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El síndrome del interior

Jamás supe de ex ministros de Agricultura fascinados por el cultivo de lechugas; de Educación con inclinaciones pedagógicas; de Cultura con perversiones librescas; de Transporte que pusieran garaje, o de Turismo que veranearan en parador nacional. El destino irremediable de los antiguos poseedores de las carteras gubernamentales sólo tiene que ver con los avatares del Derecho mercantil. Son nuestros ex ministros gentes que proceden de los consejos de administración y al cabo de su interinidad en el Poder regresan a nuegos consejos de administración. La única vocación que suscita el fugaz tránsito por los despachos ministeriales, a lo que parece, es el apasionante articulado de la ley de Sociedades Anónimas, el juego de la lógica empresarial, el furor especulador, el trajín contable, la estética irrepetible de los balances diseñados por computadora, el imaginario duelo de los activos y de los pasivos.Habría que saber con precisión si fueron miinistros por razones sociales o simplemente ministros de razón social; si ahora son tan virgueros en los tejemanejes de la cosa mercantil porque durante un tiempo gozaron de poder o llegaron tan arriba en el escalafón de la sociedad general por sus destrezas en la anónima o limitada.

¿Retornan a los consejos de administración por nostalgia de los orígenes o son los consejos de ministros los causantes de estas sólidas inclinaciones empresariales?

Surgen del electorado, pero lo suyo es el accionariado. Por eso no les importa circular de un Ministerio a otro, de Ciencias a Letras, de lo Rural a lo Urbano, de lo Agrario a lo Industrial, de la ofensa a la Defensa. Utilizan sus carteras como hobbys pasajeros y después vuelven a las fuentes con la satisfacción del deber cumplido: la multiplicación de los consejos de administración es la mejor prueba de que todo sigue funcionando, reproduciéndose según aquellas leyes que estudiaron en el Garrigues y que aún sospechan procedentes del derecho natural. A su manera, están por la creación de nuevos puestos de trabajo. Lo que pasa es que estos nuevos puestos siempre van a parar a la sociedad mercantil y no a la otra.

Si escribo de estas generalidades es por la excepción, naturalmente. Existe un Ministerio, y sólo uno, que imprime carácter, crea adicción, genera entusiasmo y preserva contra el vicio del reunionismo empresarial. Los ex ministros del Interior lo son para toda la vida, y que no les vayan con prebendas, concejerías o zalamerías, porque lo que ellos quieren es seguir a cuestas con los calamitosos asuntos del orden público las manifestaciones urbanas, las voces de mando, el galimatías vasco, los guardias de la porra y las estadísticas funerarias.

Estaba yo viendo en la revista amarilla una entrevista con Fraga Iribarne, en la que, con sintaxis de ministro del Interior, declaraba que si fuera preciso volvería a ser ministro del Interior, cuando escuchó en la pequeña pantalla una información desde Nueva York en la que Martín Villa manifiesta que le gustaría ser el jefe de la cosa nuclear en España. Nada de escurrir el bulto; de las pelotas de goma a la burbuja de Harrisburg. A eso se le llama tener vocación antidisturbios, morbo profesional, ganas de follón, anchas espaldas para cargar con el lío inmenso de las centrales nucleares que se le vienen encima a este Gobierno.

Intuyo que se trata de la misma enfermedad que padece Johnny Weismüller, que anda el hombre por los pasillos de la clínica creyéndose Tarzán. La llamada de la selva callejera. El más difícil todavía en materia de orden público. El consecuente paso que va de la represión de los nacionalismos a la protección de las mortales multinacionales. La repera nuclear. El inconfundible síndrome del Ministerio del Interior.

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