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Occidente

Rosa Montero

Tenemos los occidentales una enojosa tendencia a medir a los demás por el rasante de nosotros mismos, calibrando la bondad o maldad de otras culturas con la aplicación de nuestra escala de valores, una escala que sigue terminando en las columnas de Hércules -mayormente Gibraltar-, como en el mundo antiguo, aunque ahora nos empenemos en creer que son valores tan universales como la pepsi o la coca-cola.Así es que acaba de terminar en Bagdad la primera conferencia sobre el papel de la mujer en los países no alineados, y una, como aplicada occidental que es, siente cierta propensión a juzgar el evento por los detalles externos, verbi gratia, que algunas delegaciones estuvieran encabezadas por hombres, o que la mesa estuviera presidida por cuatro varones y una sola mujer, o el hecho de que lo menos importante en esta conferencia haya sido precisamente la mujer, intuyéndose que se ha utilizado esta concentración de periodistas y delegaciones con fines estrictamente políticos, aunque lo más destacable de esta cita en Bagdad han sido las condenas al «traidor Sadat», las denuncias del «imperialismo -reaccionarismo- sionismo», expresadas siempre en esta triada inseparable, o la preparación de la próxima cumbre de no alineados de La Habana, e, incluso, el tanto político que con este congreso se ha podido apuntar Irak cara a la elección del nuevo secretario general de la Liga Arabel a celebrar en septiembre. Y ha sido tan política la conferencia, precisamente,que su duración se ha visto prorrogada porque las delegaciones no llegaban a un acuerdo: las iraquíes propusieron que en las conclusiones se condenara a Sadat, las vietnamitas añadieron que en ese caso se incluyera una condena a China, y así, en estos dimes y diretes tan poco feministas, estrictamente hablando, en estas controversias sobre «a qué enemigo voy a condenar yo», se han consumido largasjornadas del congreso, ante la protesta de algunas delegaciones -las menos-, que aseguraban que eso no era lo propio de un encuentro en torno a la mujer.

Visto lo cual, pues, y adornado con la presencia folklórica de las «abaias», o rnantos negros que usan la inmensa mayoría de las mujeres iraquíes, e incluso de los «chadores», los velos que cubren la totalidad del rostro de unas cuantas, una se predispone a decir eso, que qué barbaridad, que cómo está la mujer por esos lares, repudiada si no tiene hijos, condenada a matrimonios de conveniencia, siendo comprada por un lote de camellos de ojos líquidos, como sucede aún en los Emiratos Arabes, o relegada a la más absoluta postergación, como pasa en Arabia Saudita, país que se las trae para estas cosas. Y una vez alcanzadas estas conclusiones, los occidentales nos frotamos la barriga con complacencia en pleno arrebato de narcisismo cultural. Bueno, pues tampoco es eso.

Es cierto que en la conferencia de Bagdad se ha manipulado el tema de la mujer para otros fines, pero esos usos son por aquí igualmente comunes. Cierto que allí llevan «abaias», pero nosotros vestimos quizá los velos por dentro del bikini, y en vez de adquirirnos con un rebaño de camellos insisten en comprarnos con un chalet serrano. No es que aquello sea óptimo, es que esto es igualmente pésimo: la lucha feminista y otras luchas en pos de libertades son múltiples, a la vez distintas y comunes en todo el mundo. Pero aquí estamos los occidentales, sorbiendo coca-cola artificial con la misma delectación que si fuera un exquisito néctar, sintiéndonos ombligo de humanidades y portadores de progreso, con la pedantería del que cree que vive en el mejor de los mundos conocidos por la simple razón de que no conoce otros mundos. O sea, que además de paletos irredentos también somos mentecatos y soberbios.

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