"Companys", el didactismo de lo colectivo
![Ángel S. Harguindey](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/https%3A%2F%2Fs3.amazonaws.com%2Farc-authors%2Fprisa%2Fab52df12-59c7-499b-8a1f-d3ec49d9c585.png?auth=22660fcc13273f5dcadb8dac1502074f2d8231f541e0682405c7435a548a0642&width=100&height=100&smart=true)
Las camisetas de promoción de las películas surgen con una exuberancia típica de la primavera. Cada vez hay más y más imaginativas. La palma, de momento, fue una negra, con el anagrama falocrático de la flecha y con una leyenda repleta de connotaciones políticas, sexuales e incluso jurídicas: «Libertad para Lee Marvin», actor que por obra y gracia de sus apasionamientos tiene hipotecado su salario para doscientos o trescientos años. La sentencia por la que se ha visto obligado a indemnizar a la mujer con la que compartió seis años de su vida, sin legalizar su situación, acarreó en Estados Unidos la acuñación del término «marvinismo» para describir una situación sentimiento-monetaria desastrosa, a la vez que para un pequeño negocio de camisetas. Desde aquella «Libertad para Angela Davis» hasta esta de ahora sobre Lee Marvin han pasado muchas cosas.
Cinematográficamente hablando, lo primero que pasó fue la premier de Companys, proceso a Cataluña, de José María Forn, película que pretende ser una crónica sobre los últimos años del presidente de la Generalidad fusilado en el castillo de Monjuich en octubre de 1940, tras haber sido detenido, encarcelado y juzgado en Barcelona, ciudad a la que fue trasladado por un colaborador de la Gestapo desde su exilio francés. La película de José María Forn es, a nuestro juicio, un empeño frustrado, aunque quizá la justificación de esta cualificación exigiría un espacio mayor que el que suele ser habitual en este tipo de crónicas. Es evidente, como apunta Ramón Gubern en la introducción del press book de la película, que un pueblo tiene el derecho y el deber de recuperar su memoria histórica. Nadie puede poner en entredicho el que unas personas quieran reivindicar la honestidad de Companys o cualquier otro comportamiento humano digno. El problema es que el guión se detuvo exclusivamente encontar el aspecto moral más externo al personaje. Es el hombre público -el político- el que se muestra en la pantalla. Apenas se esbozan los detalles de la personalidad humana, individual, de Companys. El filme adquiere así un enfoque claramente didáctico y propagandístico de uno de los análisis posibles de aquellos momentos. Aquel que guste de las épicas colectivas, de las llamadas de atención basándose en conceptos nacionales de todo lo que conforma a un profesional de la política, encontrará en este filme lo que anhela. Aquellos que busquen el conocer a la persona, a su entorno íntimo, a su concepción privada de las cosas y los hechos, encontrará muy poca satisfacción. Son dos maneras distintas de entender el cine, el arte y la historia.Como era de esperar, Francis Coppola sigue siendo la superestrella del festival. El Apocalypse Now ha conseguido las mayores colas de espectadores en la desquiciada rue d'Antibes. El pasado domingo se proyectó en tres ocasiones, y en una de ellas con el segundo final previsto por el realizador, un final que difiere en un minuto de la copia proyectada en la sesión de gala.
El mayor espectáculo del mundo arrastra tras él una confusión más que notable sobre si acude a competición o fuera de ella. Los periodistas lo afirman y lo niegan con una división de criterios digna de los aficionados taurinos. El festival tampoco aclara las cosas.
Es evidente que si concurre a competición tiene asegurada la Palma de Oro, salvo que el jurado pretenda pasar a la historia cotidiana como un grupo de kamikazes internacionales. Si no acude a la competición, la película que de momento parece mejor colocada es El tambor, de Volker Schlondorff; El síndrome chino, de James Bridges, proyectada el pasado domingo, vuelve a demostrar la técnica y habilidad norteamericanas por contar historias y contarlas bien. Norma Rae, de Martin Ritt, es otra de las películas que puede surgir en el palmarés, bien por Ritt o por Sally Field, protagonista absoluta. Marie Cristhine Barrault, protagonista del filme de Delvaux Mujer entre perro y lobo, es otra de las firmes candidatas al premio de interpretación femenina y, suponemos, que los italianos colocarán algo en la lista final.
Entre las películas interesantes que todavía no se han proyectado caben ser mencionadas la Siberiada, filme soviético de Andrei Mikhalkov Kontchalovski; Woyzeck, del más que prolífico Werner Herzog; Los europeos, de James Ivory, y la cubana Los sobrevivientes, de Tomás Gutiérrez Alea. Con la proyección de La drolesse, de Jacques Doillon, Francia cubre el cupo de tres películas en la sección competitiva, cantidad evidentemente excesiva para la calidad media de la competición vive sus momentos más intensos. Las transacciones comerciales se firman entre güisqui y güisqui, petición, y que sólo se puede aceptar si se comprende lo que significa el chauvinismo.
La terraza del Carlton sin olvidarse de mirar a la maciza de turno que pasa por la terraza pidiendo guerra. Las estrellas se suceden como en un tiovivo. Ya nadie se acuerda de las que ocuparon el centro de la fotografía en los primeros días. Ahora han llegado los americanos, los alemanes, atrás quedaron los italianos y un poco al fondo los de los países socialistas y nórdicos. Los camareros han vuelto a recobrar su natural antipatía y el suelo enmoquetado de los pasillos tiene cada vez más colillas y folletos. Es el principio del fin, un fin que alcanzará su máxima cota cuando comiencen a desclavar los carteles, los stands y las tramoyas publicitarias. Roger Moore, en su decimoquinta versión de 007, nos mira desde la entrada principal del hotel con la misma sonrisa de plástico que el primer día. Es el único que no ha perdido la figura, pero para eso es una fotografía de James Bond.
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