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Reportaje:

"Los facsímiles son un invento para bibliófilos pobres"

Entrevista con Manolo Arroyo, editor de Turner

Uno de los mundos más secretos entre los relacionados con el libro es el escaso, cerrado, ritualizado terreno de los biblióflilos.Y una de las vertientes de ese mundo, tal vez la más asequible a los no iniciados, es la de las ediciones facsimilares para bibliófilos, que, entre dificultades de economías casi secretas, a caballo entre la pasión por el objeto-libro y la inversión segura elegante, empieza a manifestarse en España. Circuitos especiales. competiciones anónimas y cerradísimas, ediciones y reediciones de gran belleza coexisten con la búsqueda de esas primeras, a precio de arqueología. Algunas editoriales están especializándose en estos temas. Una de ellas es Turner. Su director, Manolo Arroyo, trazó para EL PAÍS una panorámica sobre este mundo. «Las ediciones facsimilares», dice, «son para bibliófilos pobres. El que anda por librerías de viejo tiene que ser un tipo con mucho dinero. En este terreno -el de las reproducciones fotográficas, de viejas ediciones, terreno en que los ingleses y los alemanes son maestros- se pueden hacer y se han hecho muchas chapuzas. Yo creo que el facsímil sólo tiene sentido en función de su fidelidad y de su belleza. Estoy convencido de que tratamos con un mercado pequeñísimo v que no se ensancha casi nunca, excepto el que se refiere al siglo XX, que es nuevo, joven... Por eso no estov de acuerdo con ese intento de popularizar, que se reduce a esas ediciones, que parecen fotocopias, y que al final, feas o no, las compran los mismos.»En cambio, en otros países -concretamente en Inglaterra- existen ediciones facsímiles de gran calidad y precios asequibles. Por ejemplo, las de Scholar Press. «En España hemos sufrido una historia terrible para los bibliófilos y para la edición en general, que explica un poco este caos. Por una parte, los libreros de viejo -y también los editores de facsímiles- no venden lo bueno. porque ese es un valor seguro frente al dinero, que lo es cada vez menos. Por otro lado, en este país se han impreso muy pocos libros. Desde Felipe II hasta Carlos III estuvieron prohibidos a los impresores españoles los devocionarios y libros religiosos, y esto, que no parece tener la menor importancia, sí la tiene, porque este tipo de libros hubiera proporcionado la base industrial que este ramo no ha tenido en España.»

«Ya en el siglo XX, la guerra civil supuso un desastre para las bibliotecas y cortó la línea reciente de cuidado editorial. Porque en España», sigue Manolo Arroyo, «ha habido dos buenas épocas en este terreno: la de Carlos III, que conoció esos tres impresores excelentes que son Ybarra, Sancha y Benito Cano, y la que empieza Juan Ramón Jiménez, con su gusto espléndido, que supo inaugurar un estilo de imprenta, una nueva tradición. Todas sus revistas poéticas tienen una gran belleza como objetos. Esta línea es la que siguieron Altolaguirre y Bergamín. Por otro lado», sigue, para hablar de factores que dificultan la asequibilidad de las ediciones facsímiles, «como en España faltaba esa infraestructura, hasta el papel mismo es malo, y cuando es bueno -el de Gvarro, por ejemplo-, es caro. Para hacer una buena edición tenemos que importar el papel de Alemania, donde lo hay, maravilloso. Por otra parte, el precio de los facsímiles sólo podría bajar ampliando la tirada; pero si en estos países casi míticos hay toda una estructura institucional que garantiza una salida de un mínimo bastante amplio de ejemplares, en España, esta salida, esta estructura, no existe siquiera para los libros de bolsillo. En general», termina, «el problema es complejo y sin solución, salvo creando esta red de instituciones. Aquí tenemos maravillosos artesanos, encuadernadores, iluminadores a mano, por ejemplo. Pero es una tradición que se va a terminar perdiendo... Porque», dice Manolo Arroyo, «en España, en general, se edita muy mal».

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