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XXXII FESTIVAL DE CINE DE CANNES

La salvaje aventura de Coppola

Ángel S. Harguindey

ENVIADO ESPECIAL, Ayer, sábado, se proyectó, con carácter de premier mundial, el Apocalypse now, de Francis Coppola, uno de los seres más enloquecidos de la cinematografía mundial. Los cinéfilos (aquellos que cada vez que ven una playa salvaje no pueden evitar el pensar en un anuncio de desodorantes) acaban de conseguir el gran tema de conversación del año. El filme de Coppola es, para ello y desde hace tiempo, un fenómeno mitológico. Los que no son fanáticos del celuloide se encontrarán con una película tan espectacular como La guerra de las galaxias. Los que aman la literatura anglosajona del siglo XIX, aquella que escribieron entre aventura y aventura los London y Conrad, por ejemplo, podrán discutir en tertulias interminables sobre el coronel Kurtz (Marlon Brando) y el capitán William (Martin Sheen). Los obsesos de la técnica fotográfica se podrán deleitar contemplando la labor de Vittorio Storaro (director de fotografía de Ultimo tango en París, de Bertolucci y Ensayo de orquesta, de Fellini, entre otros). Utilizaron un sistema especial de tecnovisión y unas lentes anamórficas que imaginamos sorprenderán a Kubrick en cuanto vea la película.

«Apocalypse now», explicó Francis Coppola en una rueda de prensa de la que facilitaremos algunos datos escenográficos posteriormente, «es conocida como una ópera fílmica. Situada en plena guerra del Vietnam, pretende ser un fresco que no está relacionado con ningún momento preciso o, en todo caso, en ese momento en que la civilización occidental reencuentra lo primitivo. En realidad intenté realizar un filme teatral mítico que trata de la ambigüedad moral».

La pasión de la violencia

Esa ambigüedad moral será denostada por quienes defienden a ultranza los buenos sentimientos, esa especie de coartada ideológica del sistema. En cualquier caso, las largas e impresionantes secuencias de las batallas, ataques, bombardeos y caos wagneriano (uno de los coroneles no puede arrasar un poblado vietnamita si no conecta a todo volumen una cinta de Wagner que los enormes altavoces del helicóptero se encargarán de hacerla oír a tres kilómetros a la redonda) tienen, a nuestro juicio, una razón absolutamente moral, la fascinación por todo lo que sea espectáculo. La inquietud surge al comprobar cómo la violencia llevada al límite se puede convertir en una pasión.«Yo adapté el guión de la película», explica Coppola, «de la historia original de John Milius, y me serví, con total libertad, de algunas situaciones y personajes del Heart of darness, de Joseph Conrad. También me basé en The Wasteland y The Hollow Men, de T. S. Eliot; en From Ritual to Romance, de Jesse L. Weston, y en The Golden Bough, de Sir James Georges Fraser. Los textos que se leen en off fueron escritos por Michel Herr, el autor de Dispatches...».

Todo parece indicar que Francis Coppola es un realizador culto y leído, sin embargo es básicamente un hombre de acción. Un miembro más de esa extraña élite de aventureros del cine que desde Griffith a Georges Lucas, pasando por Huston, Spielberg y esa ya amplia lista de bichos raros, inundan periódicamente las pantallas con historias al límite de todas las posibilidades del espectáculo.

Mil millones

La película de Coppola tendrá -todavía no acabó el gasto- un coste superior a los treinta millones de dólares (más de 2.000 millones de pesetas); rodó más de medio millón de metros de negativo y el rodaje propiamente dicho tuvo una duración de seis meses, todo él en Filipinas. Las dificultades de producción fueron, al parecer, muy serias. Hasta el punto de que, tras el éxito comercial de El Padrino, primera y segunda parte, y La conversación, optó por buscar él mismo el dinero necesario. Coppola no solo es el director y coguionista, es, también, el productor de una película en la que los extras, los helicópteros, las lanchas y los efectos especiales surgen con la misma intensidad y ritmo que los fotogramas. Hace falta ser un profesional del cine, o cuando menos conocer algo de la industria del gremio, para comprender lo que significa producir y dirigir a la vez y todo ello en unos parajes difíciles, sin comodidades excesivas, con la convicción de que lo que se va a contar en la pantalla nunca superará lo que se ha vivido en el rodaje.Tras ver una de las películas que darán que hablar hasta el aburrimiento en los cenáculos de la cultura, la rueda de prensa de su director no podía ser de otra manera: la sala de conferencias del Palais del festival tiene una cabida aproximada de unas cuatrocientas localidades. La rueda de prensa de Coppola se realizó en la sala de proyecciones del Grand Palais, en donde caben, por lo menos, 2.000 personas. Coppola, sentado en el escenario, tras una improvisada y sólida mesa, rodeado de flores de plástico o que lo imitan con acierto, y con todas las televisiones del mundo esperándole en otra sala (todos a la vez no caben).

Sus palabras serán llevadas hasta los rincones más remotos del globo. Los periodistas hicieron una cola de tres cuartos de hora -a las nueve de la mañana- para poder verla en la primera de las proyecciones. Coppola se debía de sentir detrás de la mesa de una manera muy similar a como se encontraba el coronel Kurtz en su poblado selvático. Es la fascinación del poder, del saberse dominador de todo y de todos, de no temer ni siquiera a la muerte porque siempre habrá un capitán Williams que ocupe su lugar; incluso puede ser la misma persona siglo tras siglo. Los espectadores que no confunden las playas agresivas con anuncios de desodorantes no tendrán más remedio que mirarle y mirar la película con la emoción de que asistimos a una de las grandes historias jamás contadas (así anunciaban los filmes de Cecil B. de Mille). Horas después retornaremos todos a la cotidianeidad.

La vida continúa pese a los fanáticos, y este, tipo de personajes son lo más apropiado para romper -siquiera sea de manera temporal- con la inercia. Si su cerebro no vuelve al ritmo normal, entre en un cine y vea Fat City, de Huston, o Quadrophenia, de Roddan: las gentes aparentemente vulgares tienen detrás de ellos unas historias estupendas. Menos mal.

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