Publicado el facsímil de un viejo y raro libro de fray Matías de Irala
El llamado arte de la imprenta se encuentra en una situación lamentable de abandono. La publicación de este libro, con sus especiales características, es un hecho a destacar por su belleza y calidad de impresión, con una adecuada elección de recursos mecánicos y materiales.
En efecto: la industria editorial española parece andar reñida con sus orígenes y su historia, y sólo nos sirve productos de una vulgandad a toda prueba, aun cuando, a veces, se disfracen éstos de ediciones limitadas y numeradas, ediciones de arte o ediciones para bibliófilos. Se ha dado incluso el caso de alguna de esas ediciones cuyo precio era el único indicio de su rareza; singular rareza encuadernada en plástico y con guardas de papel de envolver. En castizo, gato por liebre.
Acertada y sobria reproducción
En su presentación del libro de Matías de Irala destacaba Fernando Zóbel la difícil y preciosa sobriedad con que ha sido realizado, aprovechando los recursos mecánicos que están al alcance de cualquier editor y el acierto que supone limitar los materiales suntuarios al papel de guardas de Douglas Cockerell utilizado para encuadernar el segundo volumen. (Digamos al respecto que este Cockerell, recientemente fallecido, se mantenía fiel a las técnicas tradicionales de fabricación de papel de guardas, industria artesana hoy perdida en España casi por completo y por desgracia.) Entre otros aciertos cabe señalar también la calidad extraordinaria de la impresión facsímil y la maqueta del primer volumen, dedicado al estudio de la vida y la obra de fray Matías de Irala, que llevó a cabo Diego Lara, así como el hecho excepcional de que los cincuenta primeros ejemplares incorporen un grabado original del propio Irala, estampado para la ocasión por Grupo Quince.El Método sucinto i conpendioso, obra de la que sólo se conocían hasta ahora otros dos ejemplares más -los de la Biblioteca Real y del COAM-, aunque no tan completos, constituye una colección de estampas grabadas por Matías de Irala allá por 1730. Se trata, en realidad, de una cartilla de dibujo como las que circulaban por Europa desde el siglo XVII -en España contamos con tres de gran interés: la de José Ribera, grabada por Barcelón; la de Villafranca, y la de Vicente Salvador Gómez-, pero, a diferencia de la mayoría de éstas, la de Irala comprende una grandísima variedad de asuntos -fisonomía, iconografía y composición, caligrafía, proporciones, órdenes y arquitecturas, carteles, óptica y perspectiva, etcétera-, lo que prácticamente la convierte en un tratado de carácter general, al modo, por ejemplo, del inédito de la Pintura Sabia, de fray Juan Ricci, y sobre todo, de los Principios para estudiar el nobilissimo y real arte de la pintura, de José García Hidalgo, sus modelos más inmediatos.
Como el libro de García Hidalgo, el de Irala fue seguramente uno de esos manuales prácticos para uso de artistas y artesanos, repertorio de recetas y tipologías ordenado a capricho por sus propietarios. Irala, sin embargo, se muestra ya, por razones puramente cronológicas, más afecto a las soluciones decorativas del barroco tardío y vinculado de un modo expreso al círculo de los Churriguera, pudiéndose advertir en sus láminas una leve inflexión rococó, aunque este Método sucinto i conpendioso resulte conservador, al fin y al cabo, en comparación con las cartillas francesas e italianas contemporáneas. Pese a todo, es libro que refleja a la perfección el gusto dominante en España durante los reinados de Felipe V y Fernando VI.
Un grabador prolífico
En el magnífico estudio que Antonio Bonet Correa le ha dedicado, ampliando así considerablemente las noticias que recogía Ceán Bermúdez en su Diccionario y las confusas referencias de la bibliografía científica, Irala aparece al mismo tiempo como uno de los grabadores más sugestivos y prolíficos de la primera mitad del siglo XVIII y se perfila como artista inquieto, que no sólo cultiva el género piadoso y emblemático, sino que ilustra también las Aventuras de Telémaco, de Fenelón, y los tratados de anatomía de Manuel de Porras y de Martín Martínez, el amigo del padre Feijoo.Iniciábamos esta crónica proclamando la necesidad de dignificar el arte de la imprenta, de restablecer su específica belleza, y la queremos concluir con una reflexión, no sabemos si impertinente o melancólica. La temporada de exposiciones está a punto de acabar sin pena ni gloria, pero en medio de la atonía reinante, un libro es capaz de reunir a un numeroso grupo de artistas, críticos y simples aficionados, movidos por un interés mayor que el que habitualmente despiertan las novedades bibliográficas. La cosa da que pensar.
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