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La izquierda francesa no ha muerto todavía

En el plazo de los últimos cinco meses, las cuatro grandes fuerzas políticas y sindicales francesas han celebrado sus congresos nacionales. Estas formaciones son las siguientes: el Partido Comunista francés (PCF), 700.000 militantes y representantes del 20% del electorado galo; el Partido Socialista (PS), 180.000 militantes y el 25 % del electorado; la Confederación General de. los Trabajadores (CGT), de tendencia comunista, dos millones y pico de adherentes, y la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT), socialista autogestionaria, un millón largo de militantes.Estas cuatro fuerzas, que en los respectivos congresos han reelegido a sus secretarios generales de mejor o peor gana, se complementan a la hora de los comicios nacionales, legislativos, presidenciales o locales. Y, desde hace veinte años, en cada uno de estos escrutinios, regularmente, han conseguido entre el 45% y el 50% del censo electoral.

En varias ocasiones, a la izquierda francesa le ha faltado un tris para montarse a caballo del poder. ¿Por qué, en cuatro lustros, no ha sido capaz de movilizar en su favor a esa fracción casi insignificante de sus conciudadanos que la hubiese liberado de su oficio de oposición maldita?

La cuestión precedente puede dar, y de hecho ha dado, ocasión a mil debates sin fin. Pero hay que atenerse a los hechos palpables, desde hace veinte años, tras cada derrota de la izquierda, la escena se repite meticulosamente: en un primer tiempo, la izquierda culpa a la derecha, porque esta última ha fabricado un sistema electoral que le favorece, porque manipula los votos del extranjero, porque tiene la televisión y demás medios en sus manos, etcétera.

En un segundo tiempo, los comunistas culpan a los socialistas y viceversa, la CGT acusa de blandenguería a la CFDT y esta última fulmina a la primera porque es la correa de transmisión de los comunistas. Pero el problema es más arduo, claro. Jamás a un líder de la izquierda francesa se le ha ocurrido preguntarse en público por lo que ocurriría en cada votación si el sistema electoral no favoreciera a la derecha. Sobre este punto concreto, el histórico fracaso de la izquierda en los comicios legislativos de marzo de 1978 fue aleccionador: durante los dos años precedentes, en los simulacros electorales efectuados por los institutos de opinión, los electores franceses se recrearon votando por la izquierda, pero a la hora de la verdad enviaron a la Asamblea Nacional a la derecha con cien diputados de demasía, para mejor garantía de su reposo durante los cinco años de legislatura.

El líder socialista, Michel Rocard, sobreentendía la real complejidad de esta cuestión cuando, el último mes de abril, ofreció unas declaraciones a EL PAÍS. Al ser interrogado: «¿Engañan los partidos políticos de izquierda franceses?», Rocard matizaba y respondía: « Los partidos de izquierda franceses no mienten, pero hacen promesas irrealizables.»

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Explicaciones al fracaso

La celebración, en un breve espacio de tiempo, de los cuatro congresos nacionales precitados, que, por otra parte, se sitúan en una encrucijada nacional e internacional muy característica, aportan más datos para intentar formular una explicación del reiterado fracaso de la izquierda francesa.

Los cuatro congresos obedecían al mismo imperativo último: elaborar una estrategia política o sindical para acercarse de nuevo al poder. En los cuatro conclaves de la izquierda gala, este objetivo se enfocó a la luz de tres determinantes esenciales: el fracaso de la Unión en Francia, la crisis económica circundante y el contexto capitalista occidental en el que todas las izquierdas del mundo industrializado tienen que ingeniárselas para continuar atizando el fuego que les ha dado razón de ser: la transformación de la sociedad.

El resultado de estas cuatro asambleas, respecto al planteamiento referido, induce antes de nada a una pregunta: ¿Ha habido resultado? Del congreso del PCF ha quedado, para el público, el condenado giro a la derecha de los socialistas y su certeza divina de que «el partido es el único defensor de los obreros». (En Francia, como en Occidente, la mayoría de los trabajadores y empleados votan por la derecha.)

Del congreso del PS emergió definitivamente la contienda fratricida entre el líder del partido, François Mitterrand, paladín de la ruptura con el capitalismo, y el apóstol del realismo económico, Michel Rocard.

Por primera vez, en el XL Congreso de la CGT, muy tímidamente, se planteó la cuestión de «ser o no ser» el apéndice sindical del Partido Comunista. El hombre de la contestación fue su reelegido secretario general, Georges Seguy, miembro del buró político del PCF.

La CFDT, la fuerza político-sindical francesa más autocrítica, decidió, por una mayoría relativamente escasa del 56%, que se separaba de los partidos políticos para dedicarse a reivindicar y a negociar libremente con los patronos.

Con la mejor voluntad, sin duda, la izquierda francesa no ha respondido en sus congresos a los interrogantes de este mundo en el que vive. Aunque ya ha superado esos juegos de criaturas con zapatos nuevos a la española (marxismo o no marxismo, leninismo o no leninismo), su falta de proyecto político, es decir, su incapacidad para ofrecer una posibilidad de vida diferente, hoy ya lo ha disimulado, como de costumbre, en ese cajón de sastre, que son, por un lado, su razón histórica, su fraseología, su generosidad, sus místicos patriotismos de partido y, por el otro, sus vicios capitalistas: electoralismo a todo trapo, ambiciones personales desesperadas. «La izquierda francesa no ha muerto, aún, viva la izquierda francesa», sentenció un militante comunista crítico, que suplico su incógnito, al finalizar el congreso del PCF.

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