El año en que Luis G. Berlanga fue miembro del jurado
Consideraciones sobre el palmarés de Cannes

Todas las deliberaciones de los jurados tienen siempre un aire de vodevil más o menos barato, mal que le pese a una buena parte de sus componentes. El jurado del último Festival de Cine de Cannes no ha sido una excepción. La gran ventaja este año ha sido el tener a Luis García Berlanga sentado en la suite secreta de las deliberaciones. Gracias a él se ha conseguido aproximar los premios importantes a las obras bellas.
El principal problema se planteó cuando faltaban tres días para el fallo final. La pantalla del Grand Palais se inundó durante cerca de cuatro horas de una de las sagas familiares más hermosas que ha producido el cine: Siberiada, de Kontchalovski. Aquella proyección cambió sustancialmente la mentalidad de algunos de los miembros y, muy especialmente, la de Luis García Berlanga. Para que se hagan ustedes una idea es la primera película en la que uno de los personajes secundarios es el Gran Padre Eterno y, desde luego, ninguno de los que asistió al total de la proyección dudó de su existencia durante la narración. Si a ello le añaden que la producción es soviética -el país con más años encima de revolución socialista- comprenderán lo de la conmoción.Tras unas reuniones largas y fatigosas, el jurado decidió conceder a Siberiada el premio especial. Francis Coppola tenía segura la Palma de Oro no sólo por ser una de las películas más esperadas por los cinéfilos, ni siquiera por ser una superproducción norteamericana, también porque es uno de los espectáculos cinematográficos más impresionantes de cuantos se recuerdan. Hablar de Apocalypse now, señalando la primera y la segunda parte, o la interpretación de cualquiera de los que en ella trabajan equivale a poner obstáculos artificiales -culturales en este caso- a un gran río caudaloso en pleno desbordamiento.
El tambor, de Schloendorf, basada en la novela de Günter Grass, es una buena película europea occidental. Los alemanes se percataron del tinglado y se llevaron hasta Cannes al escritor para que pasara allí parte de su recién inaugurada luna de miel.
Françoise Sagan, presidenta del jurado, menos de cuarenta kilos de peso, no recibía a nadie hasta las dos de la tarde. El jurado, como tantas otras cosas, también era humano, de ahí, sin duda, el que premiaran a Jack Lemmon por toda su amplia y hermosa trayectoria vital, más que por su labor en El síndrome chino, eficaz labor, pero muy distante de la interpretación de Klaus Kynski en el Woyzeck, de Henzog.
El Festival de Cannes de este año, digámoslo una vez más, ha sido casi mágico: más de diez películas de gran interés y emoción exhibidas en quince días, que pueden ser descritos como unos sanfermines gigantescos, un aburrimiento absoluto o la manifestación externa de la decadencia de Occidente.
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