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Las cuestiones de política interior protagonizan la campaña en Francia

«Simone Veil es el zumo de naranja destinado a facilitar la digestión del aceite de hígado de bacalao que es el tándem Giscard-Barre», decía anteayer el portavoz oficial del Partido Socialista (PS), Laurent Fabius, de la ministra de la Salud y cabeza de lista para las elecciones europeas del partido giscardiano, Unión por la Democracia (UDF). Esta es una de las «metáforas» que escuchan los franceses desde que, el último 4 de mayo, en las pantallas de televisión, presenciaron el primer gran debate europeo, oficiado por los cuatro cabezas de lista de la llamada «banda de los cuatro»: la señora Veil, Georges Marchais (comunista), François Mitterrand (socialista) y Jacques Chirac (gaullista). Desde aquella noche, en la que dieciocho millones de franceses se interesaron por Europa, las cumbres de la degeneración dialéctica aún no han encontrado techo. Las nociones del sarcasmo, de la hipocresía, de la consternación, de la demagogia, de la mentira, sobre el maná ineludible cada día de los analistas de todos los horizontes para catalogar «esta monstruosa campaña en la que, una vez más, se les ha tomado el pelo a los ciudadanos».Escalada de ataques personales

Marcháis acusa a Mitterrand de «débil» y afirma que, en vísperas de la segunda vuelta de las presidenciales de 1974, tuvo prácticamente que limpiarle las lágrimas con su pañuelo al encontrarle derrumbado en su despacho porque no había ganado en la primera vuelta. Mitterrand reúne al estado mayor de su partido y firma un comunicado que pone el grito en el cielo: «Ya está bien de mentiras.» El señor Barre, que ha apadrinado oficialmente la lista de la giscardiana señora Veil, pero que asegura no hacer campaña por nadie, ofende al señor Chirac al estigmatizar a quienes «practican la elocuencia de la quijada». El líder gaullista, a su vez, secundado por los gritos sepulcrales de Michel Debré, ya ha agotado todos los razonamientos para demostrar la «Inutilidad» de las elecciones europeas.

El presidente, Valéry Giscard d'Estaing, que se declaró oficialmente «por encima» de la campaña electoral, aprovecha todos sus actos públicos para, con habilidad, sacar adelante la lista de su representante, la señora Veil. Cada uno de los personales antedichos acusa a todos los demás de falsear el juego, «con segundas intenciones de política interior» (señor Barre), y jura que son los otros los practicantes del ataque personal. Y así, desde hace más de un mes, sin que nadie en este país se haya enterado aún del contenido de la «Europa de los trabajadores» de los socialistas, de «la Europa de la Francia independiente y de la cooperación» de los comunistas, de la «Europa francesa» de los gaullistas, o de «la Francia en europa» de los giscardianos.

Los poderes futuros de la Asamblea Europea, la ampliación del Mercado Común, la jornada de 35 horas a nivel comunitario, el significado real del Parlamento y de lo que representa en el proceso de la construcción europea, a veces, son temas que se bordean, pero las preocupaciones inmediatas de política interior son más fuertes. «Estas elecciones europeas son la tercera vuelta de las legislativas de 1978 y la primera vuelta de las presidenciales de 1981 », exclamó el otro día, irritado, el gaullista disidente, Alexandre Sanguinetti, que, pocas horas después, fue corroborado por el primer ministro.

Por primera vez desde 1956, los franceses van a votar según el sistema proporcional, lo que implica que los resultados obtenidos cuantificarán sin apelación el peso de cada formación política. Este hecho se produce en una encrucijada interior determinante para todos los partidos y líderes políticos, tanto de la mayoría gobernante de derechas como de la oposición de izquierdas, y todo ello con las elecciones presidenciales de 1981 a la vista, sin contar con la eventualidad de unos comicios legislativos adelantados que pudiera provocar el gaullismo, «al que le conviene una travesía del desierto», según afirmó anteayer el arcángel de los herederos del general, señor Debré.

