancredo, como ocurrió con el comisario Mantecón, impertérrito ante la avalancha de protestas; mientras una autoridad superior (pues está visto que a nivel de comisarios-presidentes el arreglo es imposible) no meta mano de una vez en este asunto turbio del montaje de los espectáculos taurinos, aquí no hay quien arregle nada.

Plaza de Las Ventas

Cuatro novillos de Antonio Méndez, indecorosos, abecerrados, gachos y romos; todos se caían y fueron protestados por el público. Cuarto y quinto de Pío Tabernero, aquel bien presentado y bien armado, éste también pobre de cabeza. Antonio González: Estocada delantera y baja, y descabello (silencio). Pinchazo y estocada delantera perdiendo la muleta (silencio). El Mangui: Media estocada tendida de la que sale trompicado, rueda insistente de peones y descabello (palmas y pitos). Estocada caída (fuertes protestas y palmas, y sale a saludar). Mario Triana: Dos pinchazos, estocada atravesada que asoma y dos descabellos (palmas). Tres pinchazos, ruedas de peones en varios tiempos y aviso con retraso (palmas). Presidió muy mal el comisario Mantecón.

Y si no es la autoridad, que sea la Diputación, la cual tiene muchos más cometidos y responsabilidades acerca de su plaza de toros que limitarse a cobrarle el canon al arrendatario. Sencillamente, una vez más, entre mil, se están cargando la fiesta en Madrid, pero ahora con más exhibición de incompetencia y desvergüenza que nunca. Luego vendrán con la monserga de que la gente no quiere ir a los toros fuera de San Isidro, cuando la única verdad es que son los propios organizadores quienes echan al público de la plaza.

Desde la empresa emplean la coartada de un argumento capcioso con el que pretenden dar patente de legalidad a este fraude. Se basan en que, según el reglamento vigente, no se pueden lidiar los novillos con más de 460 kilos de peso, y es sumamente difícil encontrar novilladas completas que se aproximen a este límite. En efecto, tal dice el reglamento, pero aparte de que hay en el campo muchas novilladas presentables cuyo peso no rebasa el margen autorizado, que nos expliquen en qué artículo del mismo reglamento dice que además los novillos estarán tullidos, y no tendrán cara, y serán gachos, o bronchos, o romos, o todo a la vez, como ocurría el domingo.

Porque los antonioméndez seguramente eran reglamentarios por el peso, pero no lo eran por todo lo demás, y en su inmensa mayoría contravenían cuanto especifica el reglamento en la letra y en el espíritu, acerca de las condiciones para la lidia, la integridad aparente de las astas y, en general, todo lo que el tipo zootécnico del toro requiere.

Sólo hubo un novillo verdadero, seriecito y con pitones, que fue el cuarto, y éste le correspondió - ¡ya es casualidad! ¿Cómo se hace el sorteo de las reses?- al torero de menos cartel; es decir, a Antonio González. El cual, como está sin oficio, se armó un lío, descompuso la embestida del animalote y pasó muchos apuros durante el trasteo. Lo demás, ya decíamos, pareció una exhibición en placita de tienta y apenas merece comentario. Pesado y tosco El Mangui, a pesar de que le sirvieron el lote más insignificante; con pocos recursos González, en la mona que abrió plaza; reposado y fino al trazar el natural Mario Triana, cuando no resolvía el pase con enganchones, ninguno fue capaz de cuajar una faena completa. Lo cierto es que tampoco se lo toleraban. El público no estaba dispuesto a consentir que le tomaran el pelo ni por lo tremendista, ni por lo burdo, ni por lo pinturero, ni mucho menos por las buenas. En el segundo de la tarde, la pantomima llegó a extremos inauditos, con descarada supresión del tercio de varas. Y el señor Mantecón, allá arriba, en el palco, haciendo el don Tancredo, cuando su obligación era mandar al corral aquella ruina de becerro. ¿Para cuándo el escarmiento?

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