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Una consulta interna

En esta coyuntura, cada uno de los cuatro grandes partidos únicamente se manifiesta preocupado por contar su electorado cara a las consultas futuras internas. Por ello, los socialistas y los giscardianos, o gran parte de ellos, partidarios del futuro federalismo europeo o de la ampliación de los poderes de la Asamblea, de repente se han convertido al confederalismo, es decir, a la Europa gaullista de las patrias, y a una asamblea «que no ejercerá más poderes que los de la actual». Así, los socialistas y giscardianos esperan «pescar» entre los gaullistas y comunistas, que, por su lado, se han definido como antieuropeos, pero lo matízarí ahora, también para «cazar» electores en coto ajeno. Más aún: el señor Marcháis, vencedor del último congreso del PCF y responsable supremo, en consecuencia, de los resultados europeos, juega gran parte de su «estrella» el próximo día 10.

El señor Mitterrand, blanco de todas las flechas comunistas, con el fin de hundirlo para dividir el PS y volver a la «unión» pura y dura en la que le favorezca al PCF la relación de fuerzas electoral, juega en estas elecciones la posibilidad de su candidatura a la próxima elección presidencial. El señor Chirac, si consiguiera un resultado tan bajo como le predicen los sondeos, desaparecería prácticamente de la vida política gala, y su movimiento gaullista habría iniciado el declive fatal. Por el contrario, el presidente, Valery Giscard d'Estaing, si la lista de la señora Veil alcanza un porcentaje superior al treinta, se encontraría en situación de fuerza para doblegar definitivamente al líder gaullista.

Esta salsa equívoca en la que la clase política ha convertido las elecciones europeas irrita, aburre, a los franceses, según los sondeos, pero algo confuso debe hacerles creer en que la construcción europea, para hoy o para mañana, representa una esperanza cierta. «Hay que votar», le declaraba a EL PAÍS un empleado de cincuenta años, «porque para nosotros, hoy, esto es un guirigay de los políticos, pero dentro de veinte años, nuestros hijos, ya verán lo que se puede hacer.» El 63 % del electorado ya adelantan que van a votar, «aunque yo sé que lo único que le interesa a Mitterrand es colocarse ventajosamente, respecto a Rocard, para la candidatura de las presidenciales », declaró un militante socialista. Igualmente, un 60 % de los votantes potenciales han manifestado en los sondeos que irán al colegio electoral «por razones de política interior». No se sabe cuántos, por hastío «del debate europeo trucado», amenazan con votar «nulo». A este «juego sucio» de la clase política habría que añadir un dato revelador del follón que se les ha venido encima a los electores con el chaparrón de propaganda interior disimulado de europeísmo: antes de iniciarse la campana, el 48 % de los franceses no habían oído hablar nunca de la CEE, el 50%, no sabían enumerar los seis países que firmaron el Tratado de Roma, y sólo el 19% conocía de memoria el nombre de los nueve actuales.

La campaña europea en Francia, por otra parte, ha sido un exponente «de la degradación de la democracia», según expresión común a todos los partidos participantes, salvo el giscardiano, que ocupa el poder. La radio y televisión estatales se la han repartido los cuatro grandes, marginando a las siete listas minoritarias. Pero, entre la «banda de los cuatro», los socialistas, comunistas y gaullistas, aún no han acabado de denunciar los

«abusos del poder».

Según los sondeos de los últimos días, la lista giscardiana de la señora Veil conseguiría alrededor del 30 % de los sufragios; la socialista, el 28%; la comunista, el 20 %, y la gaullista, el 16 %.

Estos simulacros de voto varían según los institutos de opinión y, por otro lado, no es posible evaluar el porcentaje que puedan «morder» las siete listas de los pequeños. El antiguo director y propietario de L'Express, disidente del giscardismo, Jean Jacques Servan Schreiber, secundado por la periodista y ex ministra, también de baja en las filas del presidente, Francoise Giraud, presentan una lista por «los Estados Unidos de Europa». Los trotskistas, encabezados por Krivine y Arlette Laguiller, piden sufragios para «los Estados Unidos socialistas de Europa sin fronteras». El extremista de derechas Tixier Vignancourt, pleitea la causa de la euroderecha. Los ecologistas también están presentes. El Partido Socialista Unificado (PSU), de extrema izquierda, ofrece una lista para testimoniar únicamente, porque por falta de fondos no puede pagarse los boletines de voto. El ya histórico líder de la pequeña empresa Pierre Poujade, al lado de un ex rininlistro del señor De Gaulle, Philippe Malaud, conducen una lista interprofesional, y un escritor, y señorito, dicen sus múltiples detractores, Jean Edern Hallier, es el único representante de la Europa de las regiones.

